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En el Museo de Culturas Populares ofrecerán temas del disco Rompo mi voz en silencio...

Hoy, gran fandango ranchero con Son de Tres Zapotes

Queremos dignificar el son jarocho; hay que hacer entender a la gente que esta puede ser música de concierto, no sólo para fiestas o festivales, afirma Miguel Ángel González, director del grupo

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La agrupación la integran en su mayoría niños, quienes tocan música por tradición
 
Periódico La Jornada
Domingo 31 de mayo de 2009, p. 7

En su mayoría, los niños que forman parte del grupo Son de Tres Zapotes tocan música por tradición y como una posibilidad de salir de su pueblo; de otra manera estarían ahí, salvo que algo en la vida, un golpe de suerte, los llevara a otro sitio. La menor, María del Carmen Medina Ambrosio, tiene 7 años, y el mayor, su director musical, Miguel Angel González Guerrero, 22.

Hoy domingo se presentarán en el Museo Nacional de Culturas Populares, en Coyoacán, a las cinco de la tarde, donde básicamente tocarán las piezas de su disco Rompo mi voz en silencio... (Ediciones Pentagrama). En entrevista, González Guerrero expresó que de hecho somos el único grupo de Tres Zapotes, Veracruz, pero de ahí han salido conjuntos como Mono Blanco y Son de Madera.

González es oriundo del Distrito Federal y llegó a Tres Zapotes por invitación del maestro sonero Emilio Hernández, conocido en esos rumbos y ambientes de la música de raíz como Querreque.

Estudió música clásica y en la comunidad halló calidez humana. Todos se conocen y se preocupan por los demás, aunque estén lejos, en otras ciudades. Dan todo, pero no aceptan la falta de respeto.

Tres Zapotes, explicó, es un municipio de Santiago Tuxtla, “yendo de aquí (del DF) rumbo a Catemaco hay una desviación rumbo a Tierra Blanca, Tuxtepec, e inmediatamente, a unos cinco kilómetros, hay una ‘ye’, a la derecha el último pueblo donde hay carretera es Tres Zapotes. Es una zona arqueológica, con casas coloridas y se cruza en 20 minutos de lado a lado.”

Como una novia

El son jarocho, definió, “es un estilo de vida que yo quiero vivir. No me imagino sin la música, sin el son jarocho, que toco desde que tenía 11 años. El son me da de comer y me saca a pasear. Es como una novia que hay que cuidar y mantener; a veces hay que darle un beso apretado, casi una mordida, pero en otras ocasiones, apenas es una caricia.

“La meta que los niños y yo tenemos es llevar nuestra música a todos los lugares que se pueda, pero con seriedad, sin que se vuelva una música de festival de primaria. Queremos dignificar el son jarocho, sin esquemas. Ahí están los tradicionalistas, los contemporáneos, tantas vertientes.

Lo nuestro es un son campesino, ranchero, pero no hecho al aventón. Hay que hacer entender a la mayoría que esta puede ser una música de concierto, no sólo para las fiestas de la iglesia. Lo que pasa es que hay que saberla escuchar.

Ensayan de lunes a viernes de cuatro a ocho de la noche. Cuando va a haber una presentación, inclusive sábados y domingos. Así lo hicieron para su reciente concierto en el Festival Ollin Kan.

Para su fandango de hoy, las niñas y niños, más los otros jóvenes, llegaron el viernes al anochecer. Salieron de su comunidad al finalizar su jornada escolar.

Se escucharán los temas El buscapiés, El camotal, El butaquito, El cascabel, Colás, El celoso, El chocolate, La gallina, Valedor, La vieja, La bamba y El gallo.

“Son sones conocidos, pero nosotros queremos mostrar que se pueden tocar de otra forma. La excepción es La gallina, que es de Patricio Hidalgo, ex de Chuchumbé. Bien puesto, para grabar un disco tenemos como 35 sones, algunos acompasados, otros melancólicos, románticos como El chocolate. En el son hay un ritmo que hacen el cajón y el marimbol.”

Hay zapateadores, voces e instrumentistas con jarana, bongós, quijada de caballo, requinto y percusiones. Con este disco ya tenemos una carta de presentación, la cual nos abrirá más posibilidades de trabajo. Es difícil que nos inviten al extranjero porque eso implica transporte para 20 personas. Somos 15 los músicos, pero en los viajes siempre hay que llevar a alguna mamá para que atienda las necesidades de las niñas.

Destacaron en el pasado festival de Tlacotalpan. Con todo, realmente cobran poco por una presentación. “Muchas de las niñas empezaron a ir al grupo para salirse de sus casas y no quedarse a lavar trastes, o cosas así, pero ya se dieron cuenta de que la música es la única posibilidad de ir a ciudades como el DF.

Pocas apuestas e inversión

“El disco se grabó en la Ollin Yoliztli. Las niñas quisieran que hubiera una escuela así en Tres Zapotes, pero ahí sólo está la Casa de la Cultura, que en verdad es la casa de una de las niñas. Cuando toco con ellas me conmueve su energía, las ganas. Al principio eran como 30 niños. Quedaron 14, a los que he pulido.

El son no está en peligro de extinción, pero pocos apuestan por él e invierten. Esta musica es generacional, porque está enraizada y es identidad. Es música, poesía (versadas), danza y vestimenta, agregó.