Usted está aquí: domingo 31 de diciembre de 2006 Política Bajo la Lupa

Bajo la Lupa

Alfredo Jalife-Rahme

El "trofeo Saddam" y el Plan 80/20 de Cheney-Rice

Ampliar la imagen Saddam Hussein, al celebrar su cumpleaños 65, el 10 de agosto de 2002, en Bagdad Foto: Ap

No puede existir "justicia" bajo la ocupación y menos de parte de un gobierno títere impuesto por los invasores cuando el sunita árabe Saddam fue ahorcado a instancias de uno de los peores verdugos de todos los tiempos: la torturadora teocracia bushiana.

Como todos los actos del nepotismo dinástico de los Bush, su "justicia" es unilateralmente cíclope cuando la justicia real (en el doble sentido de la palabra) debe operar bajo el signo del equilibrio.

De parte del gobierno títere del presidente kurdo Talabani y del primer ministro chiíta Nuri Maliki, polichinela de la teocracia torturadora bushiana, se trata de una venganza barbárica que se cobra añejas facturas contra Saddam, un personaje fuera de lo común para bien o para mal, quien muy bien pudo haber sido condenado al encarcelamiento de por vida y evitar la humillación de un ahorcamiento para delincuentes del orden común.

Si es que llegase a ser creíble la masiva propaganda negra de los mendaces multimedia anglosajones sobre las presuntas atrocidades perpetradas por Saddam, pues serían comprensibles los condenables agravios que sufrieron segmentos importantes de las poblaciones kurda (etnia aria de religión sunita) y chiíta (etnia árabe, a diferencia de sus correligionarios iraníes quienes son de la etnia aria). Pero una cosa es repudiar y comprender sus agravios y otra es avalar sus crueles venganzas.

El gobierno kurdo-chiíta de Talabani-Maliki mejor hubiese iniciado la supuesta "nueva era de justicia" con un perdón magnánimo que hubiese sido un acto ejemplar para los pueblos de la región, a los que la banca israelí-anglosajona empuja al precipicio de la balcanización para adueñarse de su codiciado petróleo.

El asesinato de Saddam, abogado de formación que no era ninguna perita en dulce porque en Medio Oriente no existe tal distintivo, es tan ilegal como toda la invasión anglosajona y la imposición de un régimen espurio colocado bajo el montaje democrático de "elecciones libres" en las que participó ignominiosamente el fétido IFE mexicano que envió al panista Alonso Lujambio y la priísta Jacqueline Peschard a operar la pantomima electorera de Baby Bush.

La charada del juicio de Saddam que desembocó en su asesinato huele singularmente a petróleo, por el cual la dupla anglosajona invadió Irak (segunda productora de la OPEP) en contravención de las leyes internacionales y con invento de coartadas.

A Baby Bush, marioneta de las petroleras anglosajonas, le vale un pepino la justicia y la democracia en Medio Oriente, en general, y menos en Irak, en particular. Ni Baby Bush ni la dupla Talabani-Malaki están capacitados para rendir una justicia que sea aprobada por la conciencia universal, que pueda ser "juzgada" como tal por los libros de historia.

En lugar de perseguir las abominables atrocidades estadunidenses en la siniestra cárcel de Abu Ghraib, la dupla Talabani-Maliki optó por ahorcar a Saddam por consigna teledirigida.

La afrenta universal de la dupla Talabani-Malaki es triple: 1. desoye las súplicas no solamente de las excelsas Amnistía Internacional y Human Rights Watch, sino, peor aún, las de la Unión Europea (que con justa razón repudia la barbárica pena de muerte), el Vaticano y de India, que teme que la conflagración chiíta-sunita se extravase a su incandescente frontera con Pakistán; 2. ejecuta su sentencia en vísperas de la festividad más importante del Islam, Eid-Al-Adha, lo cual le confiere un simbolismo de sobredosis afectiva, y 3. lo entrega metafóricamente como trofeo de guerra a la torturadora teocracia bushiana.

