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Ver día anteriorDomingo 9 de octubre de 2011Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Libia: la carnicería y los carniceros
L

os colonialistas de la OTAN, atenazados por la crisis económica en Europa y en Estados Unidos, deciden concentrar sus esfuerzos y su dinero en salvar sus bancos de la bancarrota y, como el zorro de la fábula, declaran que las uvas libias están verdes, diciendo que Muammar Kadafi ya no es una prioridad y que su caída es cuestión de tiempo. Esto, lógicamente, los lleva a reducir sus operaciones militares y navales agresivas (pero no sus intentos de gobernar por medio del Consejo Nacional de Transición, CNT, que reorganizan y depuran continuamente). Como consecuencia de esta comprobación, por París, de que ya tiene asegurado el máximo de control del petróleo libio, y del deseo de Roma de mantener a flote a Berlusconi antes que expulsar a Kadafi de Libia, ahora a la coalición rebelde le resulta más lento y más difícil conquistar Sirte, la capital de la tribu de los Kadafi. La guerra civil mezclada con una agresión imperialista se está convirtiendo nuevamente en algo preponderantemente libio.

En Sirte resisten los mercenarios africanos contratados por Kadafi que, a la luz de las matanzas de sus pares en Trípoli después de la toma de esa ciudad por el CNT, saben que corren el riesgo de ser linchados o fusilados. Y resiste también el clan de Kadafi, en parte para negociar en mejores condiciones el exilio de la familia o del mismo líder. Los sitiadores son un ejército improvisado, sin artillería, aviación propia ni medios pesados, que combate desde Toyotas con imprecisos lanzacohetes y cañones ultralivianos o con fusiles lanzagranadas. No están, por consiguiente, en condiciones de tomar por asalto una ciudad populosa llena de francotiradores.

La prolongación del sitio a Sirte hasta el agotamiento de las municiones y los víveres de la tribu de Kadafi alarga las maniobras de recomposición del frente de los antikadafistas, porque lo único que une a las diversas fracciones es la voluntad de expulsar a aquél, y mientras éste no desaparezca, las disensiones internas serán sordas y permanecerán semiocultas. Sin embargo, ya los shebab (los muchachos, o sea los jóvenes voluntarios civiles que combaten) declararon, contrariamente a los líderes del CNT, que la reconstrucción de Libia la harán los libios y que no aceptarán la presencia en el país de fuerzas extranjeras, ni la entrega de las riquezas al primer llegado, y se organizan y combaten separadamente de los mandos oficiales, los cuales tienen asesores franceses y británicos.

Los políticos y militares que hasta hace pocos meses eran ministros, generales o altos funcionarios de Kadafi muy difícilmente durarán en el CNT. Sobre todo cuando aparecen fosas comunes con cientos de cadáveres de presos asesinados en tiempos en que el actual jefe del CNT, Mustafá Yalil, era ministro de Justicia y fiel a Kadafi, o que Mahmud Yibril, el diplomático del líder, formaba el personal con los estadunidenses (léase la CIA) y ambos toleraban que la agencia enviase a Libia presos de Guantánamo para que los torturadores de Kadafi los interrogaran.

Dicho sea de paso: los medios de las grandes empresas denuncian esas matanzas y esas fosas comunes, pero Kadafi colaboraba entonces con el Mossad israelí, con los servicios de inteligencia de Londres, con la CIA y era gran amigo de los gobiernos de París, Londres y Roma, que además sostenían a los dictadores egipcio y tunecino tal como lo hacía él, garantizando la pax israeliana en la región. ¿Es posible que todos esos servicios secretos y todas esas embajadas repletas de espías y hombres de negocio antiárabes no supiesen nada de lo que comentaba horrorizado medio Trípoli? ¿Y es posible que los dirigentes del régimen, como Yalil o Yibril, ignorasen lo que hacían sus subordinados? ¿Sólo Kadafi era un carnicero, un sádico, un sediento de sangre y de dinero? ¿Los arcángeles de la OTAN que bombardean a civiles para salvar las vidas de otros civiles (de otras tribus) tienen su conciencia tranquila y no saben que estrechan manos manchadas de sangre de militantes islámicos, nacionalistas marxistizantes, comunistas, enemigos del clan o de la familia?

La discusión en la izquierda internacional sobre la lucha en Libia no parte de los hechos, que ignora, sino de posiciones apriorísticas. Toda la historia libia está marcada por el regionalismo, por los conflictos interétnicos y por las diferencias entre las tribus y clanes. El gobierno de Kadafi no unificó el país: simplemente lo cubrió con una capa de plomo mediante la represión y acuerdos variables con los jefes de las tribus. Antes que libios, los bereberes siguen siendo bereberes, los tuaregs, tuaregs, los de Cirenaica no se sienten iguales a los de Trípoli ni a los de Fezzan, y la solidaridad se otorga antes al clan y la tribu que a un programa. En Libia, debido a Kadafi, jamás existieron partidos, sindicatos, mutualidades, organismos de autorganización popular ni medios de información populares independientes. Cuando Kadafi era panarabista nacionalista, los marxistas iban presos o se exiliaban para salvar el pellejo. Cuando fue prosoviético, lo mismo sucedió con los palestinos, los islamistas o todos los que criticaban esa política. Y cuando se hizo socio de los imperialistas, en los años 80, asumió como propios y encarceló a todos los enemigos de éstos. Lo único perdurable en Libia fue el tribalismo y el kadafismo, o sea la utilización del aparato estatal.

Por eso resiste Sirte, sede de la tribu de Kadafi y donde se concentraron sus cuerpos de elite africanos y mercenarios. A diferencia de Túnez, donde siempre hubo vida política y existieron grupos de izquierda marxista, y de Egipto, donde eran reprimidos no sólo los Hermanos Musulmanes sino también comunistas y trotskistas y había una fuerte vida cultural, Kadafi hizo que Libia fuese también un desierto en lo político y lo cultural. Eso explica la resistencia tribal en Sirte y la confusión en el CNT.