Usted está aquí: lunes 8 de mayo de 2006 Economía Un día sin migrantes, en México

León Bendesky

Un día sin migrantes, en México

El pasado primero de mayo se mostró en Estados Unidos lo que significa un día sin migrantes. Deberíamos hacer el mismo ejercicio en México, donde cada vez se depende más de quienes emigran para que este país funcione, aunque sea a empujones.

La economía mexicana está sostenida actualmente por los ingresos externos provenientes del petróleo y de las remesas que envían los trabajadores desde el país vecino. No hay mucho más: ni suficiente inversión ni más productividad ni mayor capacidad competitiva para acelerar y soportar el crecimiento del producto y del empleo. Sólo falta que cambie la tendencia de la expansión en aquel país para que, otra vez como en 2001, tampoco las exportaciones, que se concentran en el ramo automotriz, alcancen para movernos.

Como ocurrió hace 12 años, cuando el gobierno de Carlos Salinas dejó la maltrecha economía "prendida de alfileres", según la expresión del entonces secretario de Hacienda Pedro Aspe -tan aficionado a los mitos geniales-, hoy la situación es también muy endeble.

En pleno auge de exportación de petróleo se ha convertido a Pemex en una empresa que, siendo rentable, vale hoy menos que su deuda, incapaz de invertir lo que requiere en exploración, explotación y transformación del crudo y con enormes compromisos de pago en los años venideros. En un gobierno de empresarios vale preguntar qué pasaría si hicieran lo mismo en las compañías donde trabajaban antes.

Y mientras no nos luce el auge petrolero, dependemos cada vez más de los migrantes, los trabajadores que son literalmente expulsados por un sistema económico y social que los vuelve redundantes. Y no se trata sólo de las remesas, sino del efecto más general de la migración.

Las remesas superan ya 20 mil millones de dólares al año, lo que representa cerca de dos terceras partes de los ingresos de exportación de crudo. Esa es una fuente esencial de la acumulación de las reservas internacionales y un elemento clave de la estabilidad financiera que presume el gobierno de Vicente Fox. Aunque claro que ni él, ni nadie de su gobierno, ni Felipe Calderón, que promete un gobierno de continuidad si gana las elecciones, dicen nada del cimiento de tan mentada estabilidad y de su costo para esta sociedad.

Para tener una idea del significado económico de las remesas debe observarse que serían equivalentes en este año, según los datos del Banco de México, a cuatro puntos porcentuales del consumo privado (Informe sobre la inflación: enero-marzo de 2006, página 15), siendo éste el rubro más relevante de la demanda interna y componente crucial de la dinámica de la economía. Las remesas son usadas por las familias que las reciben para el consumo diario; sin ellas, el menguado nivel de las ventas al menudeo y al mayoreo sería aun más bajo.

En muchas partes del país las familias dependen de las remesas para mantenerse. De no ser por la migración la tensión social sería mucho más grave. Igualmente sería mayor la informalidad, que crece cada día y distorsiona de modo severo el funcionamiento del conjunto de la economía, incluyendo las finanzas públicas.

Sin la migración también serían menos favorables las estadísticas de empleo y ocupación que complacen tanto al gobierno. Esas cifras expresan solamente una parte de lo que pasa en el mercado laboral, que en el sector formal tiene un desempeño muy negativo, pero además excluyen el entorno social en que se producen. Son como un velo que cubre lo que en realidad está pasando con la fuerza de trabajo, que tiene cada vez menos oportunidades y debe irse. Esa cuenta simplemente no se hace porque desmorona la torre de naipes que la visión gubernamental ha construido en torno al éxito de la gestión económica, pero no por ello desaparecen los migrantes; tampoco la sed de remesas.

Sin la migración habría mucha mayor presión sobre los servicios sociales, que siguen siendo precarios, y ni el petróleo alcanzaría para satisfacer las demandas de la gente. Encima de todo estamos subsidiando a la economía estadunidense al enviar personas calificadas y aptas para el trabajo, que se incorporan al mercado el mismo día en que llegan. Habría que calcular la magnitud de ese subsidio.

Es en buena medida sobre la base de una población excluida y expulsada que se fragua lo que oficialmente es una exitosa administración de la economía. Esta es una miopía con graves consecuencias políticas hoy y para los años siguientes. Por supuesto que al gobierno le interesa un acuerdo migratorio con Estados Unidos, pues ello le facilita seguir incumpliendo con su responsabilidad: el Estado falla en su obligación de satisfacer la seguridad y el bienestar de la población.

Hay, pues, un enorme espacio abierto para modificar las pautas de la política económica y rehacer el entramado donde operan los mercados, se genera la riqueza, se distribuye el ingreso y se repone el lugar de la fuerza de trabajo. En este escenario es falaz ofrecer crear empleos en el marco del mismo esquema de gestión, con las mismas estructuras institucionales y el mismo patrón de reformas que ha impulsado este gobierno, que no fue de cambio.

 
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