Opinión
Ver día anteriorJueves 15 de octubre de 2009Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Punto de saturación
T

odo parece indicar que la emigración mexicana ha llegado a un punto de saturación. Los indicadores del Inegi, Conapo, la Encuesta Nacional de Empleo; la Migra (HLS), el Centro Hispánico Pew y el Proyecto de Migración de México reportan una tendencia a la baja. De acuerdo con cálculos de Jeffrey Passel, el mejor especialista estadunidense en contar indocumentados, la cifra total de indocumentados de todas las nacionalidades bajó de 12.4 millones en 2007 a 11.9 en 2008. Es decir, se contabilizaron 500 mil indocumentados menos.

Varios indicadores señalan que el punto más alto de la emigración mexicana y centroamericana, en tránsito hacia Estados Unidos, tuvo lugar entre 2005 y 2006, antes de que se desatara la crisis financiera de finales del año pasado. La precisión no es banal. Si la baja se hubiera dado en 2008 o 2009 la explicación obvia habría sido la crisis y no otro tipo de factores.

Para afirmar que la migración va a la baja es necesario que un conjunto de indicadores señalen la misma tendencia. Y para esto se requiere información censal, cálculos sobre saldos migratorios, encuestas nacionales e internacionales de empleo, estadísticas de deportaciones, ingresos legales y encuestas que monitorean los flujos y procesos migratorios. Un solo indicador no puede predecir una tendencia. Más aún, se requiere que las fuentes de ambos países den señales en la misma dirección.

La única encuesta que no muestra cambios significativos para 2008 es la EMIF, elaborada por El Colegio de la Frontera Norte, donde participan varias instituciones oficiales mexicanas (Conapo, Secretaría del Trabajo, INAMI). Según ésta, no se reportan variantes en el monto de migrantes que provienen del sur del país, que manifiestan intención de emigrar a Estados Unidos. Dado que la encuesta se realiza en territorio mexicano, se trata más bien de migrantes potenciales que aún no han hecho el intento de cruzar, lo que otorga un sesgo importante a la fuente.

Es posible, por tanto, empezar a discutir sobre el tema de un descenso significativo de la migración indocumentada, tanto mexicana como centroamericana. Sin embargo, la verdadera discusión radica en predecir o estimar si se trata de un asunto coyuntural o de una tendencia consolidada.

Las teorías migratorias y las experiencias históricas ponen de manifiesto que estos procesos operan de manera semejante y que después de un alza sostenida se estabilizan y luego tienden a descender. A este fenómeno se le conoce como la joroba migratoria. Los casos más emblemáticos de migraciones internacionales suelen durar seis décadas, como el italiano o el irlandés. En otros casos los flujos maduran en dos o tres décadas, como podría ser el caso centroamericano. En el caso mexicano, hace ya más de un siglo que empezó el proceso, pero fue en los años 50, cuando se convirtió en un fenómeno masivo, tanto de migración legal (braceros) como indocumentada.

Al parecer varios indicadores señalan que se ha llegado a un punto de saturación. Un total de 12.7 millones de mexicanos en Estados Unidos son muchos, demasiados, más aún cuando 55 por ciento son indocumentados. Es a escala mundial el caso más extremo en cuanto a volumen total del flujo, sin contar a los mexicanos de origen y a la segunda generación.

Haber alcanzado números tan desproporcionados se debe no sólo a factores mexicanos, que son reales y persistentes. También obedece a la política migratoria estadunidense que incentivó el flujo con la legalización de 2.3 millones de mexicanos en 1986 (IRCA), que rompió con la tradicional migración de ida y vuelta, y que en la actualidad su política de control fronterizo desalienta el retorno.

Parece ser que hasta el momento no hemos tomado en serio la política de control migratorio fronterizo de Estados Unidos. El muro es cada vez más grande, más imponente, más infranqueable. Aquello de que no hay muro que pueda detener a los mexicanos no es verdad y los números hablan al respecto. Desde hace ya más de una década la frontera cobra en vidas la pretensión de aquellos que intentan cruzarla. Ya no se diga los miles de dólares que hay que pagar para cruzar con un guía por el desierto. Dólares que enviaban los migrantes a sus familiares y que han dejado de mandar. Los migrantes radicados en Estados Unidos lo último que esperan es que les llegue un pariente pidiendo asilo y solicitando ayuda para encontrar trabajo.

El control fronterizo se ha militarizado y ha llegado a límites insospechados en cuanto a presupuesto, personal, apoyo tecnológico, horas de vigilancia y métodos cada vez más sofisticados de control, supervisión y represión. Lo mismo se puede decir del sistema legal que castiga con dureza la migración indocumentada y es cada vez más rígido y eficiente.

El único campo donde no se ha avanzado es en el control de los empleadores que contratan indocumentados, asunto que no puede arreglarse hasta que se dé una reforma migratoria que aclare el panorama y defina quiénes se quedan, quiénes se van. Una vez resuelto este dilema será muy difícil no sólo cruzar la frontera, sino trabajar y vivir como migrante indocumentado en Estados Unidos.