Usted está aquí: jueves 6 de marzo de 2008 Sociedad y Justicia Navegaciones

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Pedro Miguel
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■ Computadoras

■ Las urdimbres de Uribe

■ Julián Conrado, guerrillero y músico

Ampliar la imagen Imagen después de la matanza en territorio ecuatoriano Imagen después de la matanza en territorio ecuatoriano

El Ministerio de Defensa de Colombia sabía que Raúl Reyes almorzaba “pollo sudado, papa y verduras” y que “(no) toma chocolate, ni tinto (café) porque le hace daño”. Su cadáver, exhibido en camiseta y calzoncillos a la prensa, tenía devastada y carbonizada la mitad de la cara, la nariz arrancada, una fosa ocular vacía, la quijada corrida hacia la nuca y un pie destrozado. Al ver las fotos es inevitable recordar el estado en que quedaron los hijos de Saddam Hussein, reventados por las fuerzas gringas con misiles de demolición en el verano de 2003. En una de las fotos del sitio donde Reyes fue muerto, puede apreciarse con claridad un cráter de bomba. Milagrosamente, los efectivos colombianos hallaron en el sitio no una, sino tres computadoras pertenecientes al dirigente guerrillero, intactas, según puede deducirse, y con el disco duro rebosante de la información que Álvaro Uribe necesitaba con urgencia para justificar, a posteriori, el ataque y la invasión de suelo ecuatoriano.

La narración presentada el primero de marzo por el ministro de Defensa de Colombia, Juan Manuel Santos, no tiene desperdicio. Empieza diciendo que “en una operación conjunta de las fuerzas militares y de la policía nacional fue dado de baja alias Raúl Reyes” (elimino fechas y horas, y va un sic para todo lo demás), y cuenta: “Por fuentes humanas e información verificada por la inteligencia del Estado, el gobierno colombiano se enteró que guerrilleros del frente 48 de las FARC se encontraban cerca de la frontera con Ecuador, en un lugar denominado Granada, y que [...] el miembro del secretariado alias Raúl Reyes haría presencia en ese punto. Se preparó una operación para atacar el lugar donde estaban ubicados los guerrilleros [...] operación que se inició [...] con un bombardeo por parte de unidades de la fuerza aérea.

“En el momento en que unidades helicoportadas de la fuerza pública se estaban acercando para copar el lugar, éstos fueron atacados desde un campamento de las FARC ubicado en el lado ecuatoriano a menos de mil 800 metros de la frontera. Uno de nuestros soldados, Carlos Hernández León, infortunadamente murió en este ataque. Se procedió de inmediato a dar la ubicación exacta del campamento desde donde estaban disparando, localizado al sur del río Putumayo en el lugar denominado Santa Rosa, para efectos de poder responder el fuego y neutralizar al enemigo. Con las coordenadas, la fuerza aérea colombiana procedió a atacar [...] desde el lado colombiano, teniendo siempre en cuenta la orden de no violar el espacio aéreo ecuatoriano. Una vez bombardeado el campamento, se ordenó que fuerzas colombianas entraran para asegurar el área y poder neutralizar al enemigo. Se le pidió además a la policía que la mantuviera asegurada hasta que llegaran las autoridades ecuatorianas [...] Los cadáveres de alias Raúl Reyes y de alias Julián Conrado fueron trasladados a territorio colombiano para evitar que las FARC intentaran recuperarlos.”

Los muertos “estaban en paños menores, en pijamas, es decir, no hubo ninguna persecución en caliente, fueron bombardeados y masacrados mientras dormían”, replicó poco después el presidente Rafael Correa, y agregó: “Los aviones colombianos ingresaron al menos 10 kilómetros en nuestro territorio para realizar el ataque desde el sur. Luego llegaron tropas transportadas en helicópteros que culminaron la matanza. Incluso se hallaron cadáveres con tiros en la espalda”. Algo me hace suponer que el soldado Carlos Hernández pudo recibir, él también, uno o varios balazos en la espalda. Y un dato más: los soldados colombianos se llevaron los cuerpos de dos de los caídos para que Uribe pudiera exhibirlos como trofeo, pero tres mujeres heridas –luego rescatadas por efectivos de Ecuador– fueron abandonadas en el lugar, tal vez como una gentil donación a los zopilotes.

No fue la primera incursión. El 15 de noviembre de 2005, ocho helicópteros militares colombianos y 400 efectivos antidrogas se internaron en territorio de Ecuador. Una nueva incursión tuvo lugar el 29 de diciembre de ese año. El 26 de marzo de 2007, habitantes de la localidad ecuatoriana La Ceiba informaron que soldados de Colombia ingresaron al pueblo, catearon viviendas, golpearon a varios habitantes y se llevaron secuestrados a dos menores. El 7 de noviembre pasado Quito denunció una incursión aérea colombiana que dejó varias viviendas baleadas en Santa Rosa: por esas fechas, el ministro ecuatoriano de Defensa, Wellington Sandoval, comentó que al norte su país no limitaba con Colombia, sino con las FARC.

El domingo pasado, el forense ecuatoriano Wilmar Pérez, tras reconocer la zona del ataque, confirmó que los cadáveres de los guerrilleros se encontraban en ropa de dormir y dijo que “evidentemente, hubo bombardeo”: un asesinato a mansalva de insurgentes que estaban en territorio ecuatoriano para gestionar la liberación de varios rehenes en poder de la guerrilla. Para fortuna de Uribe, el incauto líder rebelde, buscado por las fuerzas del orden de su país y por las de Estados Unidos, llevaba encima un juego de lap tops que quedaron indemnes tras el ataque y en las que pudo encontrarse información no codificada que la Casa de Nariño requería para esgrimir la existencia de una vasta conjura en su contra en la que participan, además de las FARC, los gobiernos de Ecuador y Venezuela y el cártel de Sinaloa, ah, y también que la organización guerrillera quiere comprar un poco de material radiactivo para fabricar armas de destrucción masiva. Tengan paciencia: en algún rincón de los prodigiosos discos duros de Raúl Reyes ya encontrarán los expertos del gobierno datos sobre la vinculación de la insurgencia colombiana con Irán, con Hamas, con Al Qaeda, con los Talibán y con los espíritus de Hitler y de Al Capone.

Por cierto: la mexicana Lucía Andrea Morett Álvarez, una de las lesionadas en la agresión, es investigadora y no guerrillera, y no estaba en Ecuador para recibir entrenamiento en “manejo de explosivos”, como dicen las computadoras prodigiosas en poder de Uribe.

El municipio de Turbaco, en el departamento de Bolívar y frontero de Cartagena de Indias, está de luto por la muerte de Julián Conrado, otro de los caídos en Santa Rosa, y cuyo verdadero nombre era Guillermo Enrique Torres Cueter, también buscado por los gringos. Músico, además de líder insurgente, Conrado amenizó los encuentros de San Vicente del Caguán y se hizo famoso por interpretar vallenatos entre ronda y ronda de negociaciones. Parrandero antes de ser guerrillero, dicen sus viejos amigos que se fue al monte, un primero de mayo de 1983, para olvidarse de un mal de amores, aunque él aseguraba que no le quedó otro camino “cuando empezaron a matar a los compañeros que me acompañaban en unas luchas por meras reivindicaciones sociales; entonces llegué a la conclusión de que en Colombia era más fácil organizar una guerrilla que una junta de acción comunal”. En estos días, en las cantinas de Turbaco no dejan de escucharse las canciones de quien fue, a decir de algunos parroquianos, “el artista más grande que ha parido esta población”.

 
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