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Ver día anteriorSábado 30 de octubre de 2010Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Restauración: romper filas
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ara Albert Hirschman la voz y la salida son mecanismos que se utilizan para mejorar el desempeño de empresas u organizaciones a partir de la hipótesis de que en todas ellas se presenta una brecha de magnitud dada entre la actuación real y la potencial de individuos, empresas y organismos. La voz es, más bien, una forma de presión política y la salida más bien una forma de presión económica; pero no son necesariamente mecanismos sustitutos. Ahora bien, todos estos comportamientos se ven fuertemente afectados por la presencia de un cierto tipo de monopolio, el llamando monopolio indolente. A este tipo de monopolio le conviene un cierto grado de concurrencia, es decir, una limitada opción de salida para poder librarse de los elementos más exigentes de su organización. Otra manera de hacerlo es establecer un servicio especial en calidad aunque de mayor precio para sus clientes más exigentes. De esta manera compra su libertad para deteriorarse.

Finalmente, el factor lealtad también influye decisivamente en la interacción entre voz y salida. La lealtad, en principio, fortalece la voz, ya que un elemento leal permanecerá en una organización que se esté deteriorando bajo la expectativa que el uso de la voz corregirá los errores. La lealtad se reforzará más, si no existe disponible un sustituto próximo y cuando la diferencia de calidades ha sido mucha en el pasado.

Usando de una manera elemental el modelo de Albert Hirschman podríamos caracterizar a la elite gobernante hasta antes de 1997, como una en la cual la voz estaba administrada por diversos escalones jerárquicos, la salida tenía un precio muy alto, y la lealtad se constituía en el engranaje que posponía la voz y bloqueaba la salida.

La elite gobernante funcionó en virtud de la ausencia de competencia electoral, como un monopolio indolente. La lealtad tenía elementos ideológicos ligados a la matriz fundadora de la Revolución Mexicana. Pero sobre todo por su buen desempeño, es decir, el acceso al poder y mantenimiento del mismo había podido construir una lealtad por contubernio reforzada por la impunidad, que disuade comportamientos cívicos y alienta el oportunismo. El precio de entrada era sumamente alto; es decir, requería de carrera política en donde el elemento disciplina era vital. Gabriel Zaid lo planteaba como la capacidad para saber mantenerse en la cola (en la fila) del progreso: Pero lo decisivo es que la cola se mueve, que hay esperanza.

Por otro lado, la salida contenía penas muy severas dado que se trataba de un ejercicio monopólico de poder y, en consecuencia, con una presencia débil de elites alternativas. Aun así, para los miembros más exigentes la alternativa era salirse hacia alguno de los partidos satélites –lo cual les permitiría un limitado pero cierto acceso al poder– o bien hacia un servicio de mejor calidad, por ejemplo, el servicio exterior a cambio de no participar por cierto tiempo en política doméstica.

La escisión de las elites políticas, especialmente con la salida de la Corriente Democrática, contribuyó a generar un espacio de competencia electoral que redujo los costos de la salida. Pero además, los procesos de descomposición de la coalición gobernante impulsaron un espacio político en el ámbito corporativo proclive a la deslealtad. Así, el actor corporativo comenzó a jugar en la última década y media como una especie de gorrón, aprovechando la incipiente competencia electoral para amenazar con la salida y así obtener ventajas corporativas. En el límite, como en el caso del SNTE, se han salido del arreglo priísta tradicional, sin perder ni influencia en las políticas públicas ni un espacio electoral propio.

La restauración se alimenta de esta transversalidad cuyos signos más visibles han sido los candidatos perdedores priístas a las gubernaturas en algunos estados.