Número 131 | Jueves 7 de junio de 2007
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

Spencer Tunick en México

1, 2, 3… ¡Fuera pudores!

En paralelo a la curiosidad mediática por el trabajo del fotógrafo estadunidense Spencer Tunick, el desnudo masivo en el Zócalo de la ciudad de México permitió a los chilangos mirarse sin ropa y sin la mácula del pudor ligado al sexo. El cuerpo se manifestó libre y mostró, una vez más, que es un campo de batalla. Aquí, las voces de algunos participantes.

Fotos Elizabeth Belem Castañeda

Más que genitales
“1, 2, 3. Naked uuuuuiiiiuuu”. Acomodamos nuestra ropa junto al morbo y el pudor, con cuidado de no olvidar el lugar exacto. Como recién nacida, una masa homogénea de piel y pelos toma el zócalo. 36 mil pezones erectos por el frío. Casi de inmediato nos acostumbramos. Libertad, identificación, complicidad, hermandad. La calma y la liviandad mezclada con esta manera muy chilanga de entendernos en el desmadre, esperando el siguiente comentario divertido para reír.
“Parados viendo la cabeza del de adelante o al artista”. El traductor es involuntariamente chusco. “Muy bien, ahora saluden como mexicanos”: miles de codos se alzan en el aire en colectiva mentada. “No, como saludando a la bandera”. “Aaah”. La segunda posición: “recostados con la cabeza hacia el asta”. El suelo está frío y húmedo en algunas partes, pero no importa. Unos pajaritos sobrevuelan el zócalo. Esta foto me parece la mejor, los colores y las texturas simulan un remolino en el lago desaparecido. La tercera posición, por mucho la más incomoda y en la que más nos demoramos. Posición fetal con las rodillas en el suelo y la cabeza a pocos centímetros de las nalgas del de enfrente, con la posibilidad, si no de recibir un pedo como saludo, si de conocerle las amígdalas al susodicho. Al otro día me busco en todos los periódicos, en la red y en los noticiarios. No me encuentro en las fotos, pero sí me reconozco en un lugar y tiempo fascinantes, con la sensación de haber iluminado algo más que mis genitales.
Emanuel Leyzaola, estudiante

¿A dónde van?
Era tomar la plaza pública para los cuerpos desnudos, hacer de mi epidermis parte de la pieza, pero no de la foto. Lo importante era estar ahí. A las cuatro de la madrugada, parejas de distinto y un mismo sexo se dirigían presurosas al zócalo. Instalados en la espera sobre la plancha, entre goyas y murmullos nos miramos a la cara y quisimos saber de nosotros, en poco tiempo todos platicábamos; había movimiento, gritos, risas, y aun así se sentía un desasosiego contenido. Hubo fiesta en los sanitarios colocados para la ocasión.
Al verme desnudar, ver desnudarse a cientos alrededor de mí, ver cómo se imponía la piel sobre la ropa, sentir el calor de los otros, el cercano olor del extraño, dispuestos a ser, uno a uno, los elementos acumulados para la instalación de Tunick, se me revelaron las formas que ya había memorizado durante el tiempo de espera sobre telas, braguetas y botones. No miré a la cámara, nunca lo hice, mi relación con el artista sería de lo más impersonal y efímera, observé mi entorno, observé la fila de penes a derecha e izquierda, pocas veces interrumpida por un cuerpo de mujer. Estuve ahí para ser cómplice de un acto para erradicar la vergüenza o el miedo que al propio cuerpo o al ajeno se nos enseña a sentir, posé para que fuese el triunfo de la carne y la victoria de una ciudad que por momentos lució un lago de epidermis en su corazón.
Oscar Sánchez, fotógrafo

