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El alucinado ríe otra vez
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Periódico La Jornada
Sábado 18 de diciembre de 2010, p. a16

Como las casualidades no existen, el retorno de Roger Waters, quien compartirá su magia esta noche en el Palacio de los Deportes, coincide con la llegada de un disco en homenaje a Syd Barrett, editado por otro miembro de la banda, David Gilmour.

An introduction to Syd Barrett comprende 18 cortes, 12 contienen obras del homenajeado y el resto son de la firma Pink Floyd. Todos abarcan el periodo 1967-1970.

En la compra del cd se adquiere el derecho de bajar de la página web consagrada a Syd Barrett un inédito: Rhamadan, 20 minutos de música verdaderamente genial, un fluido sonoro preñado de imaginación, premoniciones (anticipa mucho de lo que ha sucedido en el arte de la música en el mundo), asimilaciones (enarbola free jazz, música intuitiva y otras vanguardias de finales de los años 60 del siglo pasado para formular algo muy nuevo, más propositivo todavía) y otros elementos tan fascinantes que hacen que lo mejor del disco no esté en el disco pero forma parte del disco, merced a estas modificaciones de la comunicación en pleno trance tecnológico: uno puede poner a sonar el CD mientras el bonus track es invisible: está en esa nube de información que flota en el ambiente sin tiempo ni espacio. Para escucharlo es menester trepar a la web para ponerlo a sonar.

Otra opción es comprar el disco a través de iTunes y ahí mismo adquirir el bonus track. Y después lo que uno elija: copiarlo a cd, usb u yoquesé.

Y ya que vino a colación el tema de la transición tecnológica para la melomanía, la noticia de la semana ocurrió el miércoles: un juez en Inglaterra falló en favor del grupo Pink Floyd (el copyright le pertenece a David Gilmour, quien se puede presentar con el nombre del grupo, mientras Roger Waters solamente con su nombre propio, como ocurrirá esta noche en México) y resolvió un litigio interesante: la disquera EMI quería poner a la venta mediante iTunes las obras de Pink Floyd como canciones, mientras es de todos conocido que este grupo cambió el estado de la historia, entre otras cosas porque dejó de hacer cancioncitas de tres minutos transmitibles por la radio, y elaboró obras maestras sin preocuparse por la duración de cada corte. Y movió, por tanto, los momios del mercado.

La argumentación de la victoria legal que obtuvo Pink Floyd esta semana consistió en la consideración de que sus obras están concebidas como álbum y no como cancioncitas. Este aserto lo demostró Roger Waters en uno de los mejores conciertos en México durante mucho tiempo, el que ofreció en el Foro Sol la noche del 6 de marzo de 2007, cuando a diferencia de los shows lucidores de grupos de valía, él acompañó su música suprema con planteamientos escénicos que transmiten ideas, conceptos. Igual ocurrirá esta noche en el Palacio de los Deportes.

Mientras, disfrutemos a Pink Floyd en embrión: el genio de Syd Barrett, autor del autobiogáfico álbum solista The Madcap laughs (El alucinado ríe) en el disco que ahora nos ocupa y que culmina con un homenaje a Bob Dylan, similar al que rindió en su momento John Lennon: entre la parodia y la genuflexión.

La primera parte del disco ofrece materiales que ya conocíamos harto pero no nos hartan. La segunda, y en especial el bonus, es de antología.

Larga vida al Crazy Diamond, Syd Barrett, quien murió en julio de 2006, a David Gilmour, que lo revive, y a Roger Waters, con quien derribaremos esta noche el muro.

Porque, inguesú, we don’t need no thought control.

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