Usted está aquí: sábado 22 de marzo de 2008 Cultura La OSEM mostró en Estados Unidos que México es algo más que indocumentados

■ Noventa y seis músicos ofrecieron 48 conciertos en 19 entidades del país vecino

La OSEM mostró en Estados Unidos que México es algo más que indocumentados

■ Primera orquesta nacional invitada por la agencia que organiza allí giras de la Filarmónica de Berlín

Ángel Vargas (Enviado)

Kansas City, Missouri. Nueve de la mañana. Nieva una vez más y el frío muerde. Pesa mucho la desvelada, pero aún más tantos días de viaje y el cansancio de tocar casi a diario conciertos que rebasan las dos horas y que implican un ensayo previo de cuando menos 60 minutos.

Los músicos de la Orquesta Sinfónica del Estado de México (OSEM) están a bordo de los tres autobuses que se han convertido en su casa en este largo recorrido por Estados Unidos.

Atrás ha quedado una ciudad, una sala, una actuación y un hotel más, así como la enfadosa acción de acomodar de nueva cuenta el equipaje en el transporte, ¡como si no hubiera que bajarlo otra vez en la próxima parada!

Hay quienes padecen molestias estomacales o en las vías respiratorias, algunos viven los estragos de la resaca y la mayoría acusa fatiga, melancolía o aburrimiento, o todo junto. Un nuevo destino. Serán 13 horas de recorrido por vía terrestre.

La misma postal de varias semanas: amplias carreteras, paisajes cubiertos de nieve, un poblado por allí en apariencia fantasma si no fuera por los automóviles que circulan en sus calles.

De pronto aparecen ¡los gigantescos mols (según su fonética en inglés)!, que a fuerza de tanto cambio de locación se han convertido en oasis donde comer o hacerse de víveres, aparatos electrónicos y souvenirs. Hay quienes se abastecen además de bebidas alcohólicas para hacer más soportables los largos traslados y la lejanía de la familia.

El anterior, un ejemplo de cómo fueron varios de estos 67 días de gira.

Sí, se dice que ésta es histórica para el ámbito de la música de concierto de México e Iberoamérica. Pero eso quedó en segundo plano para los atrilistas o lo olvidaron a lo largo del recorrido.

Conforme transcurrieron las semanas, lo único que deseaban era llegar a la próxima ciudad, tocar lo mejor que se podía y estar así más cerca del regreso al hogar.

Quienes piensen que una gira internacional como ésta resulta idílica, están equivocados.

Laboratorio social

Comenzado el 15 de enero, el periplo de la orquesta mexiquense concluyó este viernes, después de 48 actuaciones en igual número de ciudades de 19 estados del país norteño, como Nueva York, Illinois, Nueva Jersey, California, Florida y Carolina del Norte.

Para darse una idea de sus alcances geográficos, basta saber que supera por casi mil kilómetros la distancia lineal que implicaría hacer un hipotético viaje de ida y vuelta, por carretera, del Distrito Federal a Tokio, Japón.

Un recorrido de tal magnitud resultó una experiencia personal y profesional de profundo contenido humano para los 92 atrilistas; su director, Enrique Bátiz, y los dos solistas que los acompañaron casi todo el tour, el guitarrista mexicano Alfonso Moreno y el pianista cubano-español Leonel Morales. La cantante coreana Joan Kwoon, también actuó como solista, al principio y fin de la gira.

Fue una especie de laboratorio social. Fenómeno de extremos tras compartir los mismos espacios y pasar prácticamente todo el tiempo juntos.

En tales condiciones los sentimientos, conductas, emociones, sensaciones y acciones se extrapolan y asumen de manera intensa. Todo se halla a flor de piel y puede cambiar de un instante a otro.

Encuentros y desencuentros. Filias y fobias. Amores y rompimientos. Lealtades y desacuerdos. Silencios y chismes. Fue mantenerse en circunstancias límite. Al borde.

Tales factores, no obstante, quedaron al margen de lo mostrado por los músicos sobre el escenario o se canalizó de manera constructiva.

No hubo concierto del que la agrupación y su director no salieran entre aclamaciones. Las críticas publicadas fueron en términos generales elogiosas e inclusive se habla de un pronto regreso a salas estadunidenses.

