Usted está aquí: domingo 7 de septiembre de 2008 Espectáculos Cocalero

Carlos Bonfil
[email protected]

Cocalero

La guerra contra el narcotráfico emprendida por el gobierno de Estados Unidos en varios países de Sudamérica incluyó, desde 1980, la destrucción de vastos plantíos de hoja de coca en Bolivia. Al tratarse de la fuente principal de ingreso de poblaciones indígenas –además de un producto de consumo ancestral–, esta política provocó un movimiento de resistencia campesina que dio lugar a la creación de sindicatos cocaleros. El líder de uno de ellos fue el indígena Evo Morales. El documental Cocalero (2006), del realizador de origen brasileño Alejandro Landes, registra los pormenores de la campaña presidencial del sindicalista Evo en 2005; enfatiza no tanto el clima político de esos momentos (tensiones con el partido gubernamental y su candidato, con el ejército y una clase media hostil a su programa antimperialista), sino señala, de modo parsimonioso, las virtudes morales del candidato, su carácter afable y accesible, su humildad y sentido práctico. Se le ve bromear con su equipo de campaña; zambullirse con ellos en un río; discutir con su correligionario más cercano, Álvaro García Linares; guiar al camarógrafo hasta el interior de su casa modesta; bromear con su peluquero. La idea, sin duda, es romper de tajo con la representación tradicional de los políticos latinoamericanos, engominados y solemnes, de sonrisa forzada y ademanes estudiados, que se rodean de un equipo impresionante de guardaespaldas y asesores, y actúan desde la campaña como presidentes ya en funciones.

Cocalero es el retrato de un candidato indígena a la presidencia, y el énfasis en los aspectos señalados cobra más sentido si se toma en cuenta la embestida mediática contra su figura y el encono racista a que se le somete desde el inicio de su carrera política. Una escena en un aeropuerto de Santa Cruz es al respecto elocuente: “Ningún indio puede pretender gobernar a los cruceños”, le grita un transeúnte mestizo; una mujer se muestra indignada por su visita (“que utilice otro aeropuerto”); alguno más le recrimina su falta de preparación y estudios, y en los programas de televisión a los que es convidado se le acribilla con suposiciones sobre su alineamiento inevitable con Hugo Chávez y Fidel Castro (“¿Estaremos pronto invadidos por cubanos como lo está ya Venezuela?”). El candidato responde a todo con serenidad, repite sin rodeos el contenido de su programa político: recuperación de la riqueza nacional, redistribución agraria, impulso de los derechos indígenas, combate al neoliberalismo económico, al tiempo que apacigua los temores empresariales con su defensa de la propiedad legítima. Sin esta actitud conciliadora, resulta difícil entender cómo poco después Evo Morales conquistaría la presidencia con 54 por ciento de votos, el mayor margen de victoria en la historia electoral boliviana.

La evidente simpatía del realizador por el personaje al que sigue paso a paso en su campaña no le impide señalar los rigores de la disciplina de sus seguidores campesinos, quienes imponen a los que consideran traidores al movimiento, castigos que rayan en el sadismo, como atarlos en un palo invadido de hormigas venenosas que los atormentan y pueden, incluso, matarlos. Los campesinos entrevistados comentan entre serios y divertidos: “pero los dejamos ahí sólo unas cuantas horas”. El documental no tiene la dinámica, en su edición y estrategia expositiva, de trabajos con mayor ambición y recursos, como La gran venta (2007), de Florian Opitz, quien aborda el tema de la comercialización del agua en Bolivia por capitales extranjeros, o el de Our brand is crisis (2005), de Rachel Boynton, que analiza la intervención de asesores estadunidenses en el diseño de la campaña del candidato boliviano Sánchez de Lozada, a finales de los años 90. Su propósito, más contenido y modesto, es presentar la dimensión ética del personaje. Por ello, tal vez no hay el apoteósico registro de la victoria final de Evo Morales, y sí la imagen de fuerte carga simbólica de la confección del atuendo indígena con el que deberá asumir la presidencia. Hay también la secuencia humorística del candidato enfrentando a los militares que le preguntan si obedecerá a la jerarquía militar, y a quienes responde impasible: “Si llego al poder seré, por mandato constitucional, comandante supremo de las fuerzas armadas, y a él ustedes tendrán que obedecerlo”.

Cocalero se exhibe en Cinemex WTC, Cinépolis Perisur, Lumiere Reformas y Cineteca Nacional.

 
Compartir la nota:

Puede compartir la nota con otros lectores usando los servicios de del.icio.us, Fresqui y menéame, o puede conocer si existe algún blog que esté haciendo referencia a la misma a través de Technorati.