jornada
letraese

Número 176
Jueves 3 de Marzo
de 2011



Director fundador
CARLOS PAYAN VELVER

Directora general
CARMEN LIRA SAADE

Director:
Alejandro Brito Lemus

pruebate




El vértigo de la cultura globalizada

Por Carlos Bonfil

Calvin Klein, Nike, Armani, Converse, Ralph Lauren, Amazon, Google, Facebook, Mc Donal's. Un mundo invadido por las marcas y diseñado por los corporativos, con identidades en mutación constante, un territorio proteico y multiforme, muy familiar y al mismo tiempo imprevisible. En el siglo XXI el mundo comercial se confunde crecientemente con el mundo de la cultura, y ésta ya sólo adquiere sentido en la medida en que logra inscribirse en una lógica de competencia de mercado. Las antiguas divisiones que oponían a creadores artísticos y a mercaderes, a intelectuales y tecnócratas, han comenzado a difuminarse. Luego de la caída del muro de Berlín y de la desaparición de las grandes polaridades ideológicas, asistimos a un mundo homogeneizado en lo político y estandarizado en lo cultural, que se rige, de modo incontenible, por las leyes del mercado, y que los individuos enfrentan en medio de la desorientación y el desasosiego. Esta visión dramática, en apariencia apocalíptica, la comparten el sociólogo francés Gilles Lipovetsky y el crítico de cine Jean Serroy*, en su libro más reciente La cultura-mundo. Respuesta a una sociedad desorientada (Anagrama, 2010), suerte de continuación discursiva a su estupenda primera obra escrita al alimón, La pantalla global (Anagrama, 2009).

Las mutaciones históricas
La tesis es interesante: los escritores identifican tres grandes momentos en la historia de la cultura occidental. En el primero, relacionado con las sociedades primitivas, impera la tradición y las formas culturales se transmiten y perpetúan de una generación a otra con base en modelos de conducta claramente establecidos e incuestionables. No hay reconocimiento de la iniciativa individual y la organización social responde a un principio de autoridad cuyos modelos son los antepasados o los dioses. Es el apogeo-religioso-tradicional de la cultura y ahí prevalecen las revelaciones de la fe y la certidumbre en un poder político y en una organización social inamovibles. Un segundo momento lo marca la transformación humanista, donde se cuestionan las certidumbres del pasado, el dominio de la Iglesia y la fuerza de las tradiciones, y donde surge una visión más racional del mundo. Es el momento revolucionario de la cultura, el triunfo de la Ilustración, y el advenimiento de las democracias modernas. El hombre es el centro de un universo donde ya no tienen cabida las supersticiones. Es la época del triunfo de la modernidad y del pensamiento libre, del auge del individualismo y del progreso cultural y científico.
Los autores resumen el fenómeno: “Fe en la ciencia, en el dominio técnico de la naturaleza, en el progreso ilimitado, la modernidad cultural se identifica con la tendencia al futuro de la organización temporal de las sociedades, frente a la antigua orientación hacia el pasado”. Los mismos autores advierten un tercer momento, el que vivimos actualmente, y señalan que en él ha surgido un nuevo modelo en el que se intensifican de modo inquietante los aportes de la modernidad. En lo político, el modelo capitalista ha cedido el paso al predominio del hipercapitalismo, llamado primero capitalismo salvaje, omnipresente hoy de forma abrumadora y casi incuestionada en el conjunto global de las relaciones culturales y sociales; en lo cultural ha triunfado el mercado y los mecanismos de absorción que genera. Ese fenómeno se disemina rápidamente por los cinco continentes invadiéndolo todo, transformando las formas de relacionarse de las personas y su concepción misma de la tradición y del cambio social.

Avatares de la comunicación instantánea
De lo que hablan Lipovetsky y Serroy es de una cultura masificada, de una globalización de las ofertas culturales –la cultura-mundo o hipercultura– que ha logrado reconfigurar la manera en que se entendía la civilización, borrando las fronteras territoriales, difuminando las divisiones entre alta cultura y cultura popular. Esta cultura-mundo ha instaurado la hegemonía mediática y la ubicuidad extrema de las ofertas de consumo. Algo más: la revolución tecnológica, y de modo particular la aparición y desarrollo del Internet, ha trasladado al fenómeno cultural desde los espacios y dispositivos tradicionales (el libro y las bibliotecas, las pantallas de cine y televisión, las galerías de arte y los museos), hasta dispositivos nuevos al alcance de cualquier consumidor o usuario (computadoras portátiles, iphones, ipads, teléfonos móviles) en cualquier parte del mundo, facilitando así la difusión informativa a través de las redes sociales.
El auge de Facebook no se explica sin la novedosa capilaridad móvil y sin el carácter instantáneo de las comunicaciones. Hay una hipertrofia de las estructuras de comunicación tradicionales que ahora crecen de modo desmesurado e incontrolable en un mundo globalizado. Este fenómeno produce cambios de intensidad vertiginosa que transforman las relaciones familiares, políticas y sociales, liberando por un lado al ser humano de las ataduras a la tradición, pero sumiéndolo también en el desconcierto por la rapidez con que se producen las transformaciones. Los mecanismos tradicionales de control social, de modo especial la censura en el ámbito cultural, se colapsan en la nueva sociedad globalizada; algo similar sucede en la esfera privada, donde las relaciones afectivas, la utilización del tiempo libre, y las percepciones de éxito individual o solvencia profesional en el terreno laboral o en la creación artística, están fuertemente determinadas por su posible resonancia en el ámbito de la comunicación.
Esto genera entusiasmos en muchas personas, pero también frustración y desconcierto en quienes no logran una inserción adecuada en el aparato legitimador. Se derriban las viejas certidumbres sociales e ideológicas, los ideales de lucha social y los anhelos de transformación del mundo, aunque paradójicamente crecen los instrumentos de cuestionamientos de la autoridad establecida: nuevas redes comunitarias, proliferación de ONG, masificación de la protesta. Lo que antes era marginal hoy aspira a un debido reconocimiento mediático, condición insoslayable para la eficacia de su misma labor crítica. Las ofertas culturales (libros, películas, videos, objetos diversos de consumo) se multiplican y diversifican de tal manera que los consumidores no aciertan a elegir en la amplia gama de propuestas. Ante este paisaje de mudanzas continuas, que vuelve historia lo sucedido apenas dos horas antes, e incógnita total lo que habrá de acontecer dos horas después, el individuo se descubre atónito y desorientado. Los autores proponen como salida posible una educación racional que permita al ser humano identificar los nuevos paradigmas y utilizarlos en su propio beneficio. Sin las certidumbres culturales de antaño, el individuo se ve obligado a explorar sus propios recursos intelectuales y espirituales, a aprovechar el flujo informativo filtrándolo y decantándolo inteligentemente. Su reto mayor es transformar la lógica del sometimiento pasivo a un hipercapitalismo global en una dinámica de reapropiación de la modernidad y en una defensa de los particularismos de la cultura tradicional. Es en este combate donde los autores advierten las posibilidades de una nueva liberación humanista.

* Gilles Lipovetsky, filósofo y sociólogo, ha publicado numerosos ensayos sobre las transformaciones de la sociedad contemporánea. Jean Serroy, profesor universitario y crítico de cine, es autor de diversas obras sobre literatura del siglo XVII y sobre el lenguaje cinematográfico.

 

 

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