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Diario de sueños
U

n buen poema es el principio de una conversación. Un escuchar al otro para escucharnos en él. Y si existen versos que leemos una y otra vez es porque descubrimos en sus líneas una voz nuestra que no conocíamos, una voz que no habíamos escuchado con atención pero que dice exactamente lo que queríamos decir o algo que ni siquiera habíamos imaginado. La poesía es la zarza ardiente, la voz que crepita ante nosotros y que por momentos tiene nuestro acento y por momentos es la revelación de un misterio. Por eso los buenos versos y poemas sobreviven en sus lectores. Los ancla en la memoria la emoción que provocan. Son conversaciones vivas que iniciaron otros hace dos o 200 años y que siempre, siempre, nos dicen cosas nuevas aunque sus temas sean los mismos: el amor y la muerte, la mujer y la vida.

A Homero Aridjis debemos no pocas conversaciones iniciadas por sus versos o sus poemas narrativos desde hace medio siglo pues desde sus primeros libros hizo arder la mente de sus lectores. Octavio Paz lo consideró un poeta que propaga el fuego y tuvo razón: la lumbre avanza cuando nos habla de una mujer que duerme al fondo de todo lo que duerme, de la vida que parece un parpadeo, de la muerte que riega sangre y siembra calaveras.

Dos de los primeros libros de Aridjis sacudieron la mesa literaria mexicana: Antes del reino (1963) y Mirándola dormir (1964). Los reseñaron escritores como Alí Chumacero, Gustavo Sáinz y Ramón Xirau. El número 794 de México en la cultura, el suplemento cultural dirigido por Fernando Benítez definió muy bien en uno de sus titulares a ese poeta que entonces tenía apenas 24 años: Un joven poeta encuentra un lenguaje y un tono singulares para hablar del amor y la mujer.

Diario de sueños, diario de ese territorio que alivia las miserias o las multiplica cuando se convierte en pesadilla, simulacro de la muerte o patria de las sombras, es el nombre del más reciente libro de poemas de Homero Aridjis que ha puesto a circular el Fondo de Cultura Económica.

En este libro Aridjis sigue propagando el fuego: el fuego de la memoria, de la indignación, del ecocidio, de la humanidad perdida. Cuando concluya esta guerra idiota contra el narco y hagamos el inventario de nuestras pérdidas, los poemas de Aridjis habrán de recordarnos que los muertos tuvieron nombre y apellido y sueños y esperanzas frustradas y que los errores de la alta burocracia, sus daños colaterales, fueron individuos como nosotros.

Diario de sueños debe su nombre a la vieja costumbre de Aridjis de anotar sus sueños apenas abre los ojos. Tanto confía el poeta en las imágenes que nos regalan los días luminosos como en ese mundo en que vivimos con los ojos cerrados.

Aparentemente el libro recoge la producción poética de un periodo de 11 años si nos atenemos a los poemas fechados: el más antiguo, La taza rota, es del 21 de junio de 2003 y el más reciente, El comienzo y el fin de la totalidad fue escrito hace apenas cuatro meses, el 4 de enero de 2011.

Pero las fechas son más bien arbitrarias como ocurre siempre que nos acercamos a esa patria que frecuentan los muertos: la primera versión de El poeta niño fue publicada originalmente en 1971 aunque en realidad naciera el 11 de enero de 1951 a la una de la tarde, día en el que Aridjis y así lo escribe por un balazo se volvió poeta. Un accidental disparo de escopeta partió su vida en dos mitades, en un antes y un después que definió su vocación.

En este libro el poeta nos recuerda que la violencia en México comenzó con los dioses: antes de que hubieran ciudades y templos, dice, ya había desmembrados, desollados, decapitados; Painales, sicarios de Huitzilopochtli.

Según Aridjis somos hijos de dioses crueles cuyo nombre está grabado en piedra. Somos sus hijos pero también sus padres pues los inventamos cada día que bebemos una copa de sangre.

Los terribles dioses antiguos y algunos personajes modernos son por lo demás semejantes: si se encuentra Coatlicue que apunta con su dedo descarnado al hombre que debe morir, también están aquí y allá los políticos llenándose los bolsillos con los corazones de gente torturada, las jóvenes migrantes con pechos arrancados en la ruta del desierto, los reyes Midas que ceban su riqueza con la miseria de los otros.

“Mientras los bosques ardan y los ríos se pudran –escribe Aridjis–, los Midas de este mundo contarán plata y harán dinero sobre el lomo de los pobres”. Su codicia sin límites, escribe el poeta, se mide por los millones de desposeídos.

En este Diario de sueños abundan las pesadillas: aparece un robachicos, un sol ciego, los despojos de un caballo que penden de un garfio en la carnicería del hombre, una Primera Dama Cleopatra pintarrajeada y con vestido Dior y un dios sordo, omniausente en las calles donde corre el viento maligno.

Diario de sueños es el registro de un poeta pesimista, una canción desesperada, una sesión espirita donde se invoca a Eurípides y a Juan José Arreola.

Hoy ese poeta a sus 71 años nos sorprende con una voz poética desnuda para iniciar una nueva conversación. Quiere amar como si fuera la primera vez, vivir como si fuera el último minuto, decir la verdad porque si no… cuándo. A los 70, nos dice, ser aquel que nunca he sido, aventurarme en lo desconocido, vivir de prisa como si de aquí a mañana tuviera que alcanzar todo el ayer.

Hay que soltar los sueños escribe Aridjis, hay que dejarse ir sin ataduras a los abismos de nosotros mismos… Y el poeta suelta sus sueños de niño para evitar que la añoranza de lo no vivido atraviese su corazón.

Diario de sueños es el libro de poemas donde Homero Aridjis rompió el espejo y se declara más fugitivo que el viento, menos duradero que las ruinas. Sabe que no será Dante, ni siquiera la lluvia que el sol borra. No cree en los premios ni ascensos al Olimpo, camina ufano, nos dice, con el cabello hirsuto, seguro también, digo yo, de que sólo lo fugitivo permanece.