Una raya más al tigre

En números redondos, el recorrido de la OSEM comprendió la friolera de 23 mil 452 kilómetros. Si se toma en cuenta su duración, el promedio diario de traslado fue de poco más de 350 kilómetros.

Desafío más allá de lo artístico y que implicó mover casi a diario a cerca de 100 personas, para lo cual se utilizaron tres autobuses, en los que viajaron los músicos, y el Cadillac con chofer que se puso a disposición las 24 horas para Enrique Bátiz.

Tanto kilometraje, tantos cambios de plaza, tantas actuaciones, climas tan severos, con nevadas constantes, comenzaron a cobrar factura entre los músicos desde antes de que la gira llegara siquiera a la mitad.

Fue un desgaste sobrehumano. Inclusive perdieron la noción del tiempo y el lugar, y sólo se concentraron en concluir con pundonor y entrega esta proeza.

La mayoría de atrilistas toma este viaje como una interesante experiencia; y sí, aceptan que había fatiga, “a punto de tirar el arpa”, pero precisan que sus pensamientos estaban, no en lo que habían hecho, sino en el próximo paso.

“Una a una se van sumando las rayas al tigre”, era el lema que enarbolaban algunos.

“Musicalmente nos fue muy bien. La gira fue cansada, pero al llegar a los conciertos, sacábamos fuerzas de flaqueza y dimos todo sobre el escenario”, afirma un violista. “Si a veces no salieron las cosas como deseábamos fue por ese ritmo agotador, no por falta de empeño ni de profesionalismo.”

Las opiniones son encontradas en cuanto a la armonía que prevaleció en el grupo después de tantos días de convivencia. Hay quienes aseguran que la unidad y la fraternidad se estrecharon, mientras otros opinan lo contrario y cuentan que sí se suscitaron fricciones y tensiones, aunque nada que afectara el desempeño artístico del conjunto.

“En los conciertos todo cambiaba. Había gran entusiasmo. La orquesta sirvió de buena embajadora. Demostró que México es algo más que indocumentados o el narco. Se tiene aquí una idea muy distorsionada del país.”

¿La OSEM, buen negocio?

La organización de esta gira se remonta a tres años y medio. A diferencia de lo ocurrido con otras orquestas mexicanas, gran parte de los gastos fueron solventados no por una instancia pública nacional, sino por capital privado, extranjero.

Éste provino, en un amplio porcentaje, de la Columbia Artists Management (CAMI, por sus siglas en inglés), la más prestigiada e importante firma productora de conciertos en Estados Unidos, que entre otras reconocidas agrupaciones organiza las giras en este país de la filarmónicas de Israel y Berlín.

De los 30 millones y medio de pesos del costo que implicó este viaje, según Enrique Bátiz, 19 millones fueron desembolsados por esa empresa, 5 millones por el gobierno del estado de México, 3,5 millones por el patronato de la orquesta, y casi 3 millones por el gobierno federal.

Saber si la gira fue redituable en términos económicos para dicha productora estadunidense todavía no es posible, a falta del balance final.

Sin embargo, un buen indicador es que de los 11 conciertos a los que asistió La Jornada, se pudo advertir que la afluencia de las salas siempre superó cuando menos la mitad del aforo (en promedio, arriba de las mil 200 butacas), con entradas cuyo costó osciló entre 20 y 40 dólares. Hubo otros precios desde cinco hasta 225 billetes verdes.

No soy de aquí ni soy de allá

Además de estar lejos de casa, otros problemas personales y preocupaciones profundas confirieron el toque dramático a la gira, como un familiar enfermo, un hijo que se quedó sin trabajo justo antes de que la orquesta saliera de México o el rompimiento con la pareja. Cóctel de historias humanas.

Tareas cotidianas como qué comer, lavar la ropa o en qué entretenerse se volvieron por momentos en una exigencia adicional que los músicos debieron enfrentar de manera frecuente.

Hubo días que sólo se hacían dos comidas o una, por no coincidir los tiempos de viaje y de trabajo con los horarios de los restaurantes. También muchas veces se tuvo que optar por alguno de esos productos fast food: hamburguesas, pollo empanizado o pizzas.

Eso generó afecciones estomacales en algunos, lo mismo que los cambios de alimentación o de horarios en las comidas.

Aquí irrumpe otro problema: el de la salud, rubro esencial. Para la gira, la orquesta no contó con médico de planta y las medidas preventivas antes de salir de México consistieron sólo en la aplicación de la vacuna contra la influenza.

