Opinión
Ver día anteriorDomingo 16 de agosto de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Últimos días
E

l título de esta nota no hace referencia a una película en particular, ni a la triste suerte de casi todos los estrenos nacionales que apenas sobreviven en cartelera una o dos semanas, ni a la visión realista (tan distante del optimismo oficial) de un cine mexicano sin perspectivas de recuperación por el acaparamiento sin control que hacen los productos estadunidenses del tiempo de pantalla disponible (en cualquier complejo cinematográfico, la proporción de estrenos hollywoodenses rebasa ya 90 por ciento). Los últimos días son los que viven diversos personajes en dos melodramas mexicanos actualmente en cartelera: Enemigos íntimos, de Fernando Sariñana, y Mi último día (antes, Aurora boreal), de Sergio Tovar Velarde.

En el primer caso, un Sariñana volcado a las propuestas comerciales ensaya el tránsito de su veta más segura, la comedia juvenil intrascendente –Niñas mal, Amar te duele– a una variante taciturna y pesimista, próxima en su ambientación y sus alardes técnicos a Ciudades oscuras, cinta anterior suya, sin dejar de lado el acostumbrado convencionalismo narrativo. Los temas son ahora la enfermedad terminal, la incomunicación amorosa y el presentimiento de la muerte como elemento dramático que contribuye a restaurar el equilibrio emocional de todos los personajes. El guión de Carolina Rivera relata los últimos días de Álvaro (Demián Bichir), un arquitecto exitoso, a quien se le diagnostica cáncer generalizado, luego de las complicaciones de un tumor prostático.

El hospital Médica Sur se vuelve el escenario de conflictos familiares no resueltos, que el padecimiento del protagonista agudiza en pocos días (una madre que se resiste al envejecimiento, pero que astutamente aprovecha para improvisarse con ese tema en fotógrafa novedosa; un escritor mediocre con síndrome de hijo rechazado, que encuentra en la tragedia del hermano una inspiración para superarse); y en el cuarto contiguo al de Álvaro, un drama apenas distinto: una joven (Ximena Sariñana) cae en estado de coma luego de una intervención quirúrgica para extirparle un tumor en el cerebro. Su postración sirve para que su pretendiente (José María de Tavira) pueda recapacitar sobre la verdadera naturaleza del amor, que en circunstancias adversas no siempre se manifiesta como lo desean los amantes.

¡Cuántos libros de superación personal en tan sólo hora y media de película! La enfermedad es el doloroso revelador de la riqueza espiritual que, sin saberlo, todos estos personajes de clase media acomodada poseen, y que llega a iluminar hasta al muy proletario novio de la enfermera (respectivamente, Roberto Sosa y Dolores Heredia, en un episodio banal, sin duda, cuota necesaria para completar la radiografía social de Sariñana). Que todo culmine en un musicalizado desenlace de moral satisfecha, apenas sorprenderá a los seguidores del realizador con mayor éxito en México. A final de cuentas, no es otro tipo de cine el que con empeño se promueve oficialmente.

Mi último día es la ópera prima de un realizador muy joven, interesado también aquí en el registro de situaciones límite. Un adolescente, Mariano (José Luis Martínez), realiza un videohome testamentario en el que diariamente consigna su imperturbable intención de suicidarse. Los motivos pueden ser muchos, y él mismo los explora en una encuesta con testimonios filmados de amigos y desconocidos. Repite, a diestra y siniestra, ¿Vale la pena vivir?, a la manera del clásico cuestionario de Jean Rouch y Edgar Morin en el documental Crónica de un verano (1961), donde había aquella pregunta, ¿es usted feliz?.

El afán sociológico se reduce en el esfuerzo de Tovar Velarde a un mero trámite para dar consistencia a la anécdota mínima del joven que carga con la culpa de un accidente sufrido por Micha (Eduardo Chávez Hopkins), su hermano menor, ahora minusválido. El trabajo es interesante, aunque el juego formal de la cámara subjetiva y su mezcla de ficción y documental quedan a medio camino, atorados en sus buenas intenciones, lastrados por un mensaje moralista que bien podría ser apéndice de las revelaciones espirituales administradas por Carolina Rivera en Enemigos íntimos. La pregunta a dos cineastas de generaciones y formación profesional muy distintas, bien podría ser la siguiente: ¿cómo conciliar eficazmente un afán de modernidad expresiva con narrativas melodramáticas que sólo son peso muerto y solemnidad apabullante?