Opinión
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Recetarios antiguos

B

uscar entre los libros antiguos y de ocasión puede convertirse en afición peligrosa para el bolsillo, pero un gran placer. Es cierto que hay obras nuevas del mayor interés, pero hay clásicos insustituibles que no han sido reditados; es ahí donde los libreros de ocasión son un apoyo invaluable para el investigador.

En México se venden libros en puestos callejeros desde hace siglos. Historia de las librerías de la ciudad de México, de Juana Zahar Vergara, así lo muestra. En la Colonia se vendían en la Plaza Mayor. Después en el mercado de El Parián y en la plaza de El Volador.

A pesar de que en el siglo XIX surgieron librerías, muchas veces unidas a empresas editoriales como la Imprenta Galván o la Librería de Charles Bouret, la costumbre de vender libros al ras del suelo aún permanece.

Un ilustre ejemplo de ese tipo de libreros fue don Felipe Teixidor. Viene a nuestra memoria este personaje activo y vital como un pequeño duende, quien en 1924 fundó un puesto de libros al que él y Eduardo Bolio Rendón llamaron El Murciélago. A la inauguración asistieron figuras de la cultura que eran buenos amigos de Teixidor, como Pablo González Casanova (padre), Genaro Estrada, Joaquín Ramírez Cabañas y Manuel Toussaint.

Con el tiempo, don Felipe se convirtió en uno de los más notables bibliófilos del país; su biblioteca era un tesoro, siempre disponible gracias a la generosidad de Mona, su esposa, y de él mismo. Su colección de libros de viajeros del siglo XIX en México es seguramente la más amplia que existe. La dejó resguardada en la Biblioteca México.

Por eso es necesario defender la continuidad de esta labor. Tiene un sabor especial acercarse a un puesto en la Ciudadela, en la Plaza del Ángel, en el callejón de la Condesa, en Ciudad Universitaria, a las afueras de las estaciones del Metro, para buscar alguna pequeña alhaja que será fuente de placer y utilidad.

Así lo entiende la Coalición de Libreros de Ocasión, que al montar año con año y de manera paralela a la feria del libro del Palacio de Minería, su propia muestra de libros en el Museo Nacional de Arte, ubicado en la misma calle de Tacuba, da a los libreros de viejo, su lugar en el mundo de la cultura. Ahí estarán hasta el primero de marzo.

Un investigador de la cocina mexicana puede encontrar, con ayuda de estos libreros, ediciones del siglo XIX, libros editados por personas que impulsaron la cocina mexicana a mediados del siglo XX o recetarios de los estados que publican los gobiernos locales y que son difíciles de conseguir en la capital, entre otros materiales. Sabo-reemos estas recetas recopiladas hacia 1956 por Josefina Velázquez de León, en el libro Cocina de Sonora:

Teshuin de piña

Se lava una piña mediana y se pela; las cáscaras y la pulpa picada se mezclan con una raja grande de canela y 400 gramos de panocha o piloncillo en dos litros de agua. A los cuatro o cinco días estará listo para servirse. Diario se le puede poner más panocha y agua y diario hay refresco nuevo.

Y para la cuaresma, esta capirotada: se pone al fuego medio litro de agua con cuatro piloncillos en pedazos. Se agrega una raja de canela y 1/4 de kilo de pasitas; cuando espesa se le agregan cuatro bolillos rebanados y tostados, 50 gramos de almendras, 150 de ciruelas pasas sin hueso y se retira del fuego. Se vacía en una budinera untada con mantequilla. Sobre la mezcla se distribuyen 50 gramos de mantequilla y 50 gramos de cacahuates picados. Se hornea a 180°C hasta que dore.