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Ver día anteriorDomingo 8 de agosto de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Argentina: una elección importante
L

a Central de los Trabajadores Argentinos (CTA) nació en los años noventa –en el menemismo– de una escisión por la izquierda en la Confederación General del Trabajo (CGT), oficialista de todos los gobiernos. Su dirección actual, encabezada por Hugo Yasky, el dirigente del sindicato de trabajadores de la enseñanza, es la quinta rueda del carro sindical del gobierno y, junto con la CGT, dirigida por el camionero Hugo Moyano, es la cobertura obrera y el sostén burocrático del kirchnerismo, que utiliza esa burocracia bicéfala y desigual en fuerza y orientación para contener y encauzar las luchas sindicales y políticas obreras dentro de los marcos compatibles con su apoyo a los sectores industriales y mineros en la disputa intercapitalista que vive Argentina.

La dirección burocrática de la CTA, a diferencia de la burocracia que dirige la CGT, no es esencial para el gobierno –Moyano, peronista de derecha, es vicepresidente del partido oficial y los burócratas sindicales son puntales parlamentarios y políticos del kirchnerismo–, y por eso ni Néstor Kirchner ni la actual presidenta –su esposa– han dado cumplimiento a las resoluciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), que exigen que el gobierno le dé personería gremial. Pero ni el gobierno ni el sistema podrían tolerar que una central obrera liderase la lucha por una afiliación democrática a los sindicatos, contra la burocracia sindical, por la independencia política y gremial y las organizaciones obreras, por la democracia, las grandes causas nacionales, los salarios y apoyase realmente la creación de comités de base o de fábrica, antiburocráticos y antipatronales a la vez, o movilizaciones barriales, locales, regionales contra la gran minería o los intentos de despidos. Por eso coopta a Yasky y hará de todo para que la CTA no se radicalice.

Porque la CTA es contradictoria y tiene en su seno no sólo a quienes tratan de transformarla en un instrumento de la lucha contra el gobierno, junto a las fuerzas más reaccionarias del país o, por el contrario, en un apéndice del gobierno para el campo popular. La CTA no sólo está involucrada en la lucha intercapitalista y, con De Gennaro a la cabeza, el MST y los maoístas del PCR, apoyó a los terratenientes, soyeros y ganaderos (el llamado Campo en su lucha contra el gobierno actual para eliminar las retenciones (en realidad, impuestos) a las exportaciones de soya o, con Yasky, se alineó junto al gobierno detrás de la política distribucionista de éste. La CTA es más democrática que la CGT, pues afilia no sólo sindicatos, sino también organizaciones sociales, trabajadores independientes, jubilados y desocupados y, aunque sus estatutos no preveen la existencia de minorías organizadas ni mucho menos su representación proporcional en los organismos dirigentes, elige sus delegados y cuadros mediante el voto secreto directo de los afiliados, que llegan a casi un millón y medio (sobre los 11 millones de trabajadores asalariados existentes en el país), de los cuales quizás voten ahora un tercio. Además, en la CTA militan gremios estatales, más organizados, o sea los sindicatos que han protagonizado la mayor cantidad de luchas en los últimos años y también están afiliados sectores partidarios de ultraizquierda.

Tanto en ATE o docentes, como en otros sindicatos de la CTA, al igual que en la CGT, no impera sin embargo una democracia sin tachas (en el sindicato de prensa, por ejemplo, un escandaloso fraude perpetuó a la actual dirección contra la voluntad de la mayoría de los afiliados), pero la burocracia de la CTA es más débil como aparato y menos gangsteril que la de la CGT y la estructura misma de la central permite que se puedan organizar oposiciones democráticas y la vida sindical es más politizada que en la CGT.

Por eso, la CTA no es sólo un participante menor en la lucha intercapitalista, a pesar de que un sector de sus dirigentes quiere atarla al carro kirchnerista y otro quiere darle un papel en un antikirchnerismo unido (que, por supuesto, está y estará liderado por el capital financiero y la Sociedad Rural Argentina). Víctor de Gennaro es un socialcristiano anticomunista ligado a la jerarquía católica, y Pablo Micheli, su segundo en ATE, ex comunista, le acompañó en su visita al papa Woytila para conseguir su placet. La dirección de De Gennaro también apoyó al gobierno del Frepaso (radical-peronista) que llevó al poder a De la Rúa. Por sus lazos con el campo ellos podrían ser pues para el sector capitalista opositor un puente hacia la clase media urbana mucho más creíble que la Sociedad Rural. Este sector espera que la oposición a Yasky gane sin mover demasiado las bases y, en efecto, hasta ahora poco se ha hecho para movilizar realmente a los afiliados y para discutir en cada sección o sindicato las propuestas de programa y de política. Y si Yasky no organiza un fraude muy grande, probablemente el nuevo secretario general sea Pablo Micheli, porque el desprestigio de la dirección actual es muy grande.

En tal caso, la CTA sería mucho más independiente del gobierno, pero no tendría independencia de clase, pues sería más dependiente de la Iglesia y de los partidos y fuerzas sociales de la oposición, aunque su dirección abriese algunos puestos para gente combativa y para los grupúsculos de ultraizquierda (cómo el MST) que se prenden de De Gennaro y se inclinase políticamente hacia el grupo de Pino Solanas (quien también militó en el Frepaso).

En la CTA, en efecto, se combaten dos perspectivas y bloques capitalistas, pero también está presente la lucha por un polo obrero y de clase en la crisis actual, pues existen numerosos nuevos cuadros jóvenes y muchas tendencias locales democráticas, antiburocráticas, que buscan realmente la independencia frente al capitalismo. En parte están interviniendo en la campaña electoral interna al mismo tiempo que los aparatos burocráticos recurren a falsas afiliaciones masivas para librar su lucha interburguesa e interburocrática. Si en la CTA se consolidase este sector, apoyándose en las próximas luchas, la central podría convertirse en eje de una real Constituyente Social, amplia, pluralista, anticapitalista; ni kirchnerista ni antikirchnerista, sino obrera y popular.