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Disquero
La música sensual de Ravel y Debussy
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Periódico La Jornada
Sábado 1º de diciembre de 2012, p. a16

Como no existen las casualidades, en los estantes de novedades discográficas esplende un par de ejemplos de fascinación sonora y una de las obras contenidas allí será interpretada en vivo esta noche, a las 20 horas, con repetición el mediodía de mañana, por la Orquesta Filarmónica de la UNAM (la Ofunam) en la Sala Nezahualcóyotl.

Se trata de la Rapsodia española, de Ravel, bajo la batuta de Juan Carlos Lomónaco, en un programa que incluye obras de los mexicanos, recientemente desaparecidos, Eugenio Toussaint y Joaquín Gutiérrez Heras, además de las Danzas Noruegas de Edvarg Grieg.

El disco en cuestión se titula, de manera contundente, Bolero, y se trata de una antología que preparó la disquera alemana Deutsche Grammophon de entre las distintas grabaciones que de la obra raveliana han realizado con esa firma los mejores directores del planeta con sus respectivas orquestas.

La pieza del título es la inicial: Bolero y la versión es la de Herbert von Karajan cuando era el titular de la que hoy en día sigue siendo la mejor orquesta del mundo: la Filarmónica de Berlín.

El balance de esta antología es exquisito: a Bolero le siguen los Juegos de Agua (Jeux d’eau) para piano solo, con la maestra Martha Argerich, para regresar a la orquesta entera con la deliciosa Alborada del gracioso, ahora con la Sinfónica de Londres dirigida por Claudio Abbado.

Martha Argerich vuelve al piano en el siguiente corte, ahora acompañada por Mikhail Pletnev para, a cuatro manos, ejecutar Mamá la Oca (Ma mere l’Oye) y en seguida vuelve Abbado, pero ahora al frente de la Sinfónica de Boston, para enaltecer aún más el ambiente con fragmentos sinfónicos, con coro monumental, de la segunda serie de Daphnis et Chloé.

Así hasta completar 11 cortes: Tzigane para violín y piano; el Concierto en Sol, también con Argerich; La Tumba de Couperin, ahora con el pianista Jean-Yves Thibaudet; La valse, con Seiji Ozawa al frente de su orquesta, la de Boston; Pavana para una infanta difunta, con la Orquesta Filarmonía y la batuta elegante de Carlo Maria Giulini; la Rapsodia Española, con Karajan y la Filarmónica de Berlín, y así hasta culminar con el Concierto para la Mano Izquierda, con el pianista Michel Béroff.

Entre los muchos puntos de contacto entre el compositor cuyas obras se antologan en el álbum de dos discos titulado Bolero y el autor de quien enseguida nos ocuparemos, está la nacionalidad, el lapso en que vivieron y una supuesta afiliación al impresionismo, adjetivo el cual, impresionistas, nada más no les cuadra por distintas razones.

Uno de los elementos que conforman el vasto sistema de vasos comunicantes entre Maurice Ravel y Claude Debussy, el autor de la música del segundo disco que hoy nos ocupa, es el sentido sensual de sus obras, el claro manifiesto carnal, la actitud apolínea y dionisíaca, la naturaleza sexual que es evidente en dos de las obras de estos autores: el Bolero de Ravel es, claramente, un orgasmo, una cópula, un acto sexual, un crescendo con clímax inconfundible.

En tanto, el Preludio a la Siesta de un Fauno, de Claude Debussy, contiene esas características de manera diferente, pues el acto sexual no es mecánico ni mucho menos idéntico entre humanos. Escribe el musicólogo Alex Ross: Es música de liberación física, incluso de orgasmo sexual, como demostró Vaslav Nijinsky en su ondulante danza del Fauno en los Ballets Rusos en 1912.

Es sólo un aspecto de entre la vasta variedad de vivencias, emociones, ideas, invenciones y prodigios que pueblan la música de Debussy. En el disco, igualmente de Deutsche Grammophon, titulado Debussy Préludes Books 1 & 2, a cargo de una eminencia en la materia: Pierre-Laurent Aimard, quien pone en vida a las Bailarinas de Delfos, los Velos, El viento en la planicie, La niña de los cabellos de lino, La catedral sumergida, la terraza de las audiencias del claro de luna y los sonidos y los perfumes que giran en el aire de la tarde.

Ravel, Debussy. Debussy, Ravel.

Delicias.

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