Opinión
Ver día anteriorMiércoles 13 de enero de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La sionización de Jerusalén
F

rente a los atropellos de Israel contra los palestinos en la ciudad vieja de Jerusalén, y los territorios ocupados de su lado oriental (Cisjordania), hay voces que suelen usar el término judeización. Típico error de quienes acostumbran, como los sionistas y los fundamentalistas islámicos o cristianos, a manipular la religión con propósitos políticos y militares puntuales.

Desde siempre, todas las empresas de conquista y anexión territorial han tergiversado los credos de fe para facilitar el embrutecimiento de los pueblos sometidos, o no sometidos. Y en sus matices perversos, escogen pretextos de toda índole para justificar todas las infamias, empezando por la mayor: Dios lo quiere.

Si vamos por ahí, convendría detenerse en algunas profecías. David: Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi mano mi destreza (Salmos, 137:5). Jesucristo: Jerusalén, Jerusalén, si tú conocieras a aquel que sirve a tu paz (Lucas 19:41-44). Mahoma: Oh Jerusalén, tierra elegida por Alá y patria de tus siervos, desde tus muros el mundo se convirtió en mundo.

¿Qué intuía aquel trío de iluminados acerca de un conflicto irreductible y permanente que ya cuenta con 6 mil años de historia? Jerusalén vivió tres milenios en manos de tribus cananeas. Una de ellas, la de los jebuseos, levantó el primer emplazamiento al que llamaron Orsalim. Lugar mencionado en una de las tablillas egipcias de Tall Amarna, con fecha de principios del siglo 14 adC, antes de la llegada de los hebreos a Palestina.

David venció a los jebuseos en 1000 adC, y los hebreos se radicaron en Palestina durante poco menos de tres siglos. Hasta que los asirios acabaron con Judea y Samaria, los dos reinos de Israel. Luego, la ciudad estuvo 300 años bajo dominación helénico-egipcia, 600 años fue romana-bizantina, 880 años árabe, 400 años turca y 24 años británica.

En 1947, las Naciones Unidas partieron Palestina en un Estado judío y otro árabe, con una tutela especial sobre Jerusalén. Pero en mayo de 1948, los sionistas proclamaron unilateralmente la independencia, y ocuparon por vía armada el sector oeste de Jerusalén con la pretensión de instalar su capital en la llamada Ciudad Santa.

En diciembre de 1949, la Asamblea General decidió que Jerusalén sería un “…corpus separatum bajo un régimen internacional especial administrado por las Naciones Unidas” (resolución 303). Israel rechazó la iniciativa, pero la protesta mundial obligó a que el gobierno sionista se instalara en Tel Aviv.

En junio de 1967, durante la Guerra de los Seis Días, el sector oriental de Jerusalén (bajo jurisdicción de Jordania), cayó en manos de Israel. Anexión que hasta hoy prosigue ininterrumpidamente, con la apropiación ilegal de tierras palestinas.

Por 99 votos a favor, ninguno en contra y 20 abstenciones, la Asamblea General manifestó que los medios utilizados por Israel para cambiar el estatuto de Jerusalén son nulos y no avenidos. Años más tarde, la segunda Conferencia Cumbre de los Países Islámicos (Pakistán, 1974), publicó una resolución sobre Al Quds (Jerusalén, en árabe): La retirada de Israel de Jerusalén es la condición inicial más importante e insustituible para restablecer la paz en el Cercano Oriente.

Meses después, la UNESCO expulsó a Israel por sus trabajos tendientes a desvirtuar el carácter árabe de la ciudad vieja de Jerusalén. Medida que, por otro lado, denunciaba la hipocresía del líder David Ben Gurion, cuando en la declaración de la independencia (14/5/48) dijo que el nuevo Estado protegería los lugares santos de todas las religiones, y aplicará sucesivamente los principios de la Carta de las Naciones Unidas.

Que Israel jamás respetó y acató, despreciando sistemáticamente sus resoluciones. En 1980, el Parlamento israelí (Knesset) trasladó la sede de gobierno a Jerusalén oeste, y proclamó su anhelo de convertir a toda la ciudad en capital eterna e indivisible de Israel. La ONU condenó a Israel, y la mayoría de los países que mantenían sus embajadas en Jerusalén las trasladaron a Tel Aviv.

Washington, en tanto, recurrió al rutinario derecho de veto que acostumbra emplear en las votaciones desfavorables a Israel. No obstante, el secretario de Estado de James Carter, Edgard Muskie, pronunció un discurso ambivalente al decir: Necesitamos que Jerusalén no sea dividida, con libre acceso de todas las religiones a los lugares santos.

El premier israelí Menahem Begin y el canciller Yitzhak Shamir (ambos con frondoso expediente de terrorismo) saludaron el galimatías imperial, pues precisamente eran las crecientes dificultades de acceso a la Ciudad Santa, las que empezaron a representar un dolor de cabeza para los peregrinos y, especialmente, para los palestinos de Jerusalén oriental.

México asumió un papel digno. Porfirio Muñoz Ledo, su representante en la ONU, manifestó: El problema no es optar por una Jerusalén unificada o dividida. Hoy, la ciudad está unificada de hecho, pero como resultado de una conquista que no genera derecho alguno.