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Documentan 40 años del quehacer estético de la notable artista mexicana

Abren en Madrid amplia retrospectiva de la fotógrafa Graciela Iturbide

De Manuel Álvarez Bravo asimiló una frase sencilla y rotunda: hay tiempo, comparte

Mi maestro fue un hombre sencillo, nunca perteneció a mafias y espero haber aprendido eso

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Autorretrato en casa de Trotsky, Coyoacán, ciudad de México, 2006, fotografía de Graciela Iturbide incluida en la exposición de la artista que reúne 180 imágenes y fue inaugurada en la Fundación Mapfre, de la capital española
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Radiografía de pájaro, Oaxaca, México, 1999, fotografía de Graciela Iturbide incluida en la exposición de la artista que reúne 180 imágenes y fue inaugurada en la Fundación Mapfre, de la capital española
Corresponsal
Periódico La Jornada
Miércoles 17 de junio de 2009, p. 6

Madrid, 16 de junio. La fotógrafa mexicana Graciela Iturbide tiene una máxima secreta, que vio con perplejidad y aprendió con disciplina y vocación en su primera visita al estudio de la persona que más ha influido en su vida: Manuel Álvarez Bravo.

En la puerta de su laboratorio, el maestro de la fotografía mexicana tenía una frase sencilla y rotunda: Hay tiempo.

Desde esa perspectiva de dejar madurar las cosas, de no apresurarse a revelar o a terminar un proyecto, de no correr para asimilar una experiencia, Iturbide ha cumplido 40 años de trayectoria en la fotografía.

Mirada singular y versátil

En Madrid, en la Fundación Mapfre, se inauguró hoy una amplia exposición retrospectiva para celebrar a una de las miradas de la fotografía internacional capaz de aunar en un mismo plano la poética más sobria, la hondura de los rostros de culturas milenarias y los paisajes que invitan a la fantasía y al ensueño.

Iturbide (DF, 1942) posee una mirada singular y versátil, pues lo mismo ha captado con sus instantáneas algunos de los retratos más contundentes en la historia de la fotografía mexicana contemporánea –Nuestra señora de las iguanas, por ejemplo–, como ha dotado de vida propia a sus imágenes del Jardín Botánico de Oaxaca, donde las plantas y sus sombras parecen albergar un mundo aparte.

A lo largo de cuatro décadas, esta fotógrafa se ha dedicado a viajar por los rincones más inhóspitos de México con la encomienda de encontrar personas, cultura y luz, que capta con su cámara y que cuando llegaba a su laboratorio iba redescubriendo.

Pero Iturbide no sólo ha fotografiado al México de los pueblos indígenas olvidados, cuando estaban incluso más marginados que ahora –hace 40 años–, sino también se ha inspirado en los paisajes abiertos de los valles de México, Estados Unidos o Asia. Y tal vez sin proponérselo también ha comunicado con sus imágenes rincones del mundo distantes, pero con muchas similitudes, como las instantáneas tomadas en Roma, Bomarzo, Bombay, Corea o Panamá.

Su bagaje como fotógrafa es enorme, si bien la Fundación Mapfre dedicó recursos y tiempo para montar la primera retrospectiva de Iturbide en España, al seleccionar 180 fotografías de sus 40 años de trayectoria. Y en ellas quedaron reflejadas todas sus etapas, filias y fobias, sus constantes a lo largo de este tiempo, como las fiestas populares, los panteones y su festín trágico, los pájaros y sus enigmas, las plantas y su rugosidad secreta, los rostros escrutadores y escrutados.

En la presentación de la exposición, Graciela Iturbide recordó a su maestro de la vida y de la fotografía, Álvarez Bravo, y a su máxima de tomarse el tiempo necesario para hacer su trabajo.

“Álvarez Bravo fue un hombre muy místico, muy sencillo, que nunca perteneció a ninguna mafia y siempre fue muy independiente. Y espero haber aprendido todo eso de él, pero sobre todo esa frase maravillosa que había en la puerta de su laboratorio y que vi la primera vez que fui: Hay tiempo.

Pretexto para conocer el mundo

Graciela Iturbide también se mostró muy emocionada por la exposición, pues se reúnen obras de todas sus etapas, incluidas las más recientes, como las que tomó en el baño de la pintora Frida Kahlo y que le sirvió para hacer una serie –El baño de Frida– en la cual los objetos proponen su propia versión de la historia de la artista mexicana en aquellos años y en aquel lugar, donde lo mismo había una fotografía de Stalin que unas muletas.

De sus obras más recientes, algunas de ellas inéditas y muchas otras desconocidas en Europa, también destacan las que realizó durante sus viajes por Italia e India, donde se encontró con imágenes que adoptaron de inmediato un lugar en su amplia producción artística. También hay abundantes imágenes de los paisajes, de los objetos, de las plantas y los jardines botánicos –de manera especial el de Oaxaca–, una amplia representación de su trabajo con las mujeres de Juchitán, que fue una de sus primeras incursiones en el México indígena y que descubrió gracias a la invitación del artista y mecenas Francisco Toledo.

“Siempre digo que la cámara, o ser fotógrafa, es un pretexto para conocer el mundo y las culturas de diferentes países y de mi propio país. Pues nosotros –los mexicanos– de pequeños no teníamos acceso a las otras culturas, las indígenas, que estaban borradas de los planes de estudio. Entonces, para mí salir a fotografiar ha sido un pretexto de conocer el mundo, de encontrarme con cosas que me llenan de alegría, de adrenalina”, explicó la artista.

Escuchar con los ojos

Marta Dahó, comisaria de la exposición, señaló por su parte que “Graciela Iturbide nos muestra el sutil encaje entre realidad y representación, aquello que a nosotros nos permite ver y pensar los múltiples estratos de la imagen. Pocas veces se da con tanta intensidad este gesto que libera el manantial de significados de lo real.

“Fotografiar se convierte así en un pretexto para conocer y re-conocer. O, como diría el cineasta alemán Wim Wenders, para escuchar con los ojos las historias que el mundo tiene que contarnos.”

La exposición de Iturbide concluirá en Madrid, el próximo 6 de septiembre.