Número 138 | Jueves 10 de enero de 2008
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NotieSe


Entrevista con Eric Fassin
La convivencia en la modernidad
Las uniones legales entre personas del mismo sexo son hoy un tema de discusión constante en la agenda pública occidental. Para el sociólogo francés Eric Fassin, se trata de una pretendida apertura a la “modernidad”. En entrevista con Letra S, el especialista en diversidad sexual reflexiona sobre las formas de convivencia, que dejan de ser asunto de imposición institucional para sostenerse en la elección individual.

Por Carlos Bonfil

La aprobación de leyes que reconocen las uniones entre personas del mismo sexo se ha convertido en un síntoma artificial de modernidad, que se utiliza más para destacar las bondades de la cultura occidental que para reconocer las nuevas formas de convivencia, que son ya una realidad. El sociólogo francés Eric Fassin, profesor de la Escuela Normal Superior de París e investigador que ha tomado la sexualidad como punto de partida para su reflexión sobre las sociedades contemporáneas —con su concepto de “democracia sexual” (Letra S 119)—, charla con Letra S sobre la trascendencia del reconocimiento a las parejas de homosexuales en las representaciones sociales. Fassin fue entrevistado en el marco de la serie de conferencias que impartió en México para la Cátedra Simone de Beauvoir, convenio entre el Programa Interdisciplinario de Estudios de la Mujer, de El Colegio de México, el Programa Universitario de Estudios de Género, de la UNAM, y la embajada de Francia. A continuación parte de la charla.

¿Las uniones entre personas del mismo sexo representan un desafío a la legislación familiar tradicional? Sí y no. No, en la medida en que muchas personas pueden interpretar que se trata del triunfo del matrimonio; muchas personas querrán casarse, así que el matrimonio, en cierto modo, se refuerza. “Hasta los gays quieren casarse ahora”. Eso, de alguna manera, fortalece la estructura tradicional.

Pero al mismo tiempo, queda establecido que no es necesariamente entre un hombre y una mujer, que no hay detrás nada de orden biológico o de leyes divinas o cosas por el estilo. Al contrario, queda claro que la unión se basa en decisiones individuales. En lugar de ser una institución dada por Dios o por la Naturaleza, ahora radica en una opción individual, lo que hace una diferencia importante. No se trata de meter a los gays dentro de los esquemas tradicionales, sino una transformación que hace a la institución matrimonial más y más una opción privada.

Hoy, en Francia, la mitad de los niños han nacido de padres que no están casados, o al menos que no están casados entre ellos. Esto nos dice que el matrimonio, al menos en Francia, no es más la base de la familia. El matrimonio va por un lado y la familia por otro, a veces se encuentran, pero no son la misma cosa. Esta realidad nos muestra esta etapa de transición. El matrimonio gay no es un asunto sobre preferencias sexuales, se trata de la evolución del matrimonio y la evolución de las instituciones reconocidas por los individuos para organizar su vida: el tránsito es hacia decisiones individuales, dejando atrás las obligaciones institucionales.

Luego de la aprobación de la Ley de Sociedades de Convivencia en la ciudad de México, ¿cuál es su percepción del avance legal en México y América Latina?


No se trata sólo de México, hay leyes similares o el impulso de una discusión en Argentina, Colombia, Ecuador. Lo más interesante en las regiones que han aprobado este tipo de leyes es cómo hay una idea de que el tema representa una forma de parecer modernos. Básicamente pienso como un líder de cualquier país fuera de Europa o Norteamérica que dice: “De acuerdo, quiero que mi país parezca moderno, por eso mandaré una señal al mundo entero, por ejemplo, aprobando algo sobre uniones entre personas homosexuales”; me parece que es una forma barata de sonar moderno. Bueno, es mejor sonar moderno que ni siquiera parecerlo, pero creo que es una forma que se piensa fácil para escalar a la modernidad.

Los activistas gays pueden pensar que el matrimonio es el objetivo y una vez que se consiga se ha llegado al fin de las batallas, se habrán resuelto todos los problemas. Es todo. No estoy de acuerdo. Creo que cada batalla debe desembocar en otras.