Quienes padecen una enfermedad crónica o se encontraban en tratamiento debieron traer consigo sus propios medicamentos, ya que en Estados Unidos es imposible obtenerlos si no se cuenta con receta médica de un profesional de este país.

Además, aquí el servicio médico es excesivamente costoso. Esa fue la razón por la que el director de la Orquesta Sinfónica del Estado de México hizo un viaje relámpago de dos días a México, al sufrir un malestar físico.

Prácticamente nada o muy poco fue lo que los músicos pudieron conocer de Estados Unidos, a no ser carreteras, hoteles y salas de concierto, así como centros comerciales.

Su manera de entretenerse o divertirse, en lo general, fue aprovechar las albercas y gimnasios en los hoteles, cuando éstos disponían de esos servicios. Tampoco era muy cómodo o conveniente salir a recorrer las ciudades en turno, ante los severos fríos y las nevadas que cayeron regularmente. La tónica, cuando tenían día libre, fue dedicarlo a descansar o irse de chopin (compras).

Los momentos relajados se dieron sobre los autobuses, específicamente cuando los traslados eran de más de cinco horas. En particular, el marcado con el número uno se distinguió en ese sentido.

Su sobrenombre, el barbús, lo dice todo. En él, las horas se hacían cortas y las distancias pequeñas gracias al espíritu festivo y bohemio de gran parte de sus ocupantes, los cuales hacían gala de picardía y habilidad para contar chistes , así como de conocimiento de la música popular en tanto corría cerveza, whisky o brandy.

Solos, duetos, en coro. Aparecía lo mismo la música vernácula mexicana que la tradicional rusa. Una guitarra, luego un violín, se improvisaba alguna percusión. Las rolas de José José, Los Panchos, Armando Manzanero, Alvaro Carrillo, y la nostalgia pegaba duro: “No soy de aquí ni soy de allá, no tengo edad…”

El director nunca debe flaquear

Esta gira “es algo que he esperado a lo largo de mis 65 años de vida”, señala Enrique Bátiz, quien destaca como lo más importante de ella que “la orquesta tomó en serio su entrega y midió su capacidad de respuesta del público”.

Otro aspecto digno de tomar en cuenta, dice, es que, sin importar la fatiga de tantos días de viaje y trabajo, “no hubo ningún síntoma de insubordinación. Cada músico puso el 100 por ciento de lo que sabe hacer al servicio de la buena música y de la misión que traemos”.

–¿Qué buscó al diseñar estos siete programas para la gira?

–Lo primero fue no fatigar. ¡Hay que imaginarse 48 programas con el mismo autor, pues nos suicidamos!, cosa que le daría mucho gusto a algunos rivales, si así se les puede llamar a los que no creen en la entrega y la vocación de la música, a la malidecencia mexicana de la música.

“A ellos les daría mucho gusto que hubiéramos fracasado, sin tomar en cuenta que es la primera orquesta mexicana que vino invitada por una agencia tan importante como CAMI.

“Con viajes y cansancio, tuvimos que cambiar de repertorio cada día, y tocarlo como si estuviera fresquecito. La reacción del público estadunidense fue elocuente. Nos ganamos su reconocimiento y respeto. Eso es una gran ganancia artística. Vamos a decirlo con todas sus letras: no somos mexicanos mediocres.”

–¿Cuál es su evaluación de esta experiencia?

–La orquesta creció cada día, se curtió. Sé que los músicos se molestaron en silencio por el viaje; sufrieron estoicamente. Tener que tocar en condiciones difíciles, con un frío atroz, salir a la calle a buscar sus alimentos y a veces no contar con confort, no es sencillo. Sin embargo, mostraron unidad y apoyo.

–¿Gusta usted ser un hombre de retos y récords?

–Esta gira no fue un récord, fue un hecho. Se volvió histórica, porque nunca ha pasado. Tener que levantarse todos los días y subirse a un automóvil o un autobús durante tanto tiempo para llegar al destino a tocar fue algo sobrehumano.

“En lo personal, tuve que reponerme a cada instante, porque no podía flaquear, no me lo permitiría el grupo; creo que se hubiera preocupado demasiado. Quien está al frente de un orquesta debe ser siempre el más fuerte.”

 
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