Desnudo zócalo desnudo
Salí de Uruguay, donde vivo, a las 4:20 am. Contra toda lógica, tuve que rodear varias calles para llegar al zócalo. De Regina hasta 5 de Febrero y de ahí… al caos. Hordas de gente haciendo mil y un colas para entrar a la plancha de la gran Tenochtitlan. Coches por doquier. Después de caminar, ir y regresar, saludar y sudar, alguien nos regala un formato para entrar, pues Dani no traía. Muchos de los que se encuentran apilados en Madero, con chela en mano, comienzan a gritar “por-ta-zo, por-ta-zo”. ¡Esto es México!, me digo.
“¡Qué onda, güey! ¡Qué chido!”; “¿Ya viste? ¡Esto se va a poner chingonsísimo!”; “Por favor, permanezcan sentados, por favor”; “¡Chinga tu madre, pendejo! Ja ja ja” Todas estas expresiones se dejan escuchar mientras, pacientes y algo nerviosos, esperamos. La bruma es tenue y el frío hace que todos nos apretujemos un poco para darnos calor humano, calor fraterno. Se siguen llenando las calles aledañas y sigue entrando gente. Por fin, el momento ha llegado: “Uno, dos, tres” y las ropas van quedándose ahí, en el piso ya cálido. Unos corren de inmediato, abren los brazos. El mestizo hormiguero todo lo va abarcando. ¡Ya tómala, chingada madre! ¡Esto es México!, me digo.
Roberto Rueda Monreal

Escuincles embelesados
No faltaron aquellos, muy expertos en arte, que creyeron que lo importante de las fotos de Tunick eran las fotos de Tunick. En su preocupación porque se supiera que no consideraban arte el trabajo del conocido fotógrafo, llegaron a calificar a la masa de modelos como carnes Bachoco y al fenómeno como un acontecimiento de cultura Walmart. También se habló mucho de la desafortunada separación de modelos por su sexo y los problemas logísticos y contradicciones de lo discursivamente correcto que se suscitaron por ello. Nada de eso borra lo interesante de la gran travesura que fuimos capaces de llevar a cabo aquella memorable mañana de mayo. Aunque algunos asistentes ya eran consumados nudistas, lo interesante es que la simple ausencia de ropa causara en la multitud la euforia que no causa un baño público o un espacio nudista nacional o extranjero. Era verdaderamente infantil; en el mejor de los sentidos. No éramos pollos Bachoco, ni niños Walmart o Green Corner. Éramos muchísimos escuincles embelesados con lo que estábamos haciendo. No importaba si estábamos panzones o nalgones o chichones o peludos o cebosos o pedorros o llenos de barros. Estábamos sencillamente encantados, al saludar a la bandera ausente, al mirar el cielo azul o nuestro prójimo, mientras se nos clavaban piedritas en la espalda o en las rodillas, mientras escuchábamos y contemplábamos a tanto cómplice sorprendido y seducido por un México menos teórico y más preciso.
Alfonso Medina Urrea, lingüísta

Un acto contra los uniformes
Poco antes de llegar al zócalo había tanta gente formada en varias filas que me dio miedo no alcanzar a entrar. El ambiente era festivo, todos bromeábamos. La espera del momento cumbre transcurrió entre chistes y bromas, no sin un dejo de nerviosismo. Tunick nos decía que tratáramos de ganarle al sol, y cuando dio la señal para que nos encueráramos completamente, muchos ya lo estaban. Algunas personas se tapaban el pecho o los genitales cuando acabaron de quitarse la ropa. Una vez acomodados en la plancha del zócalo, desapareció la ansiedad, nos sentíamos contentos, retadores, pero sobre todo libres. Pudimos apreciar la diversidad de cuerpos reales, sin la ropa que de alguna manera nos uniforma, ni los cuerpos estereotipados que son otra forma de uniformar. Afortunadamente, los perfumes que ocultan el olor humano se habían evaporado.
Al final se tomó una foto de puras mujeres, me gustó apreciar los cuerpos femeninos y ser parte de ello. Todo iba bien hasta que alguien gritó: “¿Por qué dejaron entrar a más gente?”, se refería a los hombres que hacía un rato se habían tomado las fotos con nosotras. A decir verdad, el sentimiento de amenaza que se percibía era sólo reflejo de las condiciones de inseguridad en que vivimos las mujeres, pues amenaza real nunca la hubo. La vivencia de libertad y compañerismo fue algo inolvidable. Deberíamos construir más espacios así, donde podamos vernos con los cuerpos reales, Las playas nudistas son insuficientes, hacen falta parques nudistas.
Ursula A. Sánchez Buelna