Usted está aquí: domingo 15 de julio de 2007 Cultura Bioagradable

Bárbara Jacobs

Bioagradable

Entre los libros mínimos y los libros máximos están las biografías. ¿Qué hacer con la adicción a su lectura? En estos días viajaron en mochila al hombro por avión hasta mis expectantes manos y ojos las primeras vidas escritas de dos personajes de nuestro tiempo, atractivos para todo lector y que nombro tentadora y cronológicamente, Lucia Joyce y Patricia Highsmith.

Cada volumen rústico tiene más de 500 páginas de texto con tipo, aunque para mí todavía legible, pequeño. Indices, fotografías, notas, información. Y quiero leer las dos; y estoy leyendo las dos. Y las leo entre los libros mínimos y los libros máximos que también leo, como a quien no le importa volverse loco por lo mucho que lee y aun a sabiendas de que es más lo que disfruta al leer que lo que aprende para hacer el bien a la humanidad tras cada lomita, pero con las ideas un poco cruzadas y las palabras un poco más.

Leo mis libros con linterna cuando se va la luz o cuando no ha acabado de amanecer; arrellanada contra almohadas en la cama o los cojines en un sillón que está debajo de un domo que no ahoga el ruido de la lluvia que le cae encima, ni las veloces pisadas leves de las ardillas que lo recorren de un lado a otro mojadas, con una castaña (lo que aquí y ahora es una licencia poética) entre los dientes y con la rojiza cola larga de tupido pelambre pesado sin duda parada.

Si supiera conjugar el verbo roer compararía más sueltamente mi lectura con lo que hacen los roedores con las nueces, los piñones y en su caso las castañas, fruto rico en almidón.

A medida que leo las introducciones y me adentro en los capítulos de las biografías de Patricia Highsmith y Lucia Joyce me hago un cuestionamiento sin respuesta tras otro, lo que no me detiene de seguir leyendo y urdiendo cuestionamientos sin respuesta. Me pregunto si me interesa la biografía por el personaje en sí o por su mundo; me pregunto, entre la biografía y la autobiografía, cuál género puede aproximarse más a recoger la verdad de una vida o si depende de la mano que la escribe.

Pero si depende de la mano que la escribe, quisiera saber si vale por la verdad que recoge o por lo que sea que transmita la mano que la escriba. No voy a preguntar qué es la verdad. Ni tampoco qué determina la autoridad de una vida escrita. Hago observaciones como la de que, mientras toda autobiografía es valiosa, no toda biografía tiene por lo menos algún valor. Me pregunto si la frontera entre una biografía y una novela es frontera, abismo o cambio de sistema astral. ¿Te diría algo la biografía de un personaje del que no existieran pruebas de que hubiera existido? ¿Qué te haría leerla con interés? Si se trata de la biografía de un escritor, ¿la leerías en lugar de leer sus propios libros?

En las biografías de Lucia Joyce y Patricia Highsmith, ambas de 2003, es notable el avance del género biográfico. Cada vez hay más campos en los que situar al biografiado, desde el más cotidiano hasta el más histórico. La vida de ningún sujeto debería ya salir a la luz si no ha pasado antes por las miradas que han alcanzado las diferentes ciencias, artes, técnicas y humanidades.

El biógrafo que no analiza su material con todos los instrumentos que hoy están a su alcance es un biógrafo limitado, y la biografía que escriba será a su vez una biografía limitada. No digo que no se escriban ya esta clase de biografías, que no se publiquen y que no se lean; pero cuando esto sucede es lamentable y lo es por desgracia.

Tampoco digo que a mayor uso del instrumental, mejor la biografía, entre algunas otras ahí está la de Boswell para probarlo. Pero que lo deseable sea echar mano de cuanto hay para procurar retratar mejor a un personaje, es innegable.

Gracias a que el biógrafo Andrew Wilson hizo uso de los adelantos a los que me refiero, la homosexualidad de Highsmith se aborda desde la primera página, por ejemplo.

Por su parte, Carol Loeb Shloss ni siquiera habría ideado la biografía de Lucia sin el progreso de la liberación femenina. Para el buen éxito de los dos casos, además, intervino la aplicación de legislaciones de derechos de autor, aunque algo tarde para la biografía de Lucia, pues mucho del material que la pudo haber fundamento con mayor precisión ya había sido destruido, tanto por pruritos morales, como por las consecuencias de la imposición política de una guerra mundial.

Pero la vida de un lector es triste. Consiste en conciliar la lectura y la vida a sabiendas de que son irreconciliables.

 
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