Usted está aquí: miércoles 13 de febrero de 2008 Política La Casa Romero

La Casa Romero

Blanche Petrich

Toronto. La sala de estar en Casa Romero bulle. Niños latinos y africanos corretean alrededor de una mesa mientras sus padres conversan. El sol se filtra por un ventanal cubierto de plantas, dando un aire de primavera que contrasta con la nevada que cubre de blanco la avenida Bloor, en el West Band, donde se alinean casas de madera de dos aguas estilo victoriano.

Vienen a consultar a sus asesores legales, a surtirse de ropa de invierno o a pedir información sobre ofertas de empleo para migrantes non status, como se denomina a los indocumentados. Otros esperan a que Heather, una voluntaria, los lleve de paseo a las cataratas del Niágara. Muchos simplemente socializan. Aquí viven cuatro familias, una mexicana, una colombiana, una de Ruanda y otra de Zimbawe. Uno puede hallar lo mismo a un ex funcionario implicado en un caso de corrupción de la administración foxista que a un adolescente africano que recorrió en autobús el continente hasta encontrar una vía de acceso a un país seguro. La regla no escrita es que nadie hace preguntas. El pasado de cada quien es cuestión de seguridad personal.

En el comedor, la directora Mary Jo Leddy, escritora, teóloga y ex religiosa, preside el almuerzo. Casa Romero ([email protected]) es un proyecto que fundó en 1992, a raíz de que, una media noche, su camino se cruzó con el de una mujer que venía desde Eritrea con cinco niños y en el desamparo total. Ofrece hogar y esperanza a quienes, huyendo de situaciones violentas diversas, perdieron todo.

Casa Romero tiene tres viviendas donde viven decorosamente 12 familias en espera de audiencia ante la Junta de Inmigración. En un ambiente hogareño conviven niños y adultos de distintas lenguas, culturas y religiones hasta que se defina su situación legal. El personal, integrado en su mayoría por voluntarios también de orígenes diversos –un chico húngaro, una muchacha de Corea–, convive con los asilados, trabaja en el aspecto humano para ayudarles a recuperar la confianza, les busca la mejor asesoría legal posible y los encauza para que puedan integrarse al tejido social de Toronto.

Para formar parte de la familia de Casa Romero hay una larga lista de espera. Los nuevos ingresos en aeropuertos y puntos fronterizos alimentan la lista. Antes la mayoría de los huéspedes eran de Irán o de naciones de Africa. Hoy los voluntarios se afanan en mejorar sus habilidades con el español, ya que la mayor parte son colombianos o mexicanos.

Aquí viven el tiempo necesario hasta que obtienen la protección del Estado canadiense o son expulsados.

Los voluntarios conocen de cerca las horas negras que viven en la medida en que se acerca la fecha de su audiencia judicial. En ocasiones, Mary Jo Leddy los acompaña. “Uno no puede siquiera imaginar la soledad y la indefensión de una persona en ese momento”, sostiene en entrevista.

Autora del libro En una frontera llamada esperanza, habla del momento más amargo de su trabajo: “Es cuando se cierra la puerta de la camioneta donde llevan al destierro a los que les negamos el asilo. Nadie ha visto la expresión en esas caras… ni los jueces, ni los policías que los arrestan, ni los burócratas de la oficina de inmigración”.

 
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