Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 28 de febrero de 2010 Num: 782

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

Amor indocumentado
FEBRONIO ZATARAIN

Nocturnos
DIMITRIS PAPADITSAS

Pulsos vs. determinaciones
JORGE VARGAS BOHÓRQUEZ

Chile: crónica desde los márgenes accidentados
ROSSANA CASSIGOLI

Escribir con zapatos
ANA GARCÍA BERGUA

Incansables ochenta años
ADRIANA CORTÉS entrevista con MARGO GLANTZ

Teolinca Escobedo: arte y corazón
AMALIA RIVERA

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Columnas:
Jornada de Poesía
JUAN DOMINGO ARGÜELLES

Paso a Retirarme
ANA GARCÍA BERGUA

Bemol Sostenido
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Teolinca Escobedo:
arte y corazón

Amalia Rivera

Son muchos los grandes artistas en la historia del arte que han incursionado en alguna de las vertientes del grabado, y es que el paso por el taller, que algunos han denominado “la cocina de las artes”, es una experiencia enriquecedora por los retos que imponen las “recetas” para obtener un original de alto nivel creativo.

Es el caso de Teolinca Escobedo, cuya fascinación por el grabado la llevó a estudiar la licenciatura y un postgrado en San Carlos, una vez que concluyó la carrera de pintura en La Esmeralda, formación que la dotó de mayor espontaneidad y hoy le permite acabados precisos y hasta caprichosos que refrendan una vocación cumplida: “El grabado de aguafuertes y aguatintas es lo que más me gusta. Empecé en 1988 con metal porque es de rápida resolución.”

Explica que en cuanto tiene la idea, la dibuja. Luego viene el trabajo fuerte en su taller de Coacalco, donde graba en una tina muy grande. Ahí introduce la placa cubierta de ácido y empieza a luchar con los tiempos para no perder el dibujo; a rebajar con agua el nitrato para precisar los claroscuros. A pesar de la rudeza que podría suponer el empleo de ácidos y la manipulación de metales como fierro o zinc, es un arte tan delicado que obliga a verificar con lupa las tonalidades que va tomando el aguatinta y, si es necesario, limar los excesos en las zonas demasiado oscuras, que en Teolinca son un sello personal a tono con la desolación, desesperanza y desconsuelo que invade irremediablemente la temática de su producción artística.

La prensa que utiliza es muy grande y requiere mucho espacio, ya que su obra es de gran formato, lo que implica mayor dificultad. Cuando allá por 2003, Teolinca conoció a Alfredo Zalce le mostró su Zona de desastre, huecograbado en fierro, de 60x100, premiado en el Museo de la Estampa, que es una combinación de líneas con mancha. El maestro no dejó de expresar sorpresa: “¡Qué bárbara! –dijo–, es muy difícil trabajar el formato grande; yo no puedo más allá de 50 centímetros. Es impresionante que puedas visualizar toda la placa y formatear todo el espacio para hacer el dibujo.”

Y sí, a Teolinca le gusta plasmar en grande, porque sus inquietudes sociales y artísticas sólo podrían ser volcadas en grabados de grandes dimensiones, logrando “efectos ópticos sorprendentes. Aun cuando se trata de detalles en algunos objetos, la graduación tonal envuelve ambientes fantasmagóricos en los que se distinguen paisajes de extraña belleza”, a decir del grabador Octavio Bajonero Gil.

“Se me ha criticado que trabajo muy oscuro –señala Escobedo– que casi hago puras sombras, pero el manejo del claroscuro es lo que más me interesa, y si debo limar los excesos, lo hago, y esto es para mí un pequeño triunfo. Lo mismo me sucede en la pintura con el color: voy de un extremo a otro: si es rojo, es rojo intenso, lo mismo con los azules o amarillos. Soy muy grave, dice mi hijo Genaro, que es músico.”

Sin duda, Teolinca heredó de su padre, Jesús Escobedo –grabador y dibujante, fundador del Taller de la Gráfica Popular en 1937, uno de los más jóvenes miembros de la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios y figura señera del arte mexicano– el interés por el grabado.

Relata que Francisco Díaz de León, Fernández Ledesma y Alfredo Zalce le llamaban El niño prodigio, porque fue un gran dibujante desde muy joven. Apenas tenía doce años cuando participó en la exposición Cien Años de Litografía Mexicana, y a los quince presentó una exposición con cincuenta retratos y paisajes suyos en Bellas Artes.

“Mi papá trabajaba en la casa el grabado en linóleum y madera, sobre todo en las noches. Mi mamá también dibujaba, pero tenía un empleo en el gobierno, así que ella era el pilar de la casa. Él no quería que siguiéramos sus pasos, porque sufrió mucho por la falta de dinero. Así que ingresé a la UNAM dispuesta a estudiar Sociología, pero cuando muere mi padre, en 1978, vi que yo tenía que continuar su historia sobre esa línea del arte.”

Convencida de que desde la pintura también podría recrear los fenómenos sociales, inició formalmente su carrera de pintora, siempre atraída por el grabado.

–¿Qué dificultades tiene un grabador en México?

–A nivel grupal hay un gran auge, hay muchos talleres en el sur de la ciudad, como el de Emilio Payán. La UNAM y la UAM-Xochimilco también tienen una gran prensa. Pero muchos grabadores no graban porque no tienen taller, así que se van por el dibujo y de alguna manera por eso se está perdiendo el arte del grabado en México. Además de que está muy mal pagado, no sienten la necesidad de hacerlo. Yo sí la tenía, así que me armé para montar mi taller.

La versatilidad, tesón y disciplina de Teolinca se advierten en el amplio manejo de texturas y técnicas que incluyen aguafuerte, aguatinta, tinta al azúcar, barniz blando, manera negra, entre otras. Su obra ha sido expuesta en numerosas bienales, como la de Diego Rivera en 1990 y 1994, la de San Juan del Grabado en Puerto Rico, la primera de José Clemente Orozco, en Guadalajara. Sus enormes huecograbados, de 60x100, como Dow, Cuevano, First Class, entre otros, han sido admirados lo mismo en México que en galerías de Filadelfia, España, Polonia, Honolulú, Japón y algunas de sus obras han pasado a enriquecer el acervo artístico de varias colecciones, como la de Arte de Nuestra América, en Cuba. Recientemente, millones de ojos vieron su obra titulada Los peatones, expuesta en la estación Garibaldi del Sistema de Transporte Colectivo en Ciudad de México.

–Mi ego se ha alimentado muy bien al ser seleccionada en bienales y concursos, pues sobre todo los últimos “son ególatras”. Me ven y ya me conocen, pero necesito algo más como persona, que me haga sentir comprometida con la sociedad.

Los retratos al óleo de Villa, Zapata, Morelos e Hidalgo, que trabaja actualmente a propósito del bicentenario, surgen de imágenes y principios que de muchas maneras su padre dejó grabados en ella, pero sobre todo son expresión de un arte hecho con el corazón y sin miedo a arriesgarse.