Usted está aquí: lunes 30 de abril de 2007 Cultura Nadie es Dios

Hermann Bellinghausen

Nadie es Dios

La medianoche quedaba atrás. En el bullicio del viernes ya era sábado. A las puertas del hotel Bauen (que no es un hotel cualquiera, pues está ocupado por sus trabajadores y funciona en cooperativa, sin patrón, a pocos metros de la avenida Corrientes, que no es poco), en el ambiente paseador de Callao, dos o tres grupos de jóvenes esperaban entrar a una tocada de rock bajo tierra, o salían de ella. De uno de estos grupos se desprendió un chico (como llaman acá a los chavos) con un fajo de volantes en la mano, se me plantó enfrente y me interpeló con seriedad:

-Vos, ¿sos Dios?

A lo largo del día me habían hecho preguntas inusuales pero ninguna como esa. Subrayo la seriedad de su actitud. O sea, no me consideré víctima de burla, chiste, encuesta o apuesta alguna. Busqué contestar adecuadamente, por si una u otra cosa. No quería decepcionarlo.

-Casi. Todavía no.

Pareció bastarle. Asintió. Vestía de negro como el resto de chicos y chicas con quienes se encontraba. En alguna parte de su rostro, no recuerdo cual, llevaba un piercing. Su cabello también era negro. Muy. Retornó al grupo y algo informó. En algún punto intermedio entre lo punk y lo gótico, me miraron con simpatía.

Había salido del bar del hotel a echarme un cigarrito. Entrenado en las draconianas leyes californianas, eso de tirarse a la calle para fumar me resulta normal. Aquella noche iniciaba la lectura de un reciente libro de César Aira, Yo era una chica moderna (Interzona, Buenos Aires, 2004). Los chicos y chicas allí podrían venir de ese u otro libro parecido (como La prueba o Las noches de Flores). Tras unos días en la ciudad porteña se me ocurrió que Aira, un escritor fantástico en los distintos sentidos de la palabra fantástico, es en realidad costumbrista. Por extensión, y comprobando una vieja sospecha, comprendí que asimismo Cortázar, Bioy y el vecino Felisberto.

Horas atrás navegaba los cruceros de Corrientes y una chica (menos chica que los punquetones de Callao) se dirigió a mí desde el corazón de la multitud y me ofreció trabajo. Quinientos pesos, que en Argentina es una lana, por menos de dos horas de hacerme tonto.

-Usted es la persona que estoy buscando. Llevo días. De lejos lo vi y hasta me crucé en luz roja.

En resumen, quería contratarme para un anuncio de fernet, bebida espirituosa pero digestiva de gran consumo acá. Inventada en Milán en 1836 para la botica de un tal Branca, quien obtuvo la receta de un tal doctor Fernet, la bebida arraigó en Córdoba en boca de los migrantes italianos y hoy es una más de las obsesiones nacionales de un país rico en obsesiones. Los jóvenes la mezclan con hielo y Coca-Cola, lo que los mayores consideran un pequeño sacrilegio.

De pianista. Representando a un pianista, dijo la chica, muy profesional. Que llevaba días. Que "daba el tipo" para su casting. Dentro de dos semanas, no hoy ni mañana. Con la pena del caso, respondí que para entonces habría dejado el puerto. Intentó insistir. Cuando le conté que estaba de paso desistió, decepcionada, y me miró alejarme con la melancólica frustración de quien suelta un pájaro útil.

Comenzaba a acostumbrarme a preguntas, pájaros y situaciones inesperadas en el centro y el arrabal. A payasos majaderos haciendo rifas solidarias. A la proliferación escenográfica de parejas bailando tango en posiciones comprometedoras, idénticas a las postales que venden en los quioscos y las librerías de la ciudad con más librerías del planeta.

Ese mismo viernes, por correo electrónico, una desconocida me confió que lleva 17 años queriéndome preguntar sobre un relato que publiqué en 1990 cuyo personaje sería ella misma, y las dos hermanas del cuento se llaman igual que las suyas. No tengo idea de quienes son. Mi sorpresa fue simétrica. Resentí la necia disyuntiva entre realidad y ficción. ¿Son los aires de Buenos Aires? ¿O qué es "lo normal"?

En radios y televisores Vicentico le canta estos días al árbol de la plaza del barrio viejo que no crece más. "Hay que llamar a la tormenta a ver si llueve". Convoca a bailar "la noche entera", pues "si el agua moja la plaza la muerte vuelve a su casa. Llueve, llueve, nadie se mueve" (Los pájaros, Sony-BMG, 2006). Otra obsesión local son los árboles, las fábricas papeleras de Uruguay, la contaminación eterna que acecha en cualquier rincón de aquí al fin del mundo.

Los chicos nocturnos de Callao me seguían mirando con algo parecido a la amistad. Sonreían. Y empezaron a aplaudir. Todos. Sintiéndome un payaso en evidencia, me quité el sombrero, hice una torpe reverencia y agradecí. En ese momento se detuvo un taxi conducido por un hombre idéntico al presidente Kirchner, o sea medio feo (tal vez primo por el lado paterno, o materno). Se apeó una rubia grandota y llamativa, en realidad travesti, y tras ella otro que era otra y uno más de saco y corbata que resultó la única mujer del trío. Entraron al hotel rumbo a una función de teatro abajo al fondo. Ellos tampoco eran Dios, pero al menos sumaban tres.

 
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