Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER  
Domingo 9 de octubre de 2011 Num: 866

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El sexenio sangriento
Amalia Rivera entrevista
con James D. Cockcroft

El documental, ventana
de ventanas

Jaimeduardo García entrevista
con Raúl Fajardo

Diálogos entre Joyce, Boulez, Berio y Cage
Carlos Pineda

Daniel Sada: el resto
es coser y cantar

José María Espinasa

Fraternidad, la idea olvidada de Occidente
Fabrizio Andreella

La piel de la palabra
Luis Rafael Sánchez

Leer

Columnas:
Jornada de Poesía
Juan Domingo Argüelles

Paso a Retirarme
Ana García Bergua

Bemol Sostenido
Alonso Arreola

Cinexcusas
Luis Tovar

La Jornada Virtual
Naief Yehya

A Lápiz
Enrique López Aguilar

Artes Visuales
Germaine Gómez Haro

Cabezalcubo
Jorge Moch


Directorio
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Luis Tovar
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La importencia de lo urgentante (II Y ÚLTIMA)

La semana pasada se lanzó aquí esta pregunta: ¿alguien dentro del gobierno se dará cuenta de que dicho incremento (en nuestros niveles de educación y cultura) no sólo es importante sino también urgente? Como decía Ruis, mande sus respuestas a Los Pinos.

Hablando de cine, concretamente de cine mexicano, por suerte no ha faltado quien bregue a favor de que las cosas mejoren: ahí María Rojo, Carlos Sotelo y Algunosmás, a quienes en marzo pasado se sumó el diputado petista Herón Escobar cuando presentó al pleno de la Cámara una iniciativa de reforma a la Ley Federal de Cinematografía, con el propósito de “garantizar que 30 por ciento de la exhibición de películas en el país, como mínimo, sea de producciones mexicanas”, así como “ampliar el tiempo de una a dos semanas para el estreno en sala de películas nacionales” (nota de Roberto Garduño y Enrique Méndez, La Jornada, 8/IX/2011).

No hizo falta que brincaran, como acostumbran hacerlo, quienes tanto se benefician hoy del estado catatónico que guarda el artículo 19 de la ley citada, según el cual un diez por ciento del tiempo de pantalla debería estar reservado al cine mexicano. Y no hizo falta porque para eso está, entre otros comedidos, Juan Gerardo Flores, diputado del Partido Verde, presidente de la Comisión de Radio, Televisión y Cinematografía de la Cámara de Diputados.

Al diputado Flores (DF) habría que facilitarle cuando menos un prontuario informativo en materia cinematográfica, que le diera datos útiles para evitarse el bochorno de hablar, para decirlo coloquialmente, nomás a lo tarugo. Véase si no: para rechazar en la Comisión que preside una iniciativa previamente respaldada por mayoría en el pleno, DF argumentó, entre otras cosas, que la nueva disposición “afectaría la libre concurrencia y competencia por la disponibilidad de tiempo de exhibición”, así como que siendo “la libertad de comercio irrestricta, cualquier limitación al ejercicio de este derecho que no tenga por objeto la protección contra prácticas que lo limiten (monopolios o prácticas desleales) […] será motivo de violaciones a dicha garantía individual”. Argumentó también que la modificación sería “atacable en vía de amparo”.

Que alguien le informe a DF lo invariable que resulta ver cómo se amparan, cuando ven afectados o amenazados sus intereses, precisamente quienes ejercen un duopolio de facto en materia de exhibición cinematográfica. Que alguien lo documente respecto de la desoladora y virtualmente monopólica diferencia entre el cine estadunidense disponible todo el año y el mexicano, que ni de lejos ha alcanzado siquiera el diez por ciento vigente por ley. Pero sobre todo, que alguien le explique eso que para personas menos centaveras es obvio: el cine es una industria, cierto, pero al mismo tiempo es una actividad cultural. Por lo tanto, hay que ser tuerto de entendederas para mirarle al asunto nada más el aspecto comercial y olvidarse olímpicamente de las implicaciones, también económicas pero sobre todo culturales, que conlleva el hecho de recibir permanentemente una oferta cinematográfica tan distorsionada.

También dijo DF que “la preferencia del público es y debe ser el único criterio para definir el tipo de películas ofrecidas y su plazo de permanencia en cartelera”. Ergo, ley del mercado a rajatabla, por más que en los hechos haya prácticas desleales; por más que la libertad de comercio que tanto busca proteger la tengan sólo ciertos sectores del cine, en detrimento de otros; por más absurdo que resulte su argumento de que la medida iría “en perjuicio de la colectividad general”, a la que se impediría “la posibilidad de decidir, seleccionar y preferir películas”, es decir precisamente lo que hoy ocurre con la presencia apabullante de cine hollywoodense, como si todo éste cumpliese lo que DF pretende preservar con su negativa:  “que al juicio o al gusto de los cinéfilos incluyan tema, novedad y originalidad, y principalmente calidad”.

Vaya uno a saber, en medio de tanto galimatías, qué cosa será para DF lo urgente y qué lo importante. Siendo dicho legislador un miembro más de lo que vox populi conoce como telebancada –es decir, la que responde a los intereses de ese otro duopolio encaramado en la pantalla chica–, y a la luz de su criterio cuentachiles, no es difícil colegir que para él no hay nada más importante que lo urgente, y lo urgente para él consiste en lograr que nada cambie, aunque al cine del país al cual juró servir como legislador se lo siga llevando el carajo.