Número 129 | Jueves 12 de abril de 2007
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Tratamientos y “curaciones” para el VIH/sida

Cómo saber si se trata de un fraude

El VIH/sida es una infección aún sin cura y las terapias para su tratamiento pueden provocar muchos efectos secundarios.
En respuesta, ha prosperado la oferta de “curaciones” subterráneas y tratamientos basados en teorías no probadas (a menudo absurdas) o que son abiertamente contradictorias. En este texto, algunas recomendaciones para estar alertas y cuidar de la propia salud.

 

Evaluar las curaciones mágicas para el VIH/sida —separando las verdaderamente absurdas de las que tienen alguna lógica— es mucho más difícil de lo que parece. La mayoría ofrecen evidencias de clientes satisfechos, pacientes seropositivos al VIH que creen haberse beneficiado. Escuchamos lo que dicen algunas personas sinceras que han visto aumentos en sus recuentos de células CD4, que dicen “sentirse mucho mejor”, o que se han “recuperado milagrosamente” de alguna infección o condición médica. Con estos “creyentes verdaderos” es difícil argumentar, ya que están convencidos de que el tratamiento que han descubierto es el responsable de su nuevo bienestar.

Cuestión de sentido común
Las instituciones gubernamentales correspondientes deberían investigar todos estos tratamientos —y a quienes los practican— que alegan poseer beneficios carentes de cualquier fundamento. Muchos pacientes asumen que si estos productos no son silenciados por la ley, deben ser legítimos; es como creer que porque leemos algo en los periódicos o lo escuchamos en la televisión, debe ser cierto.

Lo más triste y peligroso de las curaciones milagrosas no es el dinero que le sacan a las personas con problemas de salud, sino el daño que le hacen a quienes podrían beneficiarse de los tratamientos probados científicamente, que se dejan de lado tras la búsqueda de alternativas “prometedoras”. De hecho, si se apartan de sus medicamentos regulares para ensayar un tratamiento que virtualmente no tiene ninguna probabilidad de producir beneficio, están arriesgando un deterioro de su salud.

A menudo todo lo que se requiere es utilizar el sentido común. Obviamente hay personas en circunstancias muy difíciles que piensan que no tienen nada que perder. Pero un momento de claridad puede encender las alertas frente a opciones cuestionables.

Cuidado con las evidencias anecdóticas
Siempre resulta impactante escuchar decir a una persona en vivo —o en televisión, o prensa— que un tratamiento funciona. “Si le funcionó a esa persona, ¿por qué no me va a funcionar a mí?” Pero los reportes de éxitos, que a menudo resultan falsos, desafortunadamente no ayudan mucho. De hecho casi nunca ha existido un tratamiento en la historia de la epidemia para el cual alguien no haya alegado que le funcionó bien. Sin importar qué tan poco científico o claramente mercenario parezca ser el mercadeo de un tratamiento, siempre habrá un grupo de creyentes verdaderos que lo defiendan con evangélico entusiasmo.

Existen ciertas razones obvias, aunque un poco sutiles, por las que algo parece funcionar para alguien. Una es el poder de la mente. En los estudios, las personas que creen que están recibiendo una sustancia tóxica con frecuencia experimentan efectos secundarios, aunque hayan tomado un placebo (pastilla de azúcar). Al mismo tiempo, las personas que piensan que están obteniendo un medicamento beneficioso a menudo sienten alguna mejoría, al menos durante un tiempo, aunque después se compruebe que dicho medicamento no produce tales efectos o se trate de un placebo. Estos no son eventos imaginarios, las personas a menudo experimentan cambios que son mensurables, pero no siempre son debidos al tratamiento. El denominado “efecto placebo” es real, por eso en los estudios se utilizan procedimientos complejos para separarlo de los efectos reales del medicamento.

El testimonio personal por sí mismo, sin importar qué tan sincero sea, no es una buena base para tomar una decisión. A veces, la sinceridad del médico o practicante que los indica o vende también nos dice algo; aunque existen unos pocos embaucadores consumados, la mayoría de los practicantes creen fervientemente en sus propios productos.

Nadie comprende completamente o puede predecir el “curso natural” de la infección por VIH. En personas que reciben tratamiento y en las que no, los recuentos de células CD4 se elevan y bajan, los síntomas van y vienen, y existen largos períodos de estabilización, así como deterioros pronunciados. La actividad del VIH varía grandemente de persona a persona. Los estudios controlados son los únicos medios conocidos para separar con exactitud los resultados del tratamiento de los vaivenes de la salud provocados por la infección del VIH, o por el efecto placebo.

Señales de un charlatán
Los tratamientos alternativos costosos deben ser puestos en duda. En general, mientras más costoso sea el tratamiento, más evidencias deberá usted exigir sobre su funcionamiento.
Si no se han hecho o se planean hacer estudios sobre su eficacia, averigüe por qué. Más vale que haya una buena explicación. Cualquier variación de las frases: “es demasiado complicado”, “no poseemos los recursos necesarios”, “no tenemos tiempo para esperar”, “estamos demasiado ocupados salvando vidas”, o “el sistema está contra nosotros” es una señal de alarma. Existen procesos válidos para determinar qué es lo que funciona.

Cualquiera que diga tener la curación para el VIH pero cuya área de especialización es bien distinta al sida es sospechoso. Un médico general sin una especialización no está plenamente capacitado para dar seguimiento a un paciente con VIH, ni hablar de los que no tienen una carrera médica. Cualquiera que cite artículos de una publicación desconocida o investigaciones llevadas a cabo en instituciones oscuras es sospechoso. Las referencias a fundaciones, organizaciones o centros con títulos rimbombantes de los que nadie ha escuchado antes, debe ser una gran señal de alerta.

Versión editada del documento “Cómo identificar el Fraude en el sida”, de la organización Project Inform, enero de 2007. www.projectoinform.org