Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 19 de septiembre de 2010 Num: 811

Portada

Presentación

Bazar de asombros
HUGO GUTIÉRREZ VEGA

80 años de Ferreira Gullar
RICARDO BADA

Esencia de paisaje
TASOS DENEGRIS

Niños Héroes de película
JOSÉ ANTONIO VALDÉS PEÑA

La reforma agraria
HERNÁN GÓMEZ BRUERA

Natura morta, arte del bodegón literario
LOREL HERNÁNDEZ

Salvador Allende:
el pasado no pasa

MARCO ANTONIO CAMPOS

La filosofía náhuatl
conquista Rusia
ADRIANA CORTÉS KOLOFFON entrevista CON MIGUEL LEÓN-PORTILLA

Leer

Columnas:
La Casa Sosegada
JAVIER SICILIA

Las Rayas de la Cebra
VERÓNICA MURGUíA

Bemol Sostenido
ALONSO ARREOLA

Cinexcusas
LUIS TOVAR

Corporal
MANUEL STEPHENS

Mentiras Transparentes
FELIPE GARRIDO

Al Vuelo
ROGELIO GUEDEA

El Mono de Alambre
NOÉ MORALES MUÑOZ

Cabezalcubo
JORGE MOCH


Directorio
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Luis Tovar
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El de todos tan temido (I DE II)

La exhibición comercial de El infierno (2010), cinta con la que el realizador Luis Estrada cierra una trilogía que se completa con La ley de Herodes (1999) y Un mundo maravilloso (2006), ha sido precedida y está siendo acompañada por cierta polémica, más o menos bizantina, en arreglo a la cual Unosyotros elucida si acaso la violencia mostrada en El infierno es “mucha” y, cuando dicha polémica quiere ponerse un poco sesuda, si tal violencia está “justificada” o bien si acaso no estará, desde luego que de manera involuntaria, ejecutándose una apología de la misma.

Viene a la memoria –y viene muy a cuento– la pantomima oficialista ésa reciente, denominada “diálogos por la seguridad”, dentro de la cual personeros del poder Ejecutivo, incluyendo a su desapacible titular, entre otros despropósitos profirieron el de solicitarle a la prensa que “autorregulara” su manejo noticioso de los hechos dantescos producto de una “guerra” contra el “crimen organizado”, a la que ahora se empeñan –esos personeros– en cambiarle el nombre dado inicialmente por ellos mismos, suponiendo quizá la insensatez y la ingenuidad supina de que con el cambio de nombre y con la tal “autorregulación” –vil solicitud de autocensura, desde luego–, más otros maquillajes asaz inútiles, los acribillados, los cosidos a balazos, los mutilados, los descabezados, etcétera, serán menos terribles o, simplemente, serán menos de los que son.

Pareciera, en ese sentido, que Unosyotros estuviese incurriendo, aquí sí de modo inconsciente, en una postura de apoyo a la absurda petición suprascrita, como si se le estuviera pidiendo al cine que no refleje a la realidad, ni siquiera con la tibieza y la lejanía inevitables dado el horror diariamente renovado y en incontrolable aumento.

A Unosyotros le debería bastar con el más superficial de los cotejos con la realidad mexicana contemporánea para reconocer que la violencia que puede verse en El infierno no sólo no es mucha; no sólo está, diegéticamente hablando, plenamente justificada, y no sólo no se hace, ni involuntaria ni inconsciente, apología cual ninguna, sino que muy al contrario, y por desgracia para el país y sus habitantes, esa ficcionalización de la violencia se queda muy, pero que muy corta. Casi 30 mil asesinados reales en un lapso de cuatro sanguinarios años, gran parte de ellos muestra de una barbarie a la cual el adjetivo “horripilante” le resulta casi una morigeración, necesariamente hacen palidecer cualesquiera representación artística de la misma, sea ésta teatral, literaria, fílmica o de otro tipo.

Triste manera, por otro lado, de verificar una vez más que la ficción en general y el cine muy en particular, poseen una fuerza expresiva y una capacidad de impacto en la conciencia tanto individual como colectiva, que en ciertos casos rebasa ampliamente a las que detenta la manifestación simple y llana de los hechos tal cual son, en los medios ad hoc, sean impresos o electrónicos.

Paradojas de la sensibilidad y el asombro: la cuota de masacrados que se asocian al narcotrtáfico no deja de rondar, desde hace mucho, las tres decenas diarias, con su correspondiente reproducción icónica sanguinolenta, y basta hojear un periódico, mirar un noticiero televisivo, para engrosar un tanto más la dura costra de la costumbre –corpus básico de la insensibilidad. Pero eso sí, basta una película como El infierno, que le llame a las cosas por su nombre, lo mismo con la imagen que con la palabra, para que al buenazo de Unosyotros le salte la duda acerca de lo que se dijo al principio de estas líneas: ¿no será “mucha” violencia en el filme; no será “injustificada”; no se estará haciendo una apología?

Decía mi abuelita, y decía bien, que la verdad no peca pero incomoda. Menos diáfano es el hecho de que un mismo acontecimiento, una misma situación, parezca más contundente/preocupante/relevante en un medio de comunicación que en otro. A este sumaverbos le daba por pensar que ya habíamos dejado atrás la parte más elemental y maniquea de otra polémica, que antecede y en buena medida es el soporte ideológico de la polémica a la que se hizo referencia al principio, a saber, aquella que discute en torno a la función social del cine, vale decir a su naturaleza y a su razón de ser. Empero, la presencia en cartelera de El infierno ha venido a actualizar, así sea de modo subrepticio, la discusión acerca de si el cine “debiera” concretarse a ser un mero entretenimiento o, lo que viene a ser lo mismo, una vía franca a la evasión de la realidad.

 (Continuará)