En la ciudad de México llama la atención que se trata de una urbe gobernada por la izquierda en un país básicamente conservador.


Es interesante volver a Francia para comentar el punto. En la reciente elección presidencial todos los candidatos se vieron obligados a decir algo sobre el tema de las uniones de parejas del mismo sexo. Eso es algo nuevo. Hace algunos años a nadie le importaba el tema. Esta nueva realidad obliga a los políticos a tener una postura, por ejemplo, el presidente Sarkosy, antes de ser electo, explicó que estaba a favor de los derechos de gays y lesbianas; incluso se tomó el tiempo de responder preguntas concretas de las revistas gays. Es interesante cómo el tema se ha vuelto parte de los problemas sociales, pues lo mismo está sucediendo en Los Ángeles o en la ciudad de México y el resto de Latinoamérica.

Cuáles son los efectos de esa “búsqueda de modernidad” en la opinión pública.
Actualmente, la gente suele defender más las decisiones personales que, por ejemplo, hace diez años. Cuando comenzó esta discusión sobre las decisiones individuales y alguien decía: “Vamos, abramos los matrimonios a los gays”, tenía que justificar la frase muy bien, pues básicamente todos encontraban absur- La convivencia en la modernidad Entrevista con Eric Fassin da, bizarra, antinatural, la propuesta. Hoy el panorama es justo el opuesto. Aquellos que se oponen al matrimonio entre gays tiene que justificar mucho más su postura. Se ha vuelto en un indicador del grado de modernidad de una sociedad: a diferencia de otros, nosotros apoyamos los derechos de los gays. Pero, ¿quiénes son los otros? Los inmigrantes, los musulmanes, los africanos y todos aquellos que son estigmatizados por no estar abiertos a la modernidad sexual. Es lo que yo llamo democracia sexual: el lenguaje de la modernidad permite, a un tiempo, empujar las cosas hacia delante y hacer caer en la trampa a las civilizaciones no alineadas. Con estos marcos, hoy es posible decir que la gente de África es retrógrada porque es homofóbica.

Es el caso de la reciente declaración del presidente iraní en su visita a Estados Unidos, cuando dijo que no existen los homosexuales en su país, que se trata de un problema occidental.


Ese ejemplo es claramente una manifestación internacional, pero también sucede al interior de sociedades como la francesa, en donde hay ‘clases educadas’, que suelen ser blancas —no lo dicen, pero sí lo asumen—, y ‘clases retrógradas’, que suelen tener la piel oscura y que tratan de manera despectiva a las mujeres y a los gays. Es el otro lado de la modernidad. Si quieres parecer moderno puedes decir: “Hagamos algo por las mujeres y los gays’. Y si estás contra las mujeres y contra los gays, estás contra occidente.

Pero también puede usarse en sentido contrario. Los que suelen ser descritos como los otros, los opositores a occidente, pueden responder: “Es cierto, no somos como ustedes, por lo tanto nos desharemos de los gays”. No les importa en lo más mínimo la democracia sexual en buena medida porque occidente suele utilizarla como un argumento en su lucha contra las culturas de oriente.

Es importante considerar que el concepto de democracia sexual es, precisamente, una herramienta crítica muy útil, pero compleja. Por un lado está la lógica de la democracia sexual, por el otro, la retórica de la democracia sexual y cómo se usa, con propósitos que a veces nada tienen que ver con su esencia, al contrario, puede volverse instrumento del racismo y la xenofobia. Pienso que, desde el interés en el avance de la democracia sexual, tenemos que observar con cuidado ese elemento retórico, pues pueden presentarse en conjunto, pero también pueden coexistir en conflicto. Eso es peligroso. Un buen ejemplo de los tenues límites entre práctica y retórica es Holanda, donde los derechos de los gays han sido usados para amedrentar musulmanes y extranjeros.

Creo que es sumamente contraproducente para los colectivos que luchan por los derechos de los gays y las lesbianas que sus triunfos sean utilizados como instrumento del racismo. Cierto, hay un precio que pagar, y mucha gente en el resto del mundo podría pensar que se trata de un nuevo instrumento del imperialismo.