Usted está aquí: martes 27 de noviembre de 2007 Economía A toda prisa

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Tecnología

A toda prisa

Ampliar la imagen India y China tienen mucho más que ganar con la adopción y asimilación de tecnología que con la invención India y China tienen mucho más que ganar con la adopción y asimilación de tecnología que con la invención Foto: Archivo

A finales del siglo XI, mientras los europeos medían la hora con relojes de sol, Su Sung, de China, finalizaba su obra maestra: una clepsidra de gran complejidad y exactitud. De casi 12 metros de altura, la “máquina cósmica” de Su tenía un margen de error de unos cuantos minutos por cada 24 horas. Desde un par de tanques que llenaban unos sirvientes, corría un flujo estable de agua que se derramaba a través de una serie de baldes montados sobre una rueda. La rotación de la rueda hacía girar al reloj, así como una esfera astronómica y un globo que trazaba el movimiento del sol, la luna y los planetas. Los tambores golpeaban 100 veces al día; las campanas tocaban cada dos horas. Una réplica, construida de manera minuciosa con métodos contemporáneos, gira actualmente en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Taiwán.

La relojería fue sólo un esfuerzo científico en el que China e India eran líderes mundiales antes del siglo XV. Los conocimientos de China en hidráulica, fundición de hierro y construcción de barcos superaban a los de Europa. Sus máquinas para despepitar algodón e hilar la seda sólo carecían de lanzadera volante y barra de dirección para igualar los dispositivos del siglo XVIII que impulsaron la Revolución Industrial. Lavarse los dientes con cepillo, protegerse de la lluvia con un paraguas plegable, voltear la carta de un juego, encender un fósforo, escribir, pagar –o incluso limpiarse el trasero– con papel; todo eso se lo debemos a los poderes de inventiva de China.

El genio de India, entonces como ahora, estaba en el software, no en el hardware. Su milenaria civilización introdujo “una revolución matemática” a partir del siglo V, cuando Aryabhata inventó algo parecido al sistema decimal. En el siglo VII, Brahmagupta explicaba que un número multiplicado por cero era cero. Hacia el siglo XV, Madhava había calculado más de 10 decimales del número pi.

Después del siglo XV, sin embargo, el reloj tecnológico se detuvo en ambos países, mientras se aceleraba en Europa. Esta pérdida peculiar de ímpetu, hacía notar Joseph Needham, gran historiador de la ciencia china, necesita alguna explicación. ¿Por qué?, pregunta Needham, surgió la ciencia de Galileo en Pisa y no en Patna o Pekín?

En su libro El fiel de la riqueza, Joel Mokyr ofrece una explicación simple del estancamiento tecnológico chino: el Estado imperial perdió interés. Sus propósitos se beneficiaban más de la continuidad que del progreso y no había una fuente rival de poder que recogiera los hilos que soltaba. Roddam Narasimha, del Instituto Nacional de Estudios Avanzados de India, llega a una conclusión similar respecto de ese país. “Hasta el siglo XVIII, Oriente en general era fuerte y próspero, el status quo era confortable y no había gran presión interna para cambiar el orden global”, escribe.

Esa apatía ya no entorpece a esos países. Los dos bullen de ambición tecnológica. El gobierno chino no puede darse el lujo de escoger entre progreso y estabilidad, no puede tener paz social sin avance económico. En los 30 años pasados ha intentado adelantar el reloj. Puede que en 2015 sus científcos e ingenieros investigadores rebasen en número a los de cualquier otro país. Hacia 2020 aspira a invertir en investigación y desarrollo una proporción mayor de su PIB que la Unión Europea.

India, por su parte, atisba el futuro con optimismo poco característico. Su confianza tecnológica ha crecido en forma inmensa gracias al éxito de sus firmas de software y TI. Los embajadores digitales, herederos de Aryabhata y Brahmagupta, han ganado aclamación por su dominio de los unos además de los ceros.

Pero mientras los poderes tecnológicos indios causan oleaje en el mundo, en su propia sociedad apenas si agitan la superficie. India produce más ingenieros que EU, pero cuenta con sólo 24 computadoras personales por cada mil personas, y menos de tres conexiones de banda ancha. Por ahora, India cuenta más para la tecnología que la tecnología para India.

Es una pena. India y China tienen todavía mucho más que ganar con la adopción y asimilación de tecnología que con la invención. Algunas de sus mejores mentes se agregan con generosidad al acervo mundial del conocimiento, pero la tarea más urgente para los países como tales es hacer un uso más amplio del conocimiento que ya existe. De hecho, el Banco Mundial ha calculado que India podría quintuplicar el tamaño de su economía si se pusiera al corriente consigo misma, es decir, si sus mediocres industrias pudieran acercarse al nivel de las mejores. Ambos países salen perdiendo cuando las políticas para promover la invención, como el impulso chino a la innovación “local” o las recientes leyes indias sobre patentes, sirven para bloquear la difusión.

Dicen los residentes extranjeros que un año en China es como diez en otro lado. Su reloj ya avanza más aprisa. Pero los engranes que impulsan el progreso tecnológico son tan intrincados y delicados como el mecanismo de Su Sung. El gobierno chino corre el peligro de tratar de hacer demsaiado. Sus esfuerzos monumentales por educar y capacitar han llenado los tanques de su motor de innovación. Es hora de dejar nada más que el agua fluya.

Fuente: EIU

Traducción de texto: Jorge Anaya

 
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