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Cruzada perdida

Nixon la declaró y hasta la fecha no se ha logrado ni uno de sus objetivos

Cumple 40 años de fracasos la guerra de EU contra el narco

El país vecino es el territorio con más presos en el mundo: uno de cada 31 adultos

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La sosa cáustica es uno de los precursores que con más frecuencia se utilizan para fabricar drogas, por lo que es común que se decomise en los narcolaboratorios descubiertos en México, Colombia o Afganistán; sin embargo, analistas advierten que para Estados Unidos la amenaza de las drogas no sólo viene del exterior, pues aumenta el tráfico de fármacos legalmente recetados por doctores, pero que son usados con fines distintos a tratar enfermedadesFoto Reuters
Corresponsal
Periódico La Jornada
Viernes 17 de junio de 2011, p. 2

Nueva York, 16 de junio. La guerra contra las drogas fue declarada por el presidente Richard Nixon hace justo 40 años, y en sus batallas han participado todo un amplio elenco de figuras famosas, desde Elvis Presley a distinguidos generales como Barry McCaffrey o personajes públicos como Pablo Escobar, Milton Friedman, George Soros y Sting hasta la bisnieta de León Trotsky.

Pero además de los famosos, en esta guerra han participado, voluntariamente o no, millones de encarcelados, muertos y enfermos que son víctimas de la guerra que se declaró para aplicar la prohibición de sustancias declaradas ilícitas –o sea, lo que han llamado daños colaterales.

Ante estos costos sociales y económicos incontables, un gasto acumulativo de un billón de dólares por Estados Unidos, y el despliegue de las fuerzas del país más poderoso en la historia en operaciones de persecución y erradicación, y millones de arrestados desde 1971, ni uno solo de los objetivos de la llamada guerra contra las drogas declarada hace 4 décadas ha sido logrado.

Según cálculos oficiales, entre 20 y 25 millones de estadunidenses usarán alguna droga ilícita este año –unos 10 millones más que en 1970 (aunque el gobierno argumenta que como porcentaje de la población, el consumo es menor que a finales de los 70, cuando llegó a los niveles más altos). Según cifras oficiales, cada día casi 8 mil estadunidenses consumen una droga de manera ilegal por primera vez y así se suman a los más de 20 millones de usuarios de drogas ilícitas.

A escala mundial hay más oferta de estupefacientes y más consumo que nunca. Según cifras oficiales de la Organización de Naciones Unidas, de 1998 a 2008 el uso mundial de opiáceos se incrementó 34.5 por ciento, el consumo de cocaína creció 27 por ciento y el de mariguana 8.5 por ciento. De hecho, se calcula que la industria mundial de drogas ilícitas tiene un valor de 320 mil millones de dólares, lo cual equivale a uno por ciento de todo el comercio en el mundo.

Estados Unidos dedica más de 15 mil millones de dólares anuales en el presupuesto para la guerra contra las drogas, aunque algunos calculan que la cifra total se acerca a 40 mil millones anuales (al incluir gastos en programas relacionados con los esfuerzos antinarcóticos dentro y fuera de Estados Unidos). A lo largo de las pasadas 4 décadas, según un excelente reportaje especial de la Associated Press el año pasado, unos 20 mil millones de dólares se han dedicado a la lucha contra bandas criminales en otros países, sobre todo Colombia y ahora México; 49 mil millones de dólares a esfuerzos de seguridad antidrogas en las fronteras de Estados Unidos; 121 mil millones de dólares para arrestar a casi 40 millones por delitos de droga no violentos, casi un tercio sólo por posesión de mariguana y otros 450 mil millones para encarcelar a estos en prisiones federales (o sean, sin incluir los que están en reclusorios estatales o cárceles locales).

En su retórica, el gobierno de Barack Obama reconoció que la óptica bélica para abordar el problema de las drogas no estaba funcionando. El director de la oficina de políticas antinarcóticos de la Casa Blanca, conocido como el zar antinarcóticos, Gil Kerlikowske, una y otra vez afirma que prefiere abandonar la frase de guerra en la lucha contra la droga ilícita, ya que no estamos en una guerra contra nuestra propia gente y criticando esa estrategia por sus fallas, en los hechos aun no hay un giro en esta política.

Igual que en los años recientes antes del gobierno de Obama, aproximadamente dos tercios del presupuesto antinarcóticos continúan asignados a esfuerzos de seguridad publica dentro y fuera de Estados Unidos.

Y las consecuencias de una política de prohibición impulsada extensamente sobre castigo y persecución ha tenido enormes consecuencias sociales en este país. Para afroestadunidenses y latinos, la guerra contra las drogas se percibe más bien como una guerra contra ellos, sobre todo la juventud de color. Con el encarcelamiento como arma más empleada en esta guerra, las cifras lo comprueban: Estados Unidos es el país con más encarcelados en el mundo, con sólo 5 por ciento de la población mundial tiene 25 por ciento del total de los prisioneros en el planeta –unos 2.3 millones, comparado con 300 mil en 1972 (si se incluye los que están en libertad bajo fianza o condicional, suman 7.3 millones, uno de cada 31 adultos). El incremento estrepitoso en la población encarcelada se debe en gran medida al aumento en la detención de personas que cometieron delitos relacionados con la droga –en 1980 habían 41 mil de estos, ahora hay más de 500 mil (un incremento de mil 200 por ciento).

Después de todo esto, ahora resulta que la amenaza de las drogas más peligrosa no es la de productos ilícitos importados desde México, Colombia y Afganistán, sino la de los fármacos recetados legalmente por doctores. El abuso de estos narcóticos y opiáceos ahora es clasificado como una epidemia, y según el gobierno, los que mueren por abuso de estas es superior a los que perecen por sobredosis de cocaína y heroína combinados. El abuso de drogas recetadas es el mayor después de la mariguana en este país, informó el gobierno este año.

Para la neurocientífica Nora D. Volkow, el problema de las drogas no es un asunto criminal o de seguridad, sino una condición dentro de la amplia gama de la adicción humana que requiere de una respuesta médica. Como jefa del Instituto Nacional sobre Abuso de Droga del gobierno federal, Volkow encabeza las investigaciones sobre las causas químicas y biológicas de las adicciones, y lo resumió con una sola palabra en entrevista con el New York Times: toda adicción se reduce a una sola cosa: la dopamina. Afirma que toda sustancia adictiva genera una ola de esta molécula en el cerebro. Las anfetaminas lo hacen de una manera, la cocaína de otra, como también el alcohol y la heroína lo mismo que otros opiáceos, incluyendo los recetados. Su trabajo, según otros expertos, está ofreciendo la base principal para considerar la adicción como una enfermedad y no el resultado de decisiones equivocadas por un adicto, o resultado de comportamiento inmoral, reporta el Times.

Volkow comenta que su obsesión es convertir lo que muchos consideran un problema criminal en un asunto para el sistema de salud. Volkow, por cierto, creció en México, en Coyoacán, en una casa famosa ahora museo: es bisnieta de León Trotsky.

Pero a pesar de la ciencia y de la evidencia empírica en torno a la guerra contra las drogas, 40 años después, el paradigma inicial de definir el problema en términos bélicos persiste hoy día. De hecho, ya es una de las guerras más caras, más destructivas y más largas en la historia de este país. Promete ser eterna si no hay un cambio de paradigma sobre la manera como esta sociedad aborda este problema.