Usted está aquí: lunes 23 de junio de 2008 Política China, un gigante contaminador y corrupto

Iván Restrepo

China, un gigante contaminador y corrupto

El terrible sismo que mató en China a más de 70 mil personas nuevamente evidenció los numerosos problemas que ocasiona el acelerado crecimiento económico del gigante asiático y que se dejan sentir virtualmente por todo ese inmenso país.

Si bien la población y sus dirigentes demostraron una capacidad de respuesta admirable ante la tragedia, a la vez fue imposible detener la inconformidad de los padres de los 10 mil niños que murieron en el derrumbe de sus escuelas, así como de quienes perdieron familiares y bienes a causa del sismo en la provincia de Sichuán, donde quedaron hechas polvo unas 7 mil escuelas debido a la corrupción, los políticos codiciosos y sin escrúpulos, dueños de empresas que, con tal de enriquecerse, utilizaron materiales de mala calidad en obras que les encargó el gobierno, práctica que en México bien se conoce.

El gobierno provincial de Sichuán y los máximos dirigentes que despachan en Pekín seguramente procesarán con severidad a los culpables antes de que comiencen en agosto los Juegos Olímpicos: el envidiable aparador en que China mostrará al mundo su explosión económica, la más notable en la historia.

El sismo develó también la existencia de 5 mil toneladas de sustancias tóxicas de la industria regional que ahora están sin control. Igualmente, la irresponsabilidad de los técnicos que aprobaron decenas de presas para contener el agua con fines agrícolas y generar electricidad, desoyendo a los que advirtieron del peligro que representaban por estar en áreas frágiles, donde tiembla mucho.

Hoy esas obras son una amenaza para las poblaciones ubicadas aguas abajo, algo que en México también conocemos bien en el caso de Tabasco, aunque no a causa de los sismos, sino de las lluvias, la deforestación, la falta de previsión de las autoridades y el azolve de las cuencas de ríos y las presas.

Lo que no podrá mejorar la olimpiada es la situación ambiental china, los nocivos efectos que el crecimiento desmedido (en buena parte originado por las trasnacionales de Estados Unidos y la Unión Europea que maquilan sus productos en territorio chino) ocasiona en la población local y hasta en otras naciones.

Según cifras oficiales y de los organismos internacionales relacionados con el ambiente y la salud, cada mes mueren en China de 30 mil a 40 mil personas, a causa de la alta contaminación del aire. No solamente es Pekín la ciudad con el aire más “enrarecido”, gracias a los coches, las fábricas y los sistemas de calefacción, sino también por los gigantescos corredores industriales que hoy pueblan lo mismo la zona costera que el centro del país.

En la urbe que albergará a miles de atletas, un problema crucial son las partículas en el aire, cuyo nivel sobrepasa más de cuatro veces los límites fijados por la Organización Mundial de la Salud. El daño mayor proviene de las de menos de cinco micras, pues por su tamaño llegan hasta los pulmones y causan gravísimos daños. Tienen razón los atletas que competirán en Pekín al alertar sobre las limitaciones que a su rendimiento impondrá la contaminación. Más en agosto, un mes caluroso en la mayor parte de Asia.

En los nuevos centros industriales, gigantescas fábricas producen todo lo imaginable y exportable al resto del planeta (desde automóviles hasta fertilizantes, palos de golf y alimentos para mascotas), pero a su vez arrojan al aire, el suelo y a los ríos innumerables desechos, algunos de efecto cancerígeno.

Nicholas D. Kristof, veterano reportero del New York Times, cuenta de su más reciente visita al poblado de Badui, en la provincia de Gansú –conocida ya por la gente como “la aldea de los burros”, dado el elevado número de personas con retraso mental, malformaciones físicas, enfermedades de la piel y defectos de nacimiento–, que los pobladores atribuyen los males que sufren a una fábrica de fertilizantes que arroja sus desechos a las corrientes de agua de las cuales se extrae el líquido que luego bebe la gente.

China necesita crecer sin deteriorar y atentar contra la salud de su población y del planeta. También debe liberar a los “disidentes” que llevan 19 años presos, acusados de dirigir las protestas estudiantiles que terminaron en la sangrienta matanza de Tiananmen.

 
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