Los cuatro días de festividades de Eid-Al-Adha, que este año se traslapa con el nuevo año del mundo occidental, no serán iguales para los chiítas, quienes gozarán el asesinato de Saddam con júbilo delirante, compartido en menor grado por los kurdos arios, a final de cuentas de religión sunita, mientras los sunitas árabes y no árabes sufrirán su duelo con el dolor contenido previo a la explosión.

Para Washington la cabeza de Saddam constituye un preciado trofeo de guerra doblemente explotado para los fines mercadotécnicos de Baby Bush: 1. su sentencia a muerte fue pronunciada dos días antes a las elecciones del 7 de noviembre con el fin de aminorar el rechazo contra su aventura militar unilateral a Irak, y 2. la ejecución se cumple dos días antes del anuncio en Año Nuevo del flamante plan para Irak de Baby Bush, el cual sueña con la "victoria (sic) final" mediante el simple incremento de 40 mil soldados a los 130 mil invasores que no han podido someter a los sunitas del partido Baas, especialistas de la "guerra asimétrica".

La dupla Cheney-Rice ha desdeñado que tanto 85 por ciento del mundo islámico (mil 500 millones de fieles) como del mundo árabe (330 millones) pertenece al sunismo y, al contrario, se ha confinado a una aritmética muy simplona del 80/20: su nuevo plan para aplicar en Irak que, a nuestro juicio, es detonado con el asesinato de Saddam.

Las cuentas alegres de la dupla Cheney-Rice pretenden que la sumatoria de una coalición de 60 por ciento de chiítas y 20 por ciento de kurdos pueda derrotar al 20 por ciento de sunitas. Este esquema simplonamente lineal abulta la demografía tanto de los chiítas como de los kurdos; estos últimos igualados en forma increíblemente grotesca con los sunitas de Irak quienes, según nuestra percepción (dejando de lado 5 por ciento de minorías como los caldeos-católicos y turcomenos), comprendería entre 35 por ciento y 40 por ciento, mientras los kurdos representarían entre 10 por ciento y 15 por ciento y los chiítas contarían entre 50 y 55 por ciento. Como se nota, las estadísticas demográficas adelantan las limpiezas étnicas por venir.

Más aún: la alianza artificial entre los chiítas árabes (apoyados por sus correligionarios arios de Irán) y los kurdos sunitas arios constituye una verdadera contra natura histórica, al menos que exista un acuerdo tras bambalinas para la balcanización de Irak y el reparto petrolero de su féretro.

No existió grandeza ni en el fondo ni en la forma cuando Saddam también pudo haber sido acribillado en un paredón, como mínima indulgencia a quien es considerado "mártir" en el mundo sunita árabe y donde a partir de su deceso ha entrado a la hagiografía de sus héroes inmortales en una tierra transtemporal donde nació la civilización y que gestó a Gilgamesh, Nabucodonosor II, Hammurabi y Harún Al-Rachid.

A partir de hoy todos los pecados de Saddam, muchos de ellos "capitales" sin duda, han sido reciclados y redimidos cuando ha entrado por la puerta grande de la leyenda que tanto fascina a los pueblos de la región que se nutren de los mitos milenarios de sus héroes.

Tras haber logrado la hazaña de haber detenido al ejército más poderoso del mundo que llevó la destrucción y la muerte con el fin de adueñarse del petróleo iraquí, los sunitas del partido Baas ahora poseen a un icono invaluable: Saddam, quien es más peligroso ahora que cuando gobernó tiránicamente o fue encarcelado porque su imagen de "héroe" y "mártir" se ha impregnado en el inconsciente colectivo de sus fieles seguidores listos a ofrendar sus vidas para que el mito perviva.

La leyenda no muere: hoy sigue más viva que nunca cuando Saddam se convirtió en su flama votiva.

 
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