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Las dudas sobre un triunfo en Afganistán preocupan a políticos, analistas y opinión pública

Obama despide a McChrystal pero la crisis con la cúpula militar continúa

El general David Petraeus asume la comandancia de la OTAN y Estados Unidos en el país invadido

La renuncia es la decisión correcta para nuestra seguridad nacional, expresa el mandatario

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El mandatario presenta al general David Petraeus como nuevo jefe de las tropas de la OTAN en Afganistán. A la izquierda, el vicepresidente Joe BidenFoto Ap
Corresponsal
Periódico La Jornada
Jueves 24 de junio de 2010, p. 28

Nueva York, 23 de junio. El presidente Barack Obama despidió hoy a su comandante de la guerra en Afganistán, nombró al superior de éste en el puesto, pero no resolvió el problema de fondo: crecientes divisiones dentro y fuera de la cúpula política sobre la dirección de la guerra más larga de la historia del país, además de dudas de que jamás podrá haber algo parecido a una victoria estadunidense en el llamado cementerio de los imperios.

A Stanley McChrystal, hasta hoy comandante de las fuerzas estadunidenses y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte en Afganistán, se le ordenó presentarse en la Casa Blanca y después de unos 20 minutos con el comandante en jefe, se anunció su despido (en términos formales, Obama aceptó su renuncia) y el presidente nombró al general David Petraeus, hasta ahora jefe del Comando Central –y superior de McChrystal–, para tomar su lugar.

Así concluyeron 24 horas de alto suspenso en Washington luego que se dio a conocer un artículo, será publicado esta semana por Rolling Stone, donde McChrystal y varios altos integrantes de su equipo hicieron comentarios despectivos y hasta de burla de Obama y su equipo de seguridad nacional encargado de la guerra en Afganistán. Para Obama no había otra opción que correr a su general ante la percepción de que se había violado el principio sagrado de la subordinación militar al poder civil, así como de que la Casa Blanca estaba a la deriva sobre la guerra.

Las guerras son más grandes que un hombre o una mujer, sea un privado, un general o un presidente. Por difícil que sea perder al general McChrystal, creo que es la decisión correcta para nuestra seguridad nacional. La conducta representada en el recién publicado artículo no cumple con la norma que tiene que ser sentada por un general en comando. Mina el control civil de los militares, que está al centro de nuestro sistema democrático. Y erosiona la confianza necesaria para que nuestro equipo trabaje en conjunto para lograr nuestros objetivos en Afganistán.

Pero todo esto no resolvió el problema de fondo que ha estado a la vista de todo observador de la aventura bélica en Afganistán: las disputas y divisiones internas sobre la dirección estratégica de la guerra combinado con el creciente escepticismo y duda, entre el público y algunos sectores políticos y hasta militares, sobre si la guerra se puede ganar y sus costos cada vez más extremos, incluso en vidas de militares estadunidenses

Para empezar, McChrystal sólo hizo pública (nadie entiende aún cómo un soldado de alta disciplina decidió comentar públicamente sus diferencias con la Casa Blanca) una feroz disputa interna, sobre todo entre el equipo civil de Obama encargado de la guerra. Ya se conocían las disputas entre Richard Holbrooke, el encargado especial para Afganistán, y el embajador estadunidense en Afganistán, Karl Eikenberry, junto con el asesor de Seguridad Nacional, general James Jones, entre otros.

Pero más allá de eso, casi todas estas disputas indican no sólo falta de consenso sino la creciente sensación de que la guerra no se está ganando. Hoy Obama aseguró que su decisión es un cambio de personal, pero no un cambio en política, e insistió en que se tiene el mismo objetivo de derrotar al talibán y anular a Al Qaeda. Esa estrategia fue en gran parte diseñada por McChrystal, incluyendo el incremento de 30 mil del total de tropas estadunidenses en el país (ahora se numeran más de 90 mil, y se espera que miles más llegarán).

En los hechos, la estrategia aprobada por Obama y diseñada e implementada por McChrystal no está demostrando resultados, sino mayor violencia, más bajas y poco avance contra el talibán.

Según el artículo en Rolling Stone, la estrategia no es nada menos que una actualización de la vieja doctrina de contrainsurgencia o COIN, que tiene sus raíces en los desastres franceses y estadunidenses en Argelia y Vietnam. McChrystal se había vuelto el campeón de la renovación de esa doctrina, que se volvió la opción favorita del momento en el Pentágono con Afganistán como el próximo laboratorio para esta estrategia, que combina fuerza militar de alta tecnología en guerras prolongadas en estados fallidos, e incluye el despliegue masivo de tropas terrestres no solamente para combatir sino también para lograr acercamientos con la población.

Petraeus aplicó una versión de esta misma estrategia en Irak en 2006, país donde McChystal fue jefe del comando conjunto de operaciones especiales: tenía a su cargo operaciones clandestinas para detener y asesinar a insurgentes.

Pero el gran estratega se autoderrotó en su juego personal. Es sólo la tercera vez en la historia militar estadunidense que un general en comando de una guerra en curso es despedido. La primera fue cuando el presidente Truman destituyó al general MacArthur durante la guerra en Corea; la segunda y tercera fueron con Obama en Afganistán, ya que al llegar a la presidencia estadunidense despidió al antecesor de McChrystal.

Sin embargo, el furor que causó el artículo de Rolling Stone, señalaron hoy medios nacionales, sólo nutre las crecientes dudas de políticos, expertos militares y público en general de que la guerra puede ser llevada a una conclusión exitosa.

Obama intentó centrar la atención en la necesidad de unidad en su equipo. Nombrar a Petraeus envía un mensaje de que Washington seguirá comprometido con la misma política en Afganistán. Este miércoles, después de despedir a su comandante y reunirse media hora con su equipo de seguridad nacional encargado de Afganistán, comentó que les dijo: “Ahora es el momento para que todos nos juntemos… Hacerlo no es una opción, sino una obligación. Doy la bienvenida al debate entre mi equipo, pero no toleraré la división”.

Pero en Washington todos saben que la unidad no es el problema de fondo, sino una guerra que se rehúsa a proceder según el plan de los generales y los asesores del presidente.