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En el cuarto día de protestas, simpatizantes de Musavi insisten en que ganó la presidencia

Neutral, un sector del ejército iraní; separa a manifestantes sin violencia

Los soldados sirven de valla para impedir que repriman miembros de la paramilitar milicia basiji

La decisión del ayatola Jamenei de hacer recuento de la elección no aleja las sospechas de fraude

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Seguidores del líder opositor se manifiestan en el centro de Teherán, en imagen de video aficionadoFoto Ap
The Independent
Periódico La Jornada
Miércoles 17 de junio de 2009, p. 25

Teherán, 16 de junio. El destino de Irán yacía esta noche en una maltrecha carretera de cruce al norte de Teherán llamada plaza Vanak donde, después de días de violencia, simpatizantes del presidente Mahmud Ahmadinejad se enfrentaron, al fin, con iraníes furiosos y vociferantes que han decidido que Mirhosein Musavi debe ser presidente de su país. De manera increíble –y yo soy testigo pues estaba entre ellos– unos 400 miembros de las fuerzas especiales iraníes mantenían separados a estos dos ejércitos. Había piedras y gas lacrimógeno, pero por primera vez desde el comienzo de esta crisis épica, los uniformados se comprometieron a proteger a ambos bandos.

Por favor, por favor, mantenga alejados de nosotros a los basijis, suplicó una señora de mediana edad a un oficial de las fuerzas especiales que llevaba un chaleco antibalas y casco, al tiempo que aparecieron miembros de la milicia de la república islámica, con su aspecto de matones; con sus pantalones de camuflaje y sus camisas de un blanco puro, a pocos metros de distancia. El policía le sonrió a la mujer. Lo haremos, con la ayuda de Dios. Otros dos uniformados fueron levantados en hombros por la multitud. “Tashakor, tashakor” (Gracias, gracias), rugió la gente.

Esto fue fenomenal. Las fuerzas armadas especiales de la república islámica, es decir, quienes siempre han sido aliados de los basijis, por primera vez estaban preparados para proteger a los iraníes; no a los guaruras de Ahmadinejad. El precedente de esta súbita neutralidad es conocido por todos: fue cuando el ejército del sha se negó a disparar contra millones de manifestantes que exigían su derrocamiento en 1979.

Sin embargo, ésta no es una revolución para derrocar a la república islámica. Ambos grupos de manifestantes gritaban “Allahu Akbar” (Dios es grande) en la plaza Vanak esta noche. Pero si las fuerzas de seguridad iraquíes ahora optan por la moderación, entonces Ahmadinejad realmente está en problemas.

Al tiempo que el atardecer lleno de humos cayó sobre las calles del norte de Teherán, las multitudes ganaron ímpetu. Escuché a un oficial basiji barbado exhortar a sus hombres a atacar a los cerca de 10 mil hombres y mujeres que simpatizan con Musavi, del otro lado del cerco policial. Debemos defender nuestro país ahora, como lo hicimos en la guerra Irán-Irak, gritó por encima del rugir de la aglomeración. Pero un simpatizante de Ahmadinejad intentó calmarlo y le respondió: Todos somos ciudadanos. No causemos una tragedia. Debemos mantenernos unidos.

Claramente, la decisión del líder supremo ayatola Ali Jamanei de ordenar al Consejo de Guardianes hacer un recuento de los votos de las elecciones del pasado viernes no logró despejar las sospechas e indignación de la oposición reformista iraní.

Al principio parecía que el consejo examinaría el resultado electoral en sólo unos distritos. Luego se dijo a los iraníes que podría tomar hasta 10 días conocer el dictamen. También pudo haber influido que Ahmadinejad voló a Ekaterinburgo para asistir a la cumbre de Shanghai con el objeto de aburrir a delegados en la conferencia con sus discursos en vez de al pueblo iraní, al cual él cree representar. Pero esta noche, en la plaza Vanak, esto no significaba nada.

Policías vestidos de civil –quienes tal vez se dieron cuenta de la grave situación que provocó su obediencia a los simpatizantes de Ahmadinejad– convencieron a hombres de mediana edad de ambos bandos a reunirse en el centro de la estrecha plaza, en la tierra de nadie de Vanak. El partidario de Musavi, de camisa café, agarró de los brazos al barbado policía iraní del lado de Ahmadinejad. “No podemos permitir que esto suceda “, dijo. Después intentó, como hace todo musulmán que quiere dejar patente su disposición a ofrecer su confianza y amistad, besó la mejilla de su oponente. El hombre barbado lo alejó de un empujón y lo insultó a gritos.

Las dos filas de policías estaban ahora hombro con hombro. Tomándose del brazo del de junto como si fueran eslabones, formaron una cadena para mantener separadas a ambas turbas y miraban a sus camaradas del otro lado cada vez más preocupación. Un iraní-estadunidense que estaba a unos metros de mí me gritó en inglés: Tenemos que probarles que ya no nos pueden hacer esto. No nos gobiernan. Necesitamos un nuevo presidente. O se salen ellos con la suya, o lo conseguimos nosotros.

