Usted está aquí: sábado 18 de noviembre de 2006 Política Desfiladero

Desfiladero

Jaime Avilés

Toma de posesión de AMLO

Se ceñirá al pecho la banda tricolor

Síntesis de 25 años de protestas populares

La fiesta empieza mañana en la Alameda

Esta es una buena pregunta: ¿cuál fue la última gran huelga obrera en México? ¿La de los telefonistas, en abril de 1976, que derribó al líder charro, Salustio de nombre, para dar origen al cacicazgo de Francisco Hernández Juárez que se prolonga hasta hoy? ¿O tal vez la de los fundadores del sindicalismo universitario, que la policía aplastó el 7 de julio de 1977, el famoso 7/7/77? ¿O acaso la de los controladores de tráfico aéreo, que fueron sustituidos por miembros del Ejército bajo la figura jurídica de la requisa? ¿O la de los trabajadores de la industria nuclear, en 1978, o los de la fábrica Spicer? Sea cual fuere la respuesta, el tema puede ser la base de un rico y sustancioso debate.

Lo cierto, sin embargo, es que el derecho de huelga, consagrado en el artículo 123 de la Constitución de 1917, fue derogado en los hechos por el gobierno de Miguel de la Madrid (1982-1988), sexenio que marca la desaparición de las banderas rojinegras y, de alguna manera, también la de los sindicatos proletarios como actores centrales de la política nacional. Es en ese periodo, y quizá no debido a una mera coincidencia, que la protesta social empieza a adquirir formas de expresión más imaginativas y, también, más desesperadas e incluso patéticas.

Cuando las huelgas de hambre pierden la capacidad de conmover a un pueblo que malcome a diario, surgen los que para fortalecer el mensaje sacrificial de su ayuno se cosen los labios con hilo de sutura. Luego vienen los que se cosen los párpados para renunciar al sentido de la vista. Y los que se crucifican ante las puertas de los patrones o de las autoridades. Y los que se sacan la sangre para escribir con ella sus demandas de justicia.

Todos estos y muchos otros intentos por vencer moral y políticamente a quienes llegaron al poder con De la Madrid son barridos por la violencia del neoliberalismo, empeñado frenéticamente en saquear el país con la máxima rapidez posible. Tras el fraude electoral de 1988, luego de repetidos esfuerzos por contener la furia destructiva del sexenio de Carlos Salinas, la imaginería popular alcanzó su más alto grado de creatividad con la rebelión zapatista de 1994, que fascina al mundo a lo largo de los años siguientes.

Pero este movimiento tampoco logra inclinar la balanza en favor de los pobres, que representan las dos terceras partes de la población. Y cuando se agota como símbolo de las esperanzas de cambio su lugar es ocupado por el proyecto que desde el gobierno de la ciudad de México propone Andrés Manuel López Obrador, quien sin asomo de duda ganó las elecciones de este 2006 y, como bien lo escribió ayer aquí el doctor Luis Javier Garrido, asumirá las consecuencia de la "responsabilidad" que contrajo con el pueblo, al aceptar el "mandato" de "velar por los intereses de la nación y defender los derechos de las mayorías".

Manos limpias, manos duras

Pasado mañana, a partir de las cuatro de la tarde, en una solemne ceremonia que se celebrará en el Zócalo ante decenas o centenas de miles de personas, López Obrador será investido como presidente legítimo de México y alguien, probablemente doña Rosario Ibarra de Piedra, le ceñirá la banda tricolor al pecho, prenda que será vista como síntesis de todas las formas de protesta popular desoídas y, peor aún, despreciadas por los neoliberales en los últimos 25 años.

De tal suerte, lejos de actuar dentro de un supuesto teatro del absurdo, como le han reprochado algunos críticos, el ex candidato de la coalición Por el Bien de Todos pondrá en marcha un programa de acción política orientado a la transformación del país, cuya primera tarea será enfrentar la escalada represiva que, frotándose las manos, anuncia impacientemente Felipe Calderón, equiparando el narcotráfico y su estela de cabezas decapitadas con el profundo descontento social provocado por la pobreza, la desigualdad, la injusticia y también, desde luego, por el fraude electoral del 2 de julio y el consiguiente golpe de Estado que la derecha todavía no sabe cómo consumará el próximo primero de diciembre.

Mientras el secretario de Gobernación, los líderes del PAN en ambas cámaras, la policía federal y los cuerpos de elite del Ejército exploran distintos esquemas políticos y militares para garantizar que, de acuerdo con los rituales acostumbrados, Vicente Fox le transfiera el "gobierno" a su pequeño heredero, el equipo de López Obrador tiene definidos ya los eventos que desde mañana festejarán el 96 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana y la toma de posesión del presidente legítimo.

Todo empezará mañana a mediodía, en la Alameda Central, con la reconstrucción museográfica de un "campamento zapatista" de 1914, en el que bajo la dirección escénica de la maestra María Luisa Medrano participarán 400 personas de carne y hueso. Hombres y mujeres vestidos a la usanza de los campesinos morelenses del Ejército Libertador del Sur dormirán en ese hermoso parque, a la orilla de la avenida Juárez y muy cerca de las barricadas simbólicas que a los pies del monumento al Benemérito de las Américas mantiene la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, la APPO, cuya rebelión posee ya el valor histórico de la insurrección chiapaneca de hace 12 años.

A la mañana siguiente, el lunes 20 de noviembre, en punto de las 8 de la mañana, López Obrador y Alejandro Encinas, acompañados por sus respectivos gabinetes de gobierno, depositarán ofrendas florales en el Monumento a la Revolución. Una hora después comenzará el desfile que este año no se atrevió a organizar Fox, y al que se agregarán los efímeros habitantes del campamento zapatista.

Concluido el desfile, tras una breve pausa para la instalación del templete, se iniciará la toma de posesión de López Obrador y, después del discurso que pronunciará éste, en calidad ya de presidente legítimo en funciones, habrá una verbena popular con música, canto y baile hasta que la noche nos separe.

Como ya anticipó ayer mismo uno de sus hijos, a la fiesta no asistirá Cuauhtémoc Cárdenas, quien renunció a su cargo dentro del gobierno foxista sin una sola mención al fraude electoral, al golpe de Estado, a la feroz represión en Oaxaca ni a los planes delirantes de Calderón, a quien ya se le hace tarde por convertir sus manos "limpias" en férreos puños contra un pueblo que no lo eligió ni mucho menos.

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