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Vox libris
Convalecencia y recuperación
Periódico La Jornada
Domingo 1º de noviembre de 2009, p. a16

De los viejos libros de mi infancia a las novedades editoriales: Maus, Somber, La mano de Fátima, la trilogía Millenium y hasta El símbolo perdido. Todos fueron parte de la curación...

Hace unas semanas un pasón de letras (La Jornada, 30/08/09) frenó mi universo lector. Por primera vez en mi vida mi ritmo de lectura bajó a casi cero: por una parte continuaba el temor a caer de nuevo en un estado de ansiedad libresco, por el otro como que no hallaba un libro que me atrapara lo suficiente.

Leí de manera descuidada La mano de Fátima, del español Ildefonso Falcones, porque no quería clavarme en la historia, así que lo hice a un lado durante unas semanas y regresé a mis viejos libros.

Los hijos del capitán Grant y En el país de las pieles, de Julio Verne y El último mohicano, de James Fenimore Cooper me acompañaron en mi convalecencia lectora porque, al haberlos leído en varias ocasiones a lo largo de mi vida, ya los conocía y aunque siempre ofrecen más sorpresas y nuevas lecturas lo cierto es que son como esos viejos amigos que siempre agradecen un nuevo encuentro.

Mis libros ya están todos deshojados, el lomo partido, sus páginas amarillas (no les falta ninguna), pero me niego en redondo a mandarlos empastar... perderían su magia y, además, creo que entre sus hojas está el cariño y el esfuerzo de mi madre porque aun trabajando de enfermera tarde y noche sólo podía ofrecérnoslos a mi hermana y a mí en día de reyes y a veces en nuestros cumpleaños.

Poco a poco pasé esas páginas amarillentas con olor a viejo (pero no a humedad) y me ayudaron a agarrar de nuevo el gusto por la lectura, también comencé a hacer los miedos a un lado pero con mucha precaución. Así encontré dos cómics en las pilas de libros que decoran mi estudio (¿por qué rayos no mando a hacer un librero más grande?)

Esos dos títulos son Somber, de Frank Beddor y Liz Cavalier con dibujos de Ben Templesmith; y Maus, del caricaturista Art Spiegelmal.

Somber se deriva de La guerra de los espejos, la verdadera y loquísima historia de Alicia, la del país de las Maravillas.

Lo que se cuenta en La guerra de los espejos y en Somber es una historia oscura, malévola, llena de asesinatos y conspiraciones (¡adiós a la sonrisa del gato de Cheshire, bienvenido el gato sicario!), y así de oscuros son los dibujos de Templesmith. Buenos peleando contra los malos en un mundo sin luz y sin maravillas.

Esta es la novela geo-gráfica número uno en que se relatan las aventuras de Somber Logan en su búsqueda de la princesa Alyss de Marvilia y se enfrenta con una baronesa que les roba a los niños la imaginación, porque ahí está la raíz de todos los males (me lo hubieran dicho antes).

Maus es más difícil. La historia no nace de la imaginación del autor (quien fue fundador de la revista de vanguardia Raw), sino de la pura realidad: Spiegelman narra la vida de su padre Vladek durante la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto utilizando personajes animales: los judíos son ratones, los alemanes son gatos, los polacos son puercos, los franceses son ranas, los ingleses peces, perros los estadunidenses y los suecos son venados. Los recuerdos de Vladek son intensos, brutales, pero también es muy intensa la relación con su hijo artista quien no alcanza a comprender algunas de sus manías.

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Está dividido en dos volúmenes, traducidos por César Aira y publicados por Emecé. El primero se llama Mi padre sangra historia, y ya está en librerías, y el segundo es Y aquí comenzaron mis problemas que estará disponible este noviembre.

Y bueno pues ya encarrerada de nuevo, terminé La mano de Fátima que es una novela con un montón de datos y un montón de personajes en la que es muy fácil encariñarse con el principal: Hamid ibn Hamid y su lucha por permanecer en el país que ama, mantener su cultura y encontrar la forma en que puedan convivir católicos y musulmanes. ¿Ya dije que está ambientada en el siglo XVI en plena expulsión de los moriscos de España?

Entonces recuperé mi ritmo (¡fiuuu!) y en menos de una semana leí los tres volúmenes de la serie Millenium, de Stieg Larsson, que son una verdadera locura de 2 mil 268 páginas en las que se mezclan un complot nacido desde finales de la Segunda Guerra Mundial, un ex espía ruso, los servicios de seguridad suecos dentro de los servicios de seguridad que están al servicio de la inteligencia estatal (¿se va entendiendo el nivel de complicación del asunto?), una revista independiente con un reportero kamikase de nombre Mikael Blomkvist, su amante Erika Berger (que para esto es la redactora en jefe de la revista Millenium, casada con un artista que conoce y aprueba la aventura pasional que mantienen desde hace varios años), que por angas y mangas se involucran en una historia que termina en en dos megaescándalos (en el primer volumen es financiero, en los dos siguientes es estatal) y en los dos está involucrada Lisbeth Salander.

Al inicio de la serie, Salander es una joven con problemas para reconocer la autoridad, que está más loca que una chiva pero que es una hacker de primer nivel con una memoria fotográfica, y termina liada con Blomkvist en la primera investigación y después encabronada con él y todo esto en medio de intentos de asesinato, robos, complots, huidas interminables, lucha de poderes...

En fin que no voy a decir que el asesino es el mayordomo pero por ahí va.

Y de último: El símbolo perdido, de Dan Brown, con la misma fórmula que en Ángeles y demonios y El Código da Vinci: el profesor Langdon y misterios ancestrales por resolver. Sólo que en este caso parece que la novela está más destinada a congraciarse con la Iglesia católica que a generar polémica. Quizá lo único rescatable son los indicios que da de una nueva ciencia: la noética o el poder del pensamiento.

Con El símbolo perdido, Dan Brown se convierte en un excelente guía de turistas.