Usted está aquí: miércoles 15 de octubre de 2008 Política Crisis y liderazgo

Luis Linares Zapata

Crisis y liderazgo

El oficialismo nacional sigue atando la crisis en curso a sus vertientes financiero-bancarias y a sus respaldos en las variables macroeconómicas en que insisten en situarla. No atisban un tanto más allá, en especial hacia lo que se mueve por abajo: en esos oscuros rincones y lejanos sótanos de las escalas socioeconómicas habitados por millones de seres angustiados. Tampoco dimensionan los factores de degradación política que se conjugan en tiempo y lugar para hacerla más perniciosa y duradera. Tal vez las tapaderas ideológicas no les permitan visualizar la profundidad de las ramificaciones que, sin embargo, ya se pueden sospechar en todas sus feas magnitudes. Es posible que su instrucción académica no los haya preparado para enfrentar este tipo de sacudidas, por lo general alejadas de las altas y protegidas esferas donde se mueven tan a gusto. O tal vez su conocimiento del país les haya limitado capacidades para apresar la complejidad de lo que se nos viene encima y por los lados.

Lo cierto es que no sería exageración afirmar que, prácticamente, no habrá ningún sector de la vida personal y colectiva que no vaya a ser tocada por tan abarcador y dañino fenómeno. México –puede afirmarse sin temor a exagerar– no está preparado para absorber la crisis que se ha venido conformando en el exterior, pero, ciertamente, agravada por las numerosas grietas internas que se padecen. La casi congénita deformación del oficialismo a la hora de dimensionar la crisis sitúa sus raíces en una etérea parte del mundo y elimina del análisis sus referentes locales, a veces hasta con ribetes trágicos.

El apego al consenso de Washington, basamento del modelo aplicado desde hace más de medio siglo, debe situarse en el epicentro mismo de las deformaciones que se observan. Decir, que los aumentos desproporcionados de los alimentos, en particular de la tortilla, obedecieron a la baja producción habida en ciertas regiones del planeta o a la sequía que afectó a otras, y a que se desvían grandes cantidades de granos para uso industrial, es localizar el problema fuera del propio alcance y responsabilidad.

Hay que aceptar, como error fatal, el abandono deliberado de las múltiples redes protectoras que auxiliaban a la producción nacional. La dependencia alimentaria actual es una consecuencia directa del conjunto de decisiones de las elites locales y no un hecho fortuito o inesperado y hasta injusto, situado más allá de las fronteras del país.

Similar discurso formula el oficialismo cuando se toca la debilidad de la Fábrica Nacional, tomada como el armazón productivo del país. La capacidad de los sectores industrial y tecnológico para encarar, con posibilidades de éxito, la demanda agregada que se vendría como factible sustituto del fallido motor exportador (medidas contracíclicas les llaman) es, por decirlo con temeroso decoro, por completo inadecuada.

En realidad, el aparato productivo interno es incapaz de atender, aunque fuera de manera defectuosa o irregular, las necesidades del mercado propio. La Fábrica ha sido desmantelada hasta la imprevisión mayúscula. El aparato productivo –hay que decirlo una vez más– se convirtió, en los recientes años de inserción subordinada a la globalización, en una inmensa maquinaria de importaciones. No puede, ni podrá en el corto plazo, sustituir los bienes y servicios que está acostumbrada a comprar (caros) fuera. Ésta es una vertiente no advertida o ninguneada por la administración del señor Calderón.

El oficialismo, público y privado, trata, por estos días de tormentas perfectas y liderazgos mediocres y con todos los medios a su disposición (que son apabullantes) de entregar al extranjero aquellos ámbitos hasta hoy reservados a los mexicanos. Con alegría irresponsable se pregona abrir el enorme sector energético aun en contra de la voluntad mayoritaria de los ciudadanos, tal como lo han hecho ya en la industria eléctrica y la de petrolíferos y petroquímicos. Ahora se propone, con singular ligereza además, que los extranjeros acudan a la producción de energía por medios alternativos.

Permitir la injerencia del capital externo y de las empresas trasnacionales en el vital, estratégico campo energético alterno es, de nueva cuenta, poner en manos extrañas el futuro nacional. En unos 10 o 15 años a lo sumo, el desarrollo de las tecnologías ad-hoc harán posible la sustitución de los combustibles fósiles por agentes solares, eólicos, de biomasa, marinos y demás. La posibilidad de desarrollar las ingenierías requeridas para tales cometidos será tarea postergable y, por tanto, nugatoria de la independencia y soberanía, al menos en grado decoroso, por no decir mínimo.

Pero quizá la parte más delicada de la incapacidad del oficialismo para dimensionar, para describir en todos sus componentes la crisis en curso, recale en el terreno de la política y su correlativa vertiente social.

El gobierno y grupos de poder que lo acompañan, circundan y condicionan, encaraman sus intereses muy por encima de los que debían ser los superiores de la nación. La degradación de los valores individuales y colectivos es notoria en el diario quehacer. Los partes de guerra cotidianos llevan a lo trivial, las muertes violentas de hombres y mujeres sólo por el hecho, terrible, de haber escogido o por haber sido condicionados a optar por el cauce equivocado de las conductas delictivas. Los sindicatos se encierran en el círculo de sus mezquinos designios, aunque éstos sean cada vez más reducidos e infecundos. La inseguridad se colectiviza en la medida que cunde por doquier la impunidad. Ésta es la sensación generalizada que se derrama, por citar un ridículo ejemplo, al conocerse el regalo de las famosas Hummer de la profesora Gordillo, un epítome de la prepotencia y la corrupción ante la cual no hay ley que valga.

Las elecciones federales en puerta tomarán al oficialismo (incluido, claro está, esa versión priísta) en claro fuera de lugar y sin respuestas.

 
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