Número 138 | Jueves 10 de enero de 2008
Director fundador: CARLOS PAYAN VELVER
Directora general: CARMEN LIRA SAADE
Director: Alejandro Brito Lemus

La vuelta al mundo en 80 coitos


A propósito de su libro Sexo global (Océano, 2006), Dennis Altman, especialista en género, sexualidad y globalización de la Universidad La Trobe, en Australia, diserta sobre las contradicciones entre moral sexual tradicional y la globalización de los deseos. Complementa el debate el escritor Carlos Monsiváis que con agudeza elogia la diversidad y su batalla global contra la política de la exclusión.

Por Dennis Altman

Escribí Sexo global hace seis o siete años en un mundo algo diferente: antes de que Bush se volviera Presidente y de que el terrorismo y la guerra en Irak ganaran terreno en el discurso internacional. El libro surgió de mi propio involucramiento en la política mundial gay y del sida, pero también a partir de una invitación a pasar siete semanas en la Universidad de Chicago, en 1997, donde había un seminario sobre globalización y sexualidad. El libro refleja así, de modo inevitable, mi conocimiento y mi experiencia personal, aunque me complace descubrir en él referencias a México, un país que desconocía por completo.

Mis escritos acerca de lo que un editor llamó “lo gay global”, una expresión inventada, creo, por la revista The Economist, se interpretaron a la vez como el ataque a una política de identidad occidental homogeneizada y como una propaganda encaminada precisamente a la creación de dicha identidad. Es posible que en ocasiones haya podido haber expresado torpemente la cuestión, pero siempre he estado consciente de que los conceptos de sexualidad y género varían de una sociedad a otra y de que existen muchas formas de imaginar la homosexualidad. También es cierto que una de las consecuencias de la globalización es una creciente afirmación de la identidad basada en la identidad sexual, y de que cada sociedad encontrará formas de modificar y desarrollar los modelos importados.

La sexualidad posmoderna
Sexo global habla de sida, de identidades sexuales y de trabajo sexual, pero también intenta discutir las políticas internacionales y los nuevos enfrentamientos en torno al género y la sexualidad, parte sustancial de la vida contemporánea. Las luchas que hoy se libran en México en torno al aborto, el trabajo sexual y las uniones del mismo sexo tienen repercusión en todo el mundo. De hecho es difícil encontrar sociedades en las que los asuntos del control y la regulación sexuales no se integren a la vida política.

Al escribir este libro sabía que sus argumentos básicos difícilmente serían nuevos o sorprendentes para un lector mexicano. Conocía ya algo del movimiento gay mexicano, en parte por mis contactos con activistas como Juan Jacobo Hernández y otras personas, y también por haber leído al escritor Luis Zapata —El vampiro de la colonia Roma— y al investigador Héctor Carrillo —La noche es joven. El propósito central del libro fue reunir la discusión sobre globalización —considerada comúnmente como un asunto de economía y política—, y la de sexualidad, la cual aún está relegada en muchas partes del mundo a un papel subsidiario en el discurso público, a pesar de las maneras en que economía y política modelan claramente el entendimiento y las identidades de la sexualidad. Ciertamente la globalización tiene un impacto importante en cómo imaginamos la sexualidad; resulta más difícil sin embargo determinar qué tanto ha modificado la conducta sexual, aun cuando hay pruebas de que las dislocaciones masivas del cambio contemporáneo también han creado posibilidades nuevas —así como nuevas restricciones— sobre lo que hacemos sexualmente.

De los días en que escribí el libro, en 2001, a la fecha, sospecho que dos situaciones importantes, ya presentidas, han ganado mucha fuerza: la disposición de Estados Unidos por imponer su voluntad donde pueda, sin importarle el multilateralismo, y el auge de fundamentalismos de todo tipo. Esto no se limita a la Cristiandad o al Islam, ya que en Asia observamos las consecuencias nocivas de las ideologías fundamentalistas hindúes, e incluso budistas, acompañadas a menudo, como en Ceilán, de una visión estrecha del nacionalismo. Al mismo tiempo Asia es el espacio de un consumismo en rápido crecimiento que refleja, pero también remodela, los peores excesos del capitalismo estadounidense. Las jerarquías raciales y de género que se observan en una ciudad próspera como Dubai, considerada con frecuencia un modelo de nueva ciudad global, hacen que los excesos y desigualdades en Estados Unidos parezcan en comparación menores.

