Usted está aquí: viernes 7 de marzo de 2008 Política Kosovo, el próximo genocidio

Jorge Carrillo Olea
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Kosovo, el próximo genocidio

El territorio conocido genéricamente como Yugoslavia es el suelo de los herederos milenarios (siglo IV-V) de los pueblos eslavos del sur y agrupa a los estados de Eslovenia, Croacia, Bosnia Herzegovina, Serbia, Kosovo, Montenegro y Macedonia. Su historia secular es de desprendimientos, magnicidios, uniones, guerras intestinas e internacionales con sus vecinos: Turquía, Italia, el Imperio Austrohúngaro, Alemania, la Unión Soviética, el Imperio Bizantino, Roma.

A la caída de los imperios eurocentrales al final de la Primera Guerra Mundial, se forma en 1918 un reino que fue proclamado en diciembre de 1918 como Yugoeslavia o Yugoslavia, literalmente el reino de los eslavos del sur. Ocupó el trono Pedro I, rey de Serbia, seguido de su hijo Alejandro I, quien enfrentó el difícil problema de cohesionar una gran diversidad de idiomas, nacionalidades y religiones, más las diferencias entre ellas de desarrollo económico.

El 1934 un guerrillero macedonio asesinó al rey Alejandro I, quien fue sucedido hasta 1941 por su, hijo el príncipe Pablo, que cayó en un golpe de Estado por su política pro alemana. Así, el reino de Yugoslavia dejó de existir.

Tras la Segunda Guerra Mundial los victoriosos partisanos de Josip Broz Tito organizaron la refundación del país gestando a la Yugoslavia socialista. Tito rompe con Moscú desde su llegada al poder, lo que para la entonces Unión Soviética fue un pecado capital, ya que lo consideraba un país satélite, como otros tantos tras la cortina de hierro. Tito fue uno de los creadores del Movimiento de Países no Alineados, en 1956. En busca de equilibrios, México coqueteó con él en los años 70.

A la muerte de Tito, en 1980, y como era previsible, vino el desmembramiento de la entonces Yugoslavia, como todo mundo anticipaba. La minoría albanesa de Kosovo generó grandes tensiones llevando a la Organización de Naciones Unidas (ONU) a hacerse cargo del territorio en forma temporal, hasta que finalmente el 17 de febrero pasado se autodefinió independiente con la oposición de Serbia.

El estatus anómalo de Kosovo es el resultado de la guerra (http://es.wikipedia.org/wiki/Guerra_de_Kosovo), de marzo a junio de 1999, en el transcurso de la cual se produjeron ataques aéreos contra las fuerzas armadas de la República Federal Yugoslava y contra la infraestructura civil por parte de miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) sin la aprobación de la ONU, que forzó la ocupación de la provincia por una fuerza conducida por la OTAN, incluyendo también tropas rusas. Todo ello exaltó los sentimientos separatistas respecto de Serbia.

El trágico destino de esta región puede sintetizarse en que su suerte por siglos ha estado atada a esferas de influencia que determinaban en mayor o menor grado su futuro. En los pasados 50 años, a pesar de la supuesta independencia de Tito, su vida estuvo fuertemente influenciada por el interés soviético y ahora se convierte, con la ayuda de la OTAN, en una base de operaciones de Estados Unidos, justo en el centro de una de las zonas más delicadas para Rusia.

En el contexto de la desintegración de la República Socialista de Yugoslavia y las tres guerras que allí se produjeron, donde se dieron episodios de ataques deliberados contra la población civil, que han sido calificados como crímenes contra la humanidad, de genocidio y limpieza étnica, y se atribuyó responsabilidad a Slovodan Milosevic, por ser presidente de Serbia. Fue llamado públicamente “carnicero de los Balcanes”. Ello le costó ser juzgado en La Haya y ejecutado.

Las festividades de independencia fueron seguidas inmediatamente por sangrientos encuentros entre serbios y albaneses con fuertes visos religiosos: musulmanes radicales y moderados, cristianos ortodoxos serbios y cristianos romanos.

¿Quién encendió la mecha para un nuevo genocidio de carácter interno, pero de estímulo externo? Sí, Estados Unidos, en un movimiento de jaque a Rusia. México bien haría en abstenerse de opinar sobre la licitud de la declaración de independencia, dado nuestro principio de no intervención en asuntos internos.

 
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