Usted está aquí: domingo 30 de abril de 2006 Política Perspectivas inclementes

Rolando Cordera Campos

Perspectivas inclementes

Mientras los desafíos reales de México se asumen por sus futuros dirigentes, lo que queda es esperar que la bruma política que ha caído sobre las campañas no nos abrume a todos. La calidad del debate no admite dudas: lo que el país tiene enfrente es un inventario de carencias que se agrava con los días, en la medida en que sus grupos políticos rehúsan hacerse cargo de las enormes responsabilidades que la democracia ha depositado en ellos. Las predicciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) se empatan con las que nos propuso la Secretaría de Hacienda hace unas semanas: la economía no tiene espacios para crecer como lo reclama la demografía y el panorama de pobreza y mal empleo que se ha apoderado de la sociedad que emergió de las crisis de los años 80 y 90 del siglo pasado, en tanto que el cambio estructural no se muestra capaz de cumplir sus promesas de crecimiento alto y bienestar bien repartido.

No sobra recordarlo, aunque para los contendientes por el poder del Estado se trate de una molesta minucia: según el FMI, México crecerá apenas 3.5 por ciento este año y sólo 3.1 el año que viene, cuando la democracia se vea emplazada a dar cuenta de sus disposiciones para hacer realidad tanta oferta vacía. Es decir, en estos dos años inaugurales de nuestra segunda y difícil alternancia, creceremos por debajo del promedio mundial (4.9 y 4.7 por ciento, respectivamente), y muy atrás de lo que tendrán las economías emergentes (6.9 y 6.6 por ciento, respectivamente). Para no traer a cuento lo que se espera de las economías pujantes del Asia desarrollada.

El crecimiento se ha confirmado como el más esquivo y veleidoso personaje del escenario mexicano, y para los políticos y sus abanderados se ha vuelto un tema peligroso y molesto. En vez de poner al país entero al tanto del peligro que su ausencia representa, de la enorme dificultad que le significa esto a México para consumar sus transiciones y plantearse nuevas tareas en consonancia con su esperado lugar en el mundo y la región a la que quiere pertenecer, los contendientes prefieren echarse en cara sus vergüenzas, distraer su atención en el carácter del contrario, mientras el rencor y el hartazgo acumulados en la base de la sociedad tejen su tela envenenada y preparan jornadas de desencanto y separación comunitaria que sin aviso pueden aterrizar en momentos de violencia o enajenación política, que entonces sí ahuyenten lo poco que nos queda de ánimo productivo y ganas de arriesgar en la inversión para el futuro incierto.

Antiguo prospecto de país moderno, democrático y en crecimiento sostenido para incorporar sus frutos a la mayoría afectada y olvidada por el cambio globalizador, México entra ahora en un callejón peligroso no sólo por las muchas asignaturas pendientes que avasallan su agenda nacional, sino sobre todo por el desenfado irresponsable con el que sus vanguardias formales, encarnadas en los partidos políticos y sus respectivos candidatos a la Presidencia y el Congreso, encaran unos diagnósticos impresentables en la sociedad internacional que se apresta a nuevas etapas de la globalización. Pero el hecho de que en el mundo político liliputiense que se ha adueñado del escenario no se tome nota de la gravedad ambiente, no contribuye a aliviar la circunstancia.

Sacarle la vuelta a las proyecciones económicas y lo que implican o, peor aún, querer presentarlas como cosa sólo atribuible al mal desempeño del gobierno que se va, no sólo vuelve más grave la perspectiva inmediata de México, sino que le resta espacios, de por sí estrechos, al nuevo gobierno para encarar las amenazas y darle al conflicto un cauce congruente con la democracia que nos queda.

Se dice que las clases políticas no se suicidan, pero cuando se ve y se oye lo que entre nosotros insiste en ser reconocida como tal, uno tiene derecho de preguntarse si no entramos ya al reino de las grandes excepciones. Fundar dinastías, heredar posiciones políticas a parientes y amigochos, rendirse a la evidencia oligárquica, es un camino empedrado de intenciones autodestructivas.

Pero por ahí hemos empezado a marchar, al son de bravatas y apuestas sin sentido basadas en encuestas deformadas, o en unas campañas de miedo y odio que primero que nada afectarán a sus propios autores. Para julio queda muy poco, pero lo que sigue puede ser peor.

 
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