Número 131 | Jueves 7 de junio de 2007
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Nosotros los narcos

Por Joaquín Hurtado

Casa de Lalíber. Reunión de locas de otro siglo. Tímido contador de cincuenta años, Lalíber hace honor a su apodo porque canta todos los tangos e imita cuanta escena memorable le pida usted de Libertad Lamarque. Lalíber ya nos aburre con una canción que ha repetido ocho veces. Un tema se impone: la matanza del narco que mantiene a la ciudad en vilo. “¡Ay, no nos hagamos pendejas!”, dice uno que es director de escuela, “¿quién no ha probado alguna droga en su vida? Todos somos narcos.”

Uno que tiene un puesto de yerbas y brujerías en el mercado Juárez dice “pues a mí que me esculquen, yo para nada, qué asco.” Recibe la rechifla de todos. Otro le responde: “pero bien que tragas cuanto chocho venden para quitar el hambre y perder peso. ¡eso también es droga!”
“¿Y tú, flaco?” Me miran viboronas e inquisitivas porque dizque soy el intelectual que todo lo analiza con seriedad, el activista que sermonea y moraliza con irreductibles netas a la menor provocación. Sonrío. Recién les había contado que ando en pos de un cholito de crucero. Los cholos no andan sin coca inhalada o inyectada, y de allí para abajo: mariguana, pastillas psicotrópicas, solventes y exóticas mezclas caseras que los ponen a tono. Chiditos machines que acaban en el más devoto homoerotismo.

Y me abrí: coger enmariguanado es lo más parecido al orgasmo perfecto: eterno, nirvánico, enriquecedor del estado físico, mental y espiritual. ¡Hasta platico con el bicho! Pero a la grifa combínale doble dosis de Efavirenz y ay diosito santo, te pones de tú a tú con el Diablo. Ay de mi pobre hígado.

Cuando estoy con estos rústicos y frívolos jotos me siento ligero, liberado. Me dejo caer del andamiaje aséptico y medroso donde solemos habitar las sidolocas cultivadas en una identidad impostada, artificial, hipócrita; que nos esmeramos hasta la compulsión por hacer ejercicio cronómetro en mano, comer balanceado, chequear semanalmente las biometrías de nuestros pulcrísimos organismos, y qué horror cuando la creatinina nos sube o las lipoproteínas de alta densidad nos bajan: escúchenos usted agonizar tres horas al teléfono y decir ya no vale la pena seguir luchando.

En casa de Lalíber nadie se ha hecho siquiera la prueba de Elisa. Corazón que no sabe, corazón que no teme. Estoy casi seguro que ni usan condón . “¿Para qué, con lo rucas que estamos?” Ya caerán de pronto. Y “¿dónde está la Lulú que nos daba el reporte mensual de los nuevos echaderos regiomontanos?” Y verlas a todas arquear la ceja, apretar los labios, bajar la mirada y pedirle a Lalíber: “ponme de nuevo la escena donde Lamarque trae aquel vestidazo que tanto me gusta”.

Luego cambiar de tema: “¿Y tu te hubieras encuerado en el Zócalo?.” En Monterrey será imposible por varios siglos. Vivir en provincia tiene su encanto. Sobre todo es un infierno. Por eso ya ni insisto, ni les echo más imbéciles rollos al ver que estas locas se hacen pendejas cuando pregunto por la Lulú, amorosa cocodrila, quien ya no vendrá jamás a bailarnos su espléndida Ninón Sevilla.