Opinión
Ver día anteriorMiércoles 14 de julio de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Andanzas

La izquierda en la danza mexicana

V

isto así, con todas sus letras, el título del libro del joven periodista Juan Hernández Islas, La izquierda en la danza mexicana, llamó poderosamente mi atención, pues tal declaración parecía referirse realmente a toda una izquierda en el gremio, si es que de verdad existe o existió, y publicar un libro al respecto me pareció francamente interesante e insólito.

Juan Hernández Islas (Tlaxcala, 1968) es un periodista que ha cubierto, durante 20 años, teatro, danza y en ocasiones cine para importantes diarios y revistas de la ciudad de México.

Actualmente es colaborador de la Dirección de Danza de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), donde es encargado de la promoción y difusión de esta disciplina, y ha tenido a bien publicar este volumen dedicado a la compañía Barro Rojo (BR) en el contexto de los festejos por sus 25 años de existencia.

El texto de 126 páginas e impecable edición y fotografías, es un recorrido, por medio de entrevistas y excelentes imágenes, de los momentos más importantes en la obra coreográfica de la agrupación a lo largo de este cuarto de siglo en la danza.

BR fue fundado y dirigido en 1980 por el ecuatoriano Arturo Garrido en la Universidad de Guerrero bajo el influjo de la izquierda latinoamericana en la cual se fogueó el bailarín y coreógrafo, quien reflejó en las obras y tendencias políticas del grupo la realidad circundante de la época.

Arturo Garrido participó con BR en aquellas memorables temporadas de La joven danza mexicana en la Sala Miguel Covarrubias, el teatro de Arquitectura y diversos recintos universitarios invitado por el entonces Departamento de Danza de la UNAM, junto con muchos otros grupos que hasta el momento no habían tenido oportunidad de ser programados en espacios dedicados casi exclusivamente a las compañías subsidiadas por el gobierno o la propia UNAM.

Con teatros llenos y abundante programación, La joven danza mexicana y los nuevos grupos se consolidaron provocando un interesante boom en los años 80 y 90, pues muchos de ellos fueron programados en la serie La otra danza, de Canal Once, y promocionados en programas radiofónicos como Tiempo de danza, lográndose una abundante oferta de nueva danza, aunque sólo BR mantuvo sus convicciones políticas bajo la nueva dirección de Francisco Illescas, quien junto con otros bailarines y coreógrafos fueron invitados a participar como maestros en los flamantes Talleres de Danza de la UNAM, lo que contribuyó sin duda a la difusión y democratización de la danza, sin un notorio tono izquierdista entonces.

BR fue el único grupo que enarboló franca y abiertamente la bandera de sus convicciones, aunque muchos más participaron en la Danza Urbana, tras el sismo de 1985, en calles y plazas.

Barro Rojo bailó la injusticia, la tortura y la desolación. Sin embargo, en voz de su actual directora, Laura Rocha, como todos, han tenido que adaptarse a los nuevos postulados de la globalización, como declara en el libro.

La izquierda en la danza no ha sido únicamente la de este bravo grupo. Ya las hermanas Campobello a finales del 1938-1939, bailaron masivamente en el Estadio Nacional, la Revolución Mexicana, y ni que decir por la misma época cardenista de la inolvidable Waldeen Falkestein, la verdadera madre de la danza moderna mexicana de raíz profunda, presentando con su original Ballet Moderno de México a sus alumnas Guillermina Bravo, Josefina Lavalle, Dina Torregrosa, Edmeè Moya, Amalia Hernández, José Silva, Roaeyra Marenco y otras allegadas como Lin Durán, cuando bailaba.

Todas se quitaron las zapatillas y probaron el rebozo y los pies descalzos como pueblo hambriento en La coronela, el ritual y consagración festiva del maíz, en pueblos y rancherías a pesar de que también bailaban las variaciones Goldberg o las Sonatas del padre Soler, de Waldeen.

Y El demagogo, de la más brava de las bravas, la Guillermina con guerra en la sangre. Guillermina Bravo con su Ballet Nacional identificado como el grupo más combativo y aguerrido de aquellos tiempos, y luego El Zapata, de Guillermo Arraiga, cuando la danza tenía otro significado y contacto con la realidad.

El libro de Juan Hernández es importante y aporta otra historia que muchos callan, rescata la epopeya de este grupo singular y lleno de vida, y muestra la diversidad de convicciones. Todo un logro de quienes participaron en la publicación.

Es un ejemplar que hay que leer sin prejuicios y pensar en la efímera danza y su destino camaleónico mientras no existan bases sólidas de y para su existencia en la cultura de un país moderno, sin mafias de poder y con respeto al trabajo de los demás.