Usted está aquí: lunes 8 de mayo de 2006 Cultura Primos lejanos

Hermann Bellinghausen

Primos lejanos

En australes y en airosas, el peculiar náufrago que me fui a topar revelaba a un grado conmovedor cómo uno siempre sueña volver a empezar. Los infelices lo sueñan todo el tiempo; los menos infelices, nada más a ratos; los felices, todo el tiempo, pues la felicidad es por naturaleza corta e inestable, y la única forma de que dure es que no termine de comenzar.

Después de navegar con enemigos, saltar al oceáno, sobrevivir a la sed por pura casualidad y explorar hasta la saciedad su isla (de momento era suya, sin competidores en cuanto ser humano; sin duda las serpientes y los roedores, a su modo, también la consideraban propia), este Robinsón extravagante fue a encontrar por accidente la figuración utópica que lo lanzó al viaje en el Pacífico sur: un pingüino verde.

"Habló durante media hora cuando menos, sin parar" contó el náufrago en la mesa de aquel bar de nuestro encuentro. "No sabría reproducir su voz ni sus palabras pero, créame, demandaba atención."

Le creí. Un pingüino verde, parlante y con acento porteño no se encuentra todos los días.

"Me pareció que continuaba una conversación de la que yo no estaba enterado. Lo escuché como cuando un parlamento o citas arranca en tres puntos suspensivos, ¿me entiende?"

Le entendí.

"Habló de descongelamientos monumentales en las cordilleras de la Antártida, de mares regurgitantes y multitudes de pingüinos rey -primos hermanos suyos- en las rocas altas, contemplando las mareas con resquemor. Me habló de los pingüinos rey, que son los que todos conocen, de pecho blanco y collarín amarillo que les encantan a los fotógrafos. Concretamente se refirió a una colonia de primos en Georgia del Sur. Y me explicó que ellos también hablan sin cesar, sólo que en idiomas desconocidos para el humano.

Dado que el pingüino verde resultó bilingüe, pregunté al náufrago si le había preguntado al plumífero cómo adquirió esa variante porteña del castellano. "No tuve tiempo de hacerle esa ni otras preguntas" me contestó.

"Por increíble que parezca, esa mañana desperdicié la única oportunidad que tuve en tres años de hablar con alguien sin que fuera monólogo de lunático, sin diálogo. Pero el pingüino parlante dijo lo que se le pegó la gana sobre el deshielo y las lombrices dulces que se encuentran en las costas georgianas, sobre el miedo exacerbado de los pingüinos de que el agua inunde su hábitat y los obligue a emigrar a los zoológicos del hemisferio norte".

Ajá, pensé. Al menos era es un dato. Ahora también los pingüinos emigran al norte por motivos, si no económicos, sí ambientales. Pregunté al Robinsón si en su isla no sucedía también un crecimiento anormal de las mareas.

"Cómo iba yo a saber si no conocí Fernandina antes. Me faltaban elementos de comparación. En cambio, los pingüinos han vivido en la Antártida por generaciones. A la isla no solían llegar.

"En esos instantes llegó volando Hugo, mi amigo pelícano, comenzó a rondar sobre las olas, aproximándose lentamente. El pingüino verde estaba tan entregado a su discurso que no se apercibió de Hugo hasta que el pelícano detuvo sus alas abiertas en cruz, planeó y alcanzó las piedras de la playa, que crujieron apenas, dóciles a su pisada.

"El pingüino verde se interrumpió. Miró a Hugo con recelo. Pero Hugo fingió, como acostumbraba, no prestar atención, sino que buscaba otra cosa, que nosotros no existíamos para él. El pingüino soltó una mezcla de cacareo y cuac cuac, en el idioma de su especie, pero Hugo, que debía conocer todos los idiomas aviares del sur, no se dio por enterado.

"Por primera vez abrí la boca para presentarlos. Aves celosas y primos lejanos, ni uno ni el otro mostraron interés. Y no sólo eso. El pingüino verde dio media vuelta y caminó chaplinescamente hacia el mar, dejando tras de sí otros tres puntos suspensivos. Se difuminó, negro y ágil, nadando como persona. Siempre pensé que la idea de las sirenas mitológicas fue inspirada por los manatíes, tan feos. Este sireno austral sugería otro origen posible, pero no tuve tiempo para corroborarlo.

"Quedé a solas con Hugo. El pelícano no hablaba. Al contrario de los pingüinos verdes, escucha y calla."

 
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