Opinión
Ver día anteriorMartes 19 de mayo de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Fin de época
E

mpecinados en ver en cada escándalo político y en cada crisis que aflora una maniobra electoral, perdemos de vista el hecho central de la coyuntura: el agotamiento acelerado de un régimen que vive sus últimos estertores.

Por supuesto, la inminencia de los comicios federales provoca que los distintos partidos traten de utilizar en su beneficio cada uno de los alborotos y pleitos de la elite, y cada uno de los desastres nacionales en curso. Pero suponer que alguna de esas fuerzas políticas ha articulado en un plan maestro todas las crisis, es una fantasía. Pensar que el gobierno federal ha provocado los altercados entre los que mandan y propiciado la emergencia sanitaria para ganar los próximos comicios, es un absurdo.

Lo que hoy se vive en el país es mucho más grave y de fondo que una mera batahola electoral. La nación atraviesa por una crisis en la que convergen varias crisis: económica, de seguridad pública, ambiental, sanitaria, diplomática, de gobernabilidad. Aunque cada una de ellas tiene su propia dinámica, han crecido por la incapacidad del gobierno federal para enfrentarlas adecuadamente, y por la división y enfrentamiento entre las elites.

Las elites están fracturadas y peleadas; sus reglas de convivencia se han roto. No es un hecho secundario el que una filtración en la radio de una conversación telefónica en la que Luis Téllez reconocía que Carlos Salinas se robó la partida presidencial secreta, se haya producido en el contexto de un fuerte enfrentamiento entre Carlos Slim y Televisa por el futuro del mercado nacional de las telecomunicaciones. Como secretario de Comunicaciones y Transportes, el doctor Téllez –no hay que olvidarlo– había tomado partido por el Canal de las Estrellas. Su renuncia al cargo no dirimió el diferendo.

Este pleito coincide en el tiempo con la emergencia de un nuevo ciclo de descontento popular, con la reanimación de las organizaciones guerrilleras, y –como resultado de la negligencia de la actual administración– de la disolución de la Comisión de Intermediación entre el gobierno federal y el Ejército Popular Revolucionario (EPR), que era garantía de que esta fuerza político-militar no emprendería acciones armadas.

La incompetencia del equipo de Felipe Calderón para enfrentar la tormenta ha resultado proverbial. El único terreno en el que su gestión parece eficaz es el control de los medios de comunicación.

El gobierno federal no es responsable de la crisis financiera internacional, pero sí lo es del pésimo manejo que se ha dado a ésta dentro del país. La situación es desastrosa. La economía mexicana tendrá una contracción de 4.7 por ciento este año, sin contar las pérdidas causadas por las medidas para enfrentar el brote de influenza. El Banco de México confirmó que la economía del país sigue en una fase de fuerte contracción, en contraste con el resto el mundo, donde la recesión se está atenuando.

Moody’s, una de las tres firmas de calificación financiera en el mundo, señaló que el gobierno mexicano falló en poner en práctica una política de estímulo fiscal y monetaria sólida para hacer frente a la crisis. Por ello se retrasará la recuperación de la actividad productiva. Además, asegura, el gobierno no generó la flexibilidad fiscal suficiente (gasto) para mitigar el impacto de un choque externo. La política monetaria no sincronizó al estímulo fiscal a tiempo. El relajamiento fiscal fue dudoso y lento.

La administración de Felipe Calderón no provocó la emergencia sanitaria alrededor del virus A/H1N1, pero sí la manejó muy mal. Conforme se esclarece lo sucedido se ha evidenciado su pretensión original de ocultarla, su posterior desmesura y el manejo mentiroso de las cifras de infectados y muertos. Se los recordó Fidel Castro y el jefe del Ejecutivo montó en cólera.

Durante días, la imagen que el país proyectó al mundo fue la de un territorio en cuarentena con ciudades desiertas y ciudadanos circulando con tapabocas. Cuando otras naciones reaccionaron a ese mensaje, el gobierno actuó envolviéndose en la bandera y haciéndose el ofendido. La impericia diplomática mexicana propició un choque de proporciones nada despreciables. México se compró pleitos con China, Haití, Argentina y Cuba. Y, en el colmo de la soberbia, Felipe Calderón se proclamó salvador de la humanidad.

Antes de ser conocida como la patria del A/H1N1, México había alcanzado notoriedad internacional por el baño de sangre que tiene lugar dentro de su territorio. Los 5 mil 207 asesinados durante 2008 y los 2 mil 4 ejecutados en los primeros cuatro meses de este año alertaron sobre la debilidad del Estado mexicano.

Por supuesto, el narcotráfico existía antes de que Felipe Calderón llegara a Los Pinos, pero su manejo, exitoso en términos de popularidad personal, ha sido un desastre para la seguridad pública. Según Jorge Carrillo Olea (La Jornada, (12/05/09), que algo sabe de estos asuntos, el jefe del Ejecutivo abrió una guerra sin información, sin plan y sin cálculo de consecuencias. No sabe adónde ir ni cómo ejercer el mando; no ha tenido la capacidad para controlar sus huestes. Las bases, mandos básicos y medios de las fuerzas armadas están en un estado de ánimo bajísimo y una situación moral deplorable. Tienen miedo a cumplir misiones inexplicadas y sin objetivos claros. El solitario de Palacio vive su propio Vietnam, sordo y solitario.

Mientras en México apenas y se tocan las redes y las plazas de Joaquín El Chapo Guzmán, desde Washington se advierte sobre su peligro: lo mismo se le incluye en la lista de Forbes, en la que participan los hombres más ricos del planeta, que la revista Time lo ubica en el sexto lugar de los personajes más influyentes durante 2008. A buen entendedor, pocas palabras, más allá de los halagos y los apapachos públicos, la política mexicana de combate a las drogas está siendo cuestionada en Estados Unidos.

Escándalo tras escándalo, el país se les deshace entre las manos. Vivimos un fin de época. La verdadera senilidad no está en Miguel de la Madrid y sus declaraciones, sino en el conjunto de una clase política que quiere conducir al país mirando únicamente por el espejo retrovisor.