Opinión
Ver día anteriorViernes 17 de agosto de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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El teatro quijotesco
A

l arreglar mi desordenada biblioteca en busca del libro inencontrable, me aparecieron como siempre las obras del gran Miguel de Cervantes y muy especialmente su libro inmortal, Don Quijote de la Mancha. Junto a ellas un viejo libro de Álbum Salón editado en Barcelona en 1905 que al hojearlo me sorprende un artículo de E. Rodríguez Solís en el que se exponen sus ideas, relacionadas con el teatro y los actores, que le presentan como un verdadero reformador. De algunas de ellas pensamos ocuparnos en el presente artículo, por juzgarlas significativas y quizá algunos lectores fijen en ellas su atención.

En el capítulo XLVIII, “querellándose el cura y el canónigo de la libertad en que se dejaba la publicación de los libros llamados de caballería, que á tantos individuos, y entre ellos á Don Quijote, hacían perder el juicio, se ocupan, igualmente, de las muchas comedias que se imprimían y representaban ‘llenas todas, ó las más, de disparates, escritas sin pies ni cabeza’”, llegando á decir el cura:

En materia ha tocado vuestra merced, señor canónigo, que ha despertado en mí un antiguo rencor que tengo con las comedias que ahora se usan, tal que iguala al que tengo con los libros de caballería: porque habiendo de ser la comedia, según le parece a Tulio, espejo de la vida humana, ejemplo de las costumbres, é imagen de la verdad las que ahora se representan son espejo de disparates, ejemplos de necedades, é imagen de lascivia. Porque ¿qué mayor disparate de salir un niño en mantillas en la primer escena del primer acto, y en la segunda salir ya hecho un hombre barbudo?, ¿y qué mayor que pintarnos un viejo valiente y un mozo cobarde, un lacayo retórico, un paje consejero, un rey ganapán y una princesa fregona? ¿Qué diré, pues, de la observancia que guardan en los tiempos en que pueden ó podían suceder las acciones que representan, sino que he visto comedia que la primera jornada comenzó en Europa, la segunda en Asia, la tercera se acabó en África y aun si fuera de cuatro jornadas la cuarta acabaría en América y así se hubiera hecho en todas las cuatro partes del mundo?

Después de ocuparse de las comedias profanas entra a ocuparse de las divinas y lo hace en esta forma:

–“¿Pues qué si venimos a las comedias divinas? ¡Qué de milagros fingidos en ellas! ¡Qué de esas cosas apócrifas y mal entendidas, atribuyendo á un santo los milagros de otro! ¡Y aun en las humanas se atreven á hacer milagros, sin más respeto ni consideración que parecerles que allí estará bien el tal milagro y apariencia, como ellos llaman, para que la gente ignorante se admire y venga á la comedia…

“Y no tienen la culpa de esto los poetas que las componen, porque algunos hay de ellos que conocen muy bien en lo que yerran, y saben extremadamente lo que deben hacer: pero como las comedias se han hecho mercadería vendible, dicen, y es verdad, que los comediantes no se las comprarían si no fuesen de aquel jaez, y así el poeta procura acomodarse en lo que el representante que le ha de pagar su obra le pide.

“El ilustre manco de Lepanto censuraba á los comediantes sin fijarse en que Torres Navarro, Juan de la Cueva y el mismo Lope de Vega, conocían, en efecto, las reglas poéticas y los preceptos dramáticos, pero no se atrevieron á llevarlos á la escena porque, no los representantes, el público, que carecía de la instrucción y de los conocimientos necesarios para poder admitirlas y apreciarlas, no las aceptaba.

“Bartolomé de Torres Navarro, gran erudito y cultivador de los poetas griegos y latinos, conocía, como queda dicho, las reglas dramáticas, pero no mostró deseos de observarlas por la razón que dejamos apuntada. En el prólogo de sus obras, tratando de los conceptos de la poesía dramática, señala las diferencias que existen entre la tragedia y la comedia, distinguiéndose en ésta dos géneros, la comedia á noticia (docta y real), y la comedia á fantasía (fantástica ó fingida)”, dice Rodríguez Solís.

“Juan de la Cueva, que le sigue, autor de un Arte poético, se expone resueltamente á modelar el drama moderno –moderno entonces– por el de los clásicos antiguos, y para demostrar que conoce las llamadas reglas y que no quiere seguirlas, escribe:

“Hicimos la observancia que forzaba

A tratar tantas cosas diferentes

En término de un día que le daba.”

“Pero, ¿qué más?, Lope de Vega, el fénix de los ingenios, el llamado monstruo de la naturaleza, por las muchas y muy hermosas comedias que compuso, convencido de esta verdad, exclamó:

“El vulgo es necio y pues la paga es justo

Hablarle en necio para dale gusto.”

Y conste que el llamado vulgo por Lope de Vega era entonces todo el mundo.