US Export…
Es fácil mofarse del anhelo estadounidense de mejorar la moralidad de todos nosotros, en especial cuando se piensa en la manera tan estrepitosa en que ellos mismos han fallado en el intento. Pero hay que ser cautelosos. Los estadounidenses también han conseguido en ocasiones, con el apoyo tácito de funcionarios del gobierno y de sus fundaciones principales, apoyar de manera significativa la organización de los homosexuales y los sexoservidores. Cuando la gente marginada y oprimida por su género y sexualidad se organizan, lo hacen a menudo con la asistencia e inspiración de los estadounidenses, aun cuando su gobierno pueda coludirse a nivel oficial con los creyentes fundamentalistas de la administración Bush.

El mayor problema es evitar la tentación en que incurren los teóricos de izquierda estadounidenses, como mi amigo Gore Vidal, y que consiste en pensar que todo lo que está mal en el mundo se debe a la avaricia, perfidia y poder militar estadounidenses. Los Estados Unidos tienen una larga historia de respaldo a regímenes perversos, pero de igual modo algunos de los peores excesos en el mundo actual —piénsese en Birmania o en Zimbabwe— se deben a regímenes cuyo apoyo externo primordial no es estadounidense.

Actualmente me intereso en las aparentes contradicciones que hay en el intento de Estados Unidos por exportar a un mismo tiempo el capitalismo consumista y cierto tipo de moralidad puritana, sin percatarse de cómo el primero socava a la segunda. Después de todo, hablar de globalización es hablar, de alguna manera, de americanización; no sólo del poder económico y militar de esa nación, sino de la influencia constante que ejerce a través de las comunicaciones, ideas y epistemologías.

El mundo desborda el primer mundo
Creo que mi conciencia sobre las complejidades de las influencias globales se incrementó considerablemente al asistir hace tres años a un evento en Croacia llamado Queer Zagreb. En él se congregaron activistas y estudiosos de todas partes de la ex Yugoslavia, a lado de un puñado de “teóricos queer” occidentales, algunos de los cuales hablaban como si aún se dirigieran a un seminario universitario en Cambridge. Lo que me sorprendió fue el divorcio entre el lenguaje teórico de gran parte de la conferencia y la vívida experiencia de los participantes. Existe una tendencia desafortunada por parte de muchos de quienes viven en el triángulo de hierro de Nueva York, París y Londres de asumir que todo lo que proviene de ahí es significativo y de ignorar la necesidad de ideas e interpretaciones locales.

Para millones de personas los desarreglos de la vida económica contemporánea son amenazadores y dañinos, y los muy alabados logros del progreso, producto del crecimiento económico y del desmantelamiento de los controles estatales, conduce a una miseria y pobreza mayores. Del mismo modo en que las pirámides antiguas se construyeron literalmente sobre el sudor y la sangre de trabajadores y campesinos, también sucedió lo mismo con las nuevas torres de Mumbai y Shanghai. Pero al mismo tiempo, muchas personas cuyas vidas se ven afectadas descubren posibilidades nuevas de imaginarse a sí mismas. Las mujeres jóvenes que se desplazan hacia las enormes ciudades de China e India huyen de la pretensión de que sus vidas están predeterminadas para aceptar un matrimonio precoz ordenado por sus familias. En efecto, muchas serán cruelmente explotadas por los dueños de fábricas o en burdeles, pero algunas encontrarán en cambio formas nuevas de vivir y de crear posibilidades nuevas, posibles únicamente a partir de estas rupturas.

No sorprende que los cambios del “desarrollo económico” produzcan su propia reacción, todo en nombre de una preservación de la religión, la cultura y la moral que sólo significa preservar los privilegios de los ancianos. Uno de los aspectos más notables de las religiones organizadas son las semejanzas entre quienes las controlan, ya sea que porten mitras, tocados o turbantes.

He estado en la ciudad de México para la preparación de la Conferencia Internacional de Sida, en agosto del 2008. Una de las consecuencias de la pandemia ha sido abrir una discusión e investigación sobre sexualidad y conductas sexuales que era inimaginable hace dos décadas. Es fácil ser cínico con respecto a conferencias de esta magnitud y sobre la manera en que ahora semejan ferias de comercio para una industria muy próspera, pero también es cierto que a través de los discursos, talleres, foros de discusión, exhibiciones, y trabajo de comunicación informal que propician estas conferencias, existe una oportunidad para quienes están marginados o negados por su sexualidad o su compromiso con los derechos sexuales, de organizarse y encontrar aliados internacionales. La globalización está cambiando el mundo en que vivimos. Nuestro reto es calibrar cómo suceden estos cambios e identificar a quiénes benefician.

Texto preparado para la presentación del libro Sexo global, de Editorial Océano, el 10 de octubre de 2007 (traducción: Carlos Bonfil)
 
Leer | De lo sexual en tiempos de lo virtual