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A la mitad de foro

La paz de los sepulcros

F

elipe Calderón Hinojosa es presidente de la República, jefe de gobierno y jefe de Estado. Del Estado es la responsabilidad de garantizar la seguridad de los mexicanos. Los funcionarios no tienen derechos, tienen las facultades que la ley expresamente señala. Y obligaciones, ante todo, cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes que de ella emanen. Felipe Calderón puede defender su política y pedir el apoyo ciudadano; puede señalar culpables y llamar a los ciudadanos a expresar su hartazgo con la impunidad de la violencia criminal que ha puesto a la nación al borde del abismo, ante una fosa de la que surgen miles de cadáveres sembrados en todo el territorio del país. Lo que no puede es pedirnos compartir su responsabilidad, la del jefe del Estado mexicano.

Llegan a San Fernando, Tamaulipas, los familiares de los desaparecidos; algunos de miles cuyas desapariciones fueron denunciadas inútilmente; como pedir que llueva en el largo estiaje que incendia el norte de México y deja los campos sin sembrar. Las tragedias naturales se añaden a las de la violencia criminal que precipita la destrucción del poder constituido, la demolición de las instituciones que han sobrevivido a la picota de reformadores regresivos, de la reacción empeñada en dejar hacer, dejar pasar en aras del libre mercado, del capital sin regulación; de la desaparición del Estado rector de la economía, del Estado social, del Estado laico: de México.

Empiezan los días de guardar y el Presidente de México asistirá a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II en el Vaticano, el primero de mayo: congruente con los principios de laicidad del Estado mexicano, afirma el comunicado de Los Pinos. ¿Qué necesidad había de invocar los principios de laicidad? Antes de viajar a Roma participará en la Cumbre de Lima, reunión de mandatarios de América Latina surgidos de partidos de derecha: Alan García, de Perú; Juan Manuel Santos, de Colombia, Sebastián Piñera, de Chile, y Calderón. Plena congruencia, aunque en el cono sur juren por Dios al asumir el poder. El de aquí ya no preside el Día del Trabajo, conmemoración de los mártires de Chicago, de los de Cananea y Río Blanco. Impera la confusión y los patrones se quejan porque no se han borrado los derechos de los trabajadores; la izquierda añade su indignación por la supervivencia del corporativismo del PNR-PRM-PRI; y estos son lo que han sido, mezcolanza en el perol de un partido en el que caben todos y todo.

La clase obrera no llegó al paraíso de la democracia sin adjetivos, de la transición en presente continuo. El vuelco finisecular transustanció el desarrollo estabilizador en portento de la recuperación económica sin empleo. Según el Banco Mundial, en América Latina sólo México es un foco especial en materia de empleo en la región; es un país estrella en el ámbito macroeconómico, pero el gran misterio es por qué no consigue generar tasas de crecimiento mayores. Ni empleos. Diez millones de mexicanos cayeron en la pobreza en lo que va del sexenio. En la década de los 80 ya había más de 40 millones. Hoy, sin una política social de Estado, sin crear empleos, emprenden la ofensiva en su larga guerra contra el sindicalismo.

Al borde del abismo, frente a los 145 cadáveres extraídos de las fosas de Tamaulipas, casi en el sitio donde encontraron los restos de 72 migrantes secuestrados y asesinados; otros más semienterrados en el desierto de Samalayuca, cerquita de Ciudad Juárez, escenario de las matanzas de mujeres y el estallido de la violencia en la descomposición socioeconómica del neoliberalismo agravado por la barbarie de la impunidad y la discriminación que imperan en México, bajo el manto hipócrita de la simulación, las clases dominantes señalan culpables, cierran los ojos a la responsabilidad oficial y a la irresponsabilidad privada: caridad para los pobres, palos para los trabajadores. Y que los muertos entierren a sus muertos.

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Congruente con los principios de laicidad del Estado mexicano, el presidente Felipe Calderón acudirá a la ceremonia de beatificación de Juan Pablo II, el próximo primero de mayoFoto Luis Humberto González

Más vale ocuparnos de la contienda de la sucesión presidencial, prematura porque los opuestos coinciden en conjugar el verbo madrugar y adecuar los mitos del cesarismo sexenal a ritos de la alternancia que elude el cambio de régimen y da vueltas a la noria. Dueño de todas las ventajas, único líder social de alcances nacionales, incontestado en el batiburrillo de izquierdas empeñadas en negar las ideologías y perseguir el poder constituido al servicio del capital, Andrés Manuel López Obrador mueve las piezas en el tablero: da y quita, encarna la expectativa y fascina a los convencidos de que no hay más política que la del enfrentamiento perpetuo entre el gobierno y la oposición: ¿Por qué y para qué insiste en el cuento del estado de México laboratorio de la elección presidencial, y decir el 3 de julio será un ensayo y el prólogo de lo que ocurrirá en las elecciones de 2012 y les vamos a ganar en ambos procesos?

Alejandro Encinas es el mejor candidato de la izquierda; de firmes convicciones, respetado por los suyos y por sus adversarios. Cierto, evitar la alianza con el PAN es triunfo del movimiento obradorista y de coherencia política; con el añadido de dejar al PAN con Luis Felipe Bravo Mena como candidato: modelo anacrónico hasta para el conservadurismo arcaico, contrasentido en el combate del PAN contra el autoritarismo del pasado y la corrupción del ayer. Pero Encinas no será elevado al altar de los mártires, no habrá campaña del PRI que lo haga víctima, que busque evitar su registro por presunta falta de residencia en la entidad. No habrá cuestionamiento alguno de la legitimidad de ningún adversario, declararon Eruviel Ávila y los dirigentes del PRI.

Puede perder Alejandro Encinas. O más bien, puede ganar Eruviel Ávila, a quien dan ventaja los encuestadores y la terca realidad. Haber proclamado el 3 de julio prólogo de lo que sucederá en 2012 resultará el mejor y más poderoso aliciente, la mayor ventaja posible para que Enrique Peña Nieto sea candidato presidencial del PRI; para que pueda decir: el mismísimo Andrés Manuel López Obrador vino, vio y me declaró vencedor.

Hay muchos fierros en la lumbre. Manlio Fabio Beltrones conoce el valor de los tiempos en política, tiene oficio y paciencia para aprovecharlos. Javier Lozano demuestra que el poder marea a los inteligentes y vuelve locos a los tontos. Da palos de ciego, confunde valor con prepotencia en espera del espaldarazo y el higo de Felipe de Jesús. Yo soy el gallo, presume. Y se pone de pechito para que Alonso Lujambio se burle: Y yo voy a ser el candidato a la Presidencia.

En el palenque, los gobernadores saben que en el amarrador y el soltador está el gane. Gabino Cué no cita al gallo de Juárez y su plumaje intacto; en Puebla, Rafael Moreno Valle pacta labores conjuntas con Mariano González Zarur, el tlaxcalteca que supo buscar y alcanzar el poder; Roberto Borge pasa de San Lázaro a Quintana Roo a tiempo para participar en la sucesión desde el sitial privilegiado del poder constituido; Javier Duarte rescata en Veracruz la conmemoración agraria del 6 de enero y es anfitrión del Consejo Político y de Desarrollo Rural de la CNC. En el café de La Parroquia, Humberto Moreira dijo que Lozano debería renunciar en vez de usar recursos del erario para promoverse y presumir que él es el gallo.

Si el de Coahuila fuera aficionado al tango, hubiera entonado aquello de: parecía un gallo desplumao, luciendo al compadrear el cuero picoteao...