Opinión
Ver día anteriorDomingo 11 de marzo de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Sobre la dictadura siria
B

ashar Assad, dictador, es hijo del dictador Hafez Assad, quien gobernó con mano de hierro Siria durante 29 años, ocupó el Líbano, mató en el Septiembre Negro de 1970 en Jordania más palestinos que los israelíes en todas sus matanzas, monopolizó el gobierno con su clan y, tras la muerte accidental de su primogénito, nombró heredero al hasta entonces joven y oscuro hijo menor que vivía como oculista en Londres.

Hafez Assad era partidario de la Gran Siria (que abarcaba Siria, Líbano, Israel y Palestina), declaró que los palestinos eran sirios del sur y formó Saika, su propio grupo de fieles palestinos para condicionar a la Organización para la Liberación de Palestina de Yasser Arafat y combatir a los grupos de la izquierda marxista palestina (el Frente Popular para la Liberación de Palestina-FPLP, de George Habash, y el Frente Democrático para la Liberación de Palestina, de Nayef Hawathme).

Aunque el Baas, su partido, es panarabista y socialista, Hafez Assad, como buen nacionalista y conservador, combatió en nombre de la burguesía comercial siria la unión con el Egipto de Nasser. Después dio un golpe de Estado en 1969, que instauró su dictadura suprimiendo a las demás alas del Baas y abrió el camino a una hostilidad interminable con la rama baasista de Bagdad, durante la cual Hafez no vaciló en coincidir con el Departamento de Estado de EU. A pesar del apoyo que recibió de la ex Unión Soviética, reprimió sangrientamente al poderoso Partido Comunista Sirio, cuyo líder Khaled Bagdache terminó por apoyarlo en nombre de la unidad nacional (¡!).

Francia, que después de la Primera Guerra Mundial y hasta después de la Segunda Guerra Mundial ocupaba Siria, hizo todo lo posible para dividir a quienes oprimía. Por eso privilegió a los musulmanes alauitas frente a la mayoría sunita que, durante siglos, había perseguido a los primeros por considerarlos herejes.

Ahora bien, Siria es un mosaico de sunitas, chiítas, alauitas (una de las ramas heterodoxas de los chiítas), drusos, kurdos, cristianos (de rito armenio, ortodoxo griego, greco-melquita, maronita, católico romano, católico oriental). Todas las minorías importantes (drusos, kurdos, cristianos de diferente confesión) prefieren actualmente el gobierno del clan alauita de los Assad, porque temen que se repita en Siria lo que sucedió en Irak con la invasión estadunidense, que radicalizó y sectarizó la resistencia, la cual se hizo en nombre del Islam extremista y a costa de los demás sectores.

El gobierno y el aparato de represión sirios están firmemente controlados por los alauitas. El régimen, además, ya reprimió ferozmente en el pasado, causando millares de muertos, los centros comerciales e islámicos tradicionales como Homs, sin que las grandes potencias entonces protestasen. Bashar Assad tiene un bien aceitado aparato de represión, un ejército probado en dos guerras contra Israel, y armas rusas muy modernas que harían una invasión extranjera sumamente costosa en vidas humanas.

Siria no es Libia. Está densamente poblada; las tropas israelíes amenazan desde las alturas del Golán, a 20 kilómetros de Damasco, y obligan al régimen a contar con apoyos internacionales potentes; los diferentes grupos religiosos están encastrados unos con otros en el territorio; el país tiene clases modernas y una impresionante historia que lo une en un legítimo orgullo; el gobierno controla un ejército moderno desde hace decenios y un Estado sólido. No tiene tampoco las enormes divisiones que tenía el Irak baasista, con la oposición armada de los kurdos en el norte y la rebelión de los chiítas proiraníes en el sur.

Además, cuenta ahora con el apoyo de Rusia y de China, que quieren evitar que todo el Medio Oriente sea reconquistado por el Departamento de Estado y el Pentágono después del golpe que éstos e Israel sufrieron con las insurrecciones árabes, además del apoyo de Teherán, que por su propia seguridad tiene que mantener aliados en la zona (Hezbollah en el Líbano, Hamas en Palestina), los cuales se debilitarían muchísimo si cayese el régimen sirio de los Assad.

Israel, por su parte, mantiene en lo que respecta a Siria un perfil muy bajo porque teme que Assad pueda ser remplazado por sectores islámicos extremistas salafitas, mucho más agresivos y, además, porque sus sucesivas derrotas en las ocupaciones del Líbano hacen que Tel Aviv considere seriamente los costos de una guerra con el régimen de Damasco. Por otra parte, Israel no puede hacer dos guerras a la vez, y ahora prepara una contra Irán, no contra Bashar Assad que, como antes los regímenes de Mubarak en Egipto, de Ben Alí en Túnez o de Kaddafi en Libia, desempeña un papel estabilizador para el equilibrio anterior favorable a Estados Unidos y a Israel, que se ha roto con las revoluciones populares. Es falso, por lo tanto, que la resistencia al gobierno de los alauitas sirios esté fomentada por Israel y las potencias occidentales, lo cual no quiere decir que los servicios de inteligencia de todos éstos no estén metiendo continuamente su cuchara en los asuntos sirios.

Está fuera de discusión que la de Assad es una dictadura execrable que debe ser eliminada. El asunto es por quién y para remplazarla por qué. La llamada oposición está fragmentada y los diversos grupos que la forman se odian; además, tiende a ofrecerse como agente de una ocupación extranjera. Las fuerzas democráticas sirias, por su parte, se oponen a Assad, pero temen una guerra y la caída del régimen, y se orientan a negociar e imponer reformas. Si Israel lanzase una aventura contra Irán o en el Líbano, reforzarán al gobierno como mal menor. De modo que, muy probablemente, la crisis actual se prolongará, y todo dependerá de la habilidad política para hacer concesiones que pueda tener el dictadorzuelo hijo del dictador fundador de la dinastía Assad, así como de lo que está pasando en las fuerzas armadas sirias, que son el verdadero partido de Bashar Assad.