Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de septiembre de 2010 Num: 811

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

80 años de Ferreira Gullar
RICARDO BADA

Esencia de paisaje
TASOS DENEGRIS

Niños Héroes de película
JOSÉ ANTONIO VALDÉS PEÑA

La reforma agraria
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Natura morta, arte del bodegón literario
LOREL HERNÁNDEZ

Salvador Allende:
el pasado no pasa

MARCO ANTONIO CAMPOS

La filosofía náhuatl
conquista Rusia
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista CON MIGUEL LEÓN-PORTILLA

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La Casa Sosegada
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Gabriel Flores García, Sacrificio de los niños héroes, Castillo de Chapultepec

Niños Héroes
de película

José Antonio Valdés Peña

La gesta heroica de los célebres cadetes del Colegio Militar conocidos popularmente como los Niños Héroes, durante la invasión estadunidense de 1847, no ha sido retomada como debiera ser por el cine mexicano. La razón es que en ella resaltan tanto el sacrificio patriótico como la cobardía, los intereses de los invasores y los absurdos de una guerra mal peleada por los mexicanos. El cementerio de las águilas (1938), de Luis Lezama, es la única cinta mexicana que aborda estos hechos.

Lezama se inició en el cine en 1917, con una adaptación del poema “Tabaré”, del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín. Su segunda película fue Alas abiertas (1921), crónica del triunfo constitucionalista en la Revolución mexicana. Tras Los hijos del destino (1929), no volvió a filmar sino hasta 1938, precisamente el filme que nos ocupa.

El argumento de El cementerio de las águilas gira en torno a Agustín Melgar, cadete del Colegio Militar, quien se enamora de Mercedes, hija de una familia acomodada de Ciudad de México. Ella le corresponde pero su padre se opone al noviazgo, pues el joven cadete no cumple con sus expectativas del hombre ideal que desea para su hija. Ante esto, Melgar renuncia al Colegio Militar para buscar fortuna. En compañía de su amigo Miguel de la Peña, bohemio y antiguo cadete, el protagonista prueba su valentía regresando con sus compañeros para defender el Castillo de Chapultepec y muere, no sin antes pedir a su amigo Miguel que diga a Mercedes que la amaba.

Filmada en los Estudios México Films a partir del 21 de diciembre de 1938, con locaciones en el ex convento de Churubusco y el Castillo de Chapultepec, El cementerio de las águilas comienza con un agradecimiento de Producciones Aztla al presidente Lázaro Cárdenas y al ejército por su colaboración estratégica y artística en la producción. Antes, el mismo gobierno participó en películas como ¡Vámonos con Pancho Villa! (Fernando de Fuentes, 1935) proporcionando asesoría militar y artística, además de préstamos de soldados, caballos y ferrocarriles.

Tras el agradecimiento, Lezama apunta por medio de un intertítulo las intenciones del filme: se trata de un romance alrededor de la saga heroica de los Niños Héroes* de Chapultepec y no de una reconstrucción histórica de los hechos. Con una buena presencia física que destaca sus rasgos mexicanos, aunque con una desafortunada interpretación que lo llevó a recitar sus diálogos en vez de sentirlos, José Macip debutó como actor encarnando a Agustín Melgar, verdadero protagonista del filme, opacado en los créditos de pantalla por el actor y cantante Jorge Negrete, futura gran estrella del cine mexicano y quien encarnó a su amigo Miguel.


Jorge Negrete, Silvia Cardell (al piano), José Macip y Margarita Mora en El cementerio de las águilas (Luis Lezama, 1938). Foto: archivo familia Jiménez

La acción se inicia con el encuentro de los amigos a la salida de un hostal. Miguel lleva entonces a Agustín Melgar a casa de los Zúñiga y Miranda, donde se efectúa un baile con vestuarios decimonónicos y ricos decorados (a cargo del escenógrafo José Rodríguez Granada). En dicha fiesta aparecen otros importantes personajes históricos: el general guerrerense Nicolás Bravo (Miguel Wimer), político, militar y héroe de la segunda etapa de la Independencia, tres veces presidente de México y quien dirigió la defensa del Castillo de Chapultepec, y el general José Mariano Monterde (Ricardo Mondragón), nombrado director general del Colegio Militar en 1846, un año antes de la invasión estadunidense.

La fiesta ocurre entre los chismorreos y envidias de las jóvenes de alcurnia hacia las hijas de la familia, y las constantes agresiones entre liberales y conservadores. Entra en escena Rafael Alfaro (Alfonso Ruiz Gómez), hijo de una familia pudiente, quien se convierte en amenaza y motivo de escarnio para Agustín Melgar por su humilde condición –lo llama “Napoleoncito de chocolate”. Este personaje es el medio con que el cineasta critica la actitud de los poderosos de la época, para quienes la intervención estadunidense fue, ante todo, una oportunidad para hacer negocios. Alfaro siempre aparecerá protegido por los poderosos, nombrándosele oficial, sin mérito alguno.

En la reconstrucción que se hace de la batalla de Churubusco, por cierto, filmada en la locación real de los hechos, destaca la presencia de Miguel Inclán, el villano por excelencia del cine mexicano, como el general Anaya. Cegado por la pólvora de una explosión, en labios del recio actor se puede escuchar, creíblemente, la célebre frase: “Si hubiera parque… ¡no estarían ustedes aquí!” Mientras que en el momento cumbre del filme, cuando los cadetes del Colegio Militar defienden el Castillo de Chapultepec, Lezama deja de lado la descripción misma de la batalla para centrarse en escenas que resumen los momentos finales de los Niños Héroes, presentados por la cámara de Ezequiel Carrasco a lo largo de un travelling que se va deteniendo en sus rostros. Secuencia caótica en la cual el cineasta comete errores graves de montaje que provocan, por ejemplo, que el sacrificio de Juan Escutia parezca más un suicidio que un acto patriótico.

Dejando claro que la película es una ficción alrededor de los Niños Héroes, El cementerio de las águilas se inclina hacia el género más popular del cine industrial mexicano, el melodrama, cuando Melgar muere ante su amigo Miguel, no sin antes haber éste definido al “cementerio de las águilas” como “cualquier pedazo de tierra mexicana que cubre a quienes mueren por ella”. El filme entra en su tramo final con una sobreimposición de imágenes, entre las cuales se aprecian tanto el rostro de los cadetes como fragmentos de las batallas recreadas, mientras escuchamos un curioso arreglo musical de Esparza Oteo al Himno Nacional.

Pese a sus virtudes y deficiencias, como cualquier producto comercial del cine mexicano de la época, El cementerio de las águilas destaca por ser el único retrato fílmico de una de las más recordadas páginas de la historia patria, que los nuevos cineastas bien podrían retomar para dar a los Niños Héroes la película que merecen.