Era atemorizante, la absoluta convicción de estos hombres, su total negativa a cualquier negociación, un lado exigía obediencia a las palabras del ayatola Jomeini, a los fantasmas de la guerra Irán-Irak, de 1980 a 1988. El otro bando, envalentonado tras haber reunido a un millón de personas en su marcha del lunes, exigía libertades, sin renunciar a una república islámica; pero libertades que nunca han tenido.

Quizá ahora tengan de su lado a la policía; si es que el ejemplo de anoche es significativo, o el apoyo de algún oficial de alto rango, y quizás los mismos policías, sorprendidos por su conducta de los últimos cuatro días, decidieron que las fuerzas especiales ya no cargarían con la reputación ganada por los temibles matones irreductiblemente leales a Ahmadinejad.

Apenas horas antes, siete hombres fueron asesinados por los basijis al finalizar la marcha del lunes, y fueron sepultados secretamente en el Cementerio Policial 257; un gran cementerio cercano al mausoleo de Jomeini, donde el fundador de la revolución islámica yace bajo una mezquita de cúpulas doradas y mosaicos azules. Semejantes honores no se dispensaron a las siete víctimas de los basijis. Simplemente se les sepultó bajo una capa de tierra. Sin lápidas sobre sus tumbas, sin que se notificara a sus familiares de la suerte que corrieron.

Sin embargo, los diarios pro gubernamentales de Teherán reportaron sus muertes y uno dedicó su primera plana a la furiosa condena que hizo el rector de la Universidad de Teherán de la intrusión de los basijis en el campus la noche del domingo, cuando las fuerzas de seguridad asesinaron a los siete jóvenes, hirieron a varios más, además de destruir y saquear los dormitorios universitarios.

El rector Farhad Rabar dijo que querellará ante las cortes contra los asesinos y agregó que la invasión de la Universidad de Teherán, que es el símbolo de la educación superior, ha provocado en mí una marejada de dolor y furia.

¿Es demasiado tarde para poner fin a esta violencia fratricida? Para cada bando, la integridad de su causa se está volviendo fuerza más poderosa que cualquier diálogo racional. La libertad que han probado ya los simpatizantes de Musavi –poder ignorar y despreciar a la autocracia clerical que tanto los ha humillado– es ahora algo tan embriagador que están enfrentando en las calles a sus enemigos políticos con una extraña, atemorizante, pero genuina presencia de ánimo.

En cierto momento de la noche, hombres y mujeres que llevaban los listones verdes que los identificaban como partidarios de Musavi, estaban ahí en el pavimento, parados junto a esos escalofriantes 100 metros de tierra de nadie, a un lado de mujeres de chador que llevaban la bandera iraní, el símbolo de patriotismo de Ahmadinejad. Incluso charlaban sobre el resultado que podría tener esta temible confrontación entre los dos bandos.

Era una narrativa distinta a la que se experimentó tres horas antes cuando hombres y mujeres partidarias de Ahmadinejad realizaron su propia manifestación en la plaza Val-y-Asr. No se dijo ahí ni una palabra de la masiva marcha opositora del lunes, ni de otras movilizaciones en Shiraz, Mashad, Babol y Tabriz. De hecho, la mayoría de los iraníes no tienene idea de dichos actos: los censores de Ahmadinejad se encargaron de ello.

Las pancartas en la manifestación en favor del presidente fueron predecibles: Muerte al traidor –Musavi, desde luego, es el traidor de la república. Muerte a cualquiera que se oponga al líder supremo, lo cual suena un tanto extraño pues ni Musavi ni millones de seguidores están en contra del ayatola Jamanei (si bien se sabe que hay antipatía entre ambos); es hacia Ahmadinejad que los opositores tienen odio visceral y a quien están tratando de derrocar.

El ex vocero del Parlamento Gholamali Haddadadel, el orador del mitin de apoyo al presidente, fue quien halló el punto débil en los argumentos de Musavi y lo expresó ante una multitud que no podía constar de más de 5 mil personas.

¿Sabe Musavi cuánta gente votó por Ahmadinejad en las áreas rurales y los poblados?, preguntó. “Irán no sólo es Teherán. Sabemos que el señor Musavi obtuvo 13 millones de votos, pero el señor Ahmadinejad ganó 24 millones.

Desde luego, son precisamente esos cálculos que Musavi y sus aliados disputan. Los sayads (título honorífico dentro del clero musulmán, N de la T) y sacerdotes hablaron ante la pequeña multitud mientras sus guardaespaldas –e incluso había paramédicos– los vigilaban de cerca. También fungió como orador un famoso cantante religioso ante un público envuelto en la bandera nacional.

Fue cuando me dirigía a Va-y-Asr que noté un camión de redilas cargado de hombres; todos ellos vestidos con pantalones de camuflaje y camisas blancas, que llevaban cachiporras y se dirigían al norte de Teherán. Eran seguidos por envalentonados manifestantes islamitas, listos para caminar más de cinco kilómetros hacia Vanak.

Dos conscriptos estaban entre los simpatizantes de Musavi cuando un anciano se acercó a pedirles consejo: Si los basijis penetraban el cordón policial, ¿debía quedarse? Los basijis golpean a la gente duro... muy duro, respondió uno de los policías, quien dio unas palmaditas en el hombro al anciano y sacudió la cabeza.

© The Independent

Traducción: Gabriela Fonseca