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Casi cincuentón, el pugilista boricua continúa con los guantes puestos

Macho Camacho ante su propio personaje: ni bueno ni malo

Piensan que estoy viejo y gordo, pero ¿qué tal que hago lo inesperado?

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La vida del boxeador de Puerto Rico se ha desarrollado entre el vacilón y el escándaloFoto Juan Manuel Vázquez
 
Periódico La Jornada
Sábado 26 de febrero de 2011, p. a14

Mérida, Yuc, 25 de febrero. El Macho Camacho es puro vacilón, pura chulería. Es la alegría por la vida. Como si fuera la letra de una guaracha, así se describe el peleador nacido en Puerto Rico. Habla mientras baila y canta mientras charla. La gente lo adora, y lo sabe.

Tiene 48 años, pero no ha dejado de ser ese nene malcriado que para algunos resultaba molesto y para otros encantador en aquella época de gloria en los cuadriláteros. Allá en los años 80 y 90 del siglo pasado. Con Héctor Camacho nunca se sabe si las cosas van en serio o son excentricidades para llamar la atención.

Y como en la letra de un bolero triste, el Macho Camacho también es escándalo. El joven que a los 16 años ya había estado preso en Nueva York por el robo de un automóvil. El peleador que estuvo envuelto en problemas de drogas y alcohol. El veterano de los rings, acusado de robar una tienda de computadoras y arrestado por posesión de pastillas de éxtasis.

También el boxeador viejo que se resiste a dejar los cuadriláteros ante la mirada desconfiada de los aficionados. Y la figura que participa en un programa televisivo de concurso de baile. Todo eso es el Macho Camacho. La guaracha alegre y el bolero desgarrador.

“Soy un nene bueno”, dice el peleador, quien también canta. También soy muy maniático, completa sin dejar de moverse, con una suerte de cabeceo como cuando eludía los golpes apoyado en las cuerdas. Parece más un bailarín que presume sus mejores pasos, en su visita a esta ciudad para el combate entre Gilberto Keb y Antonio Aguirre.

Sobrevive para contarlo

Cosa que hago, cosa que la gente hace grande y siempre me toca ser el malo, suelta como hacen los niños a los que culpan de todo. No importa –se resigna–, porque al final siente alegría de haber sobrevivido para contarlo.

Hace unos años el boricua fue sentenciado a siete años de cárcel por robo en Mississippi, pero una juez le conmutó la pena y obtuvo la libertad condicional. Poco después la violó y cayó otra vez preso por unas semanas. Al salir, lo primero que hizo fue ir al gimnasio a entrenarse para una pelea en puerta.

Antes decían que yo era el malo, pero hoy dicen que soy bueno. Ahora sé que ni uno ni otro es verdad, afirma.

Ni bien ni mal, considera, el Macho es ante todo un personaje. Uno que a veces llega a pesar tanto como las cadenas doradas, tan gruesas como un dedo índice, que penden de su cuello. Un personaje que esclaviza todo el tiempo. Un gigantesco dije con su apodo, repleto de piedrecillas brillosas se lo recuerdan.

Tres décadas más tarde de que consiguió su primer título sigue siendo el Macho Camacho. El boxeador que –según dice– obtuvo su nombre de batalla del libro escrito por su compatriota Luis Rafael Sánchez: La Guaracha del Macho Camacho.

Ese libro tiene muchas mañas como las mías. Me hizo vivir antes de que yo naciera como peleador, comenta emocionado.

Ahora tiene que ser el Macho Camacho de tiempo completo. De lo contrario, asegura, la gente se siente defraudada. De Héctor, el puertorriqueño, sólo se espera que sea lo suficientemente Macho. You know, dice continuamente. Lo siento, la gente viene y me exige que esté a la altura de este personaje.

Por esa razón el Macho sigue peleando cuando está a punto de alcanzar el medio siglo de edad. Hace mucho dejó de enfrentar a los rivales más prestigiados del boxeo: Hice 90 peleas en las que desafíe a los mejores. ¡Y también perdí ante los mejores.

Aquel joven estrafalario con taparrabos brillosos y cortes de cabello imposibles venció a Ray Mancini, a Roberto Manos de Piedra Durán y fue el último rival de Sugar Ray Leonard, a quien noqueó en el quinto asalto, en 1997.

También presume sus derrotas ante Julio César Chávez, Óscar de la Hoya y Félix Trinidad. Para el Macho Camacho, perder también es un asunto de prestigio.

El veterano de 48 años ya no pisa los majestuosos cuadriláteros de Las Vegas o Nueva York. Ahora pelea en salones de hoteles modestos y en centros de convenciones. Sabe bien que ya no es el de antes, pero no acepta quitarse los guantes.

Algunos piensan que ya no puedo ganar porque estoy viejo o porque me ven gordo, o porque antes usaba drogas, pero qué tal que hago lo inesperado, dice con malicia.

El día de su retiro quiere bajarse del cuadrilátero con mucho estilo. Lo hará con caché, así se refiere a esa despedida en la que aún conservará la dignidad intacta. Parece como si hablara en serio. Luego otra vez las risas, el baile y la guaracha perpetua del Macho Camacho.