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Toros

Octava corrida: nuevo fiasco de empresa y ganado, al que se sumó el juez de Plaza

Dos benévolas orejas a Zotoluco y desfile de mansos, ahora del hierro de Marrón

Manzanares, impotente ante descastado lote

Un tímido Mario Aguilar deja ir el triunfo

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Eulalio López, Zotoluco, durante la octava corrida de la temporada grande de la Plaza MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 10 de diciembre de 2012, p. a46

Entre los maldosos que se cuelan al tendido de la Plaza México, conocida también, no hay que olvidarlo, como el Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, no faltó el aguafiestas que al término de la octava corrida de la temporada como grande sentenció: al paso que van estos taurinos autorregulados, falta muy poco para que a la fiesta brava la conviertan en fiesta breve, pero logros son logros, no importa en qué sentido.

Y otro, probablemente un empleado o desempleado rencoroso pero enterado, concluyó: Se me hace que el ganadero Marrón aplica criterios más bien bancarios en la crianza de sus reses, ya que ahorra en bravura, estilo y fuerza; otorga más interés a la comodidad que al trapío, y se queda con modestos saldos de tedio. Y ora aléguenme. Obvio, nadie se animó a alegarle.

En la octava corrida de las 12 anunciadas con anticipación por la empresa, hicieron el paseíllo el capitalino Eulalio López Zotoluco (44 años de edad, 26 de alternativa y 18 corridas este año), el español José María Manzanares (30 años, nueve de matador y, por la crisis, sólo 38 festejos en 2012), y el joven hidrocálido Mario Aguilar (21, 3 y nueve corridas) el menos aventajado de los alumnos de ese magnífico semillero que es la Escuela Tauromagia Mexicana, que con criterio y eficacia dirige Julio Esponda, para lidiar –es un decir– un encierro de Marrón, propiedad de don José Marrón Cajiga, presidente por cierto de la Asociación Nacional de Criadores de Toros de Lidia, que entre sus objetivos tiene los de impulsar la fiesta y apoyar y asesorar para tener un espectáculo digno. Olé.

Se oye bien, pero si de ocho tardes que lleva el serial con trabajos se salvan dos en lo que a bravura se refiere, algunos aún no tienen claro que a la fiesta no la perjudican los antitaurinos sino los propios taurinos, empeñados en seguir echándole agua al vino y docilidad a la casta, ah, y las nuevas autoridades que, como las de hace décadas, aprueban todo en lo que a edad y trapío se refiere, regalan orejas e incumplen el reglamento.

Zotoluco, quien venía por segunda ocasión en la temporada, derrochó sitio y mando en su lote, el primero deslucido y el segundo anovillado y mansurrón pero con recorrido, al que llevó lucidamente al caballo y sometió por ambos lados a base de colocación y mando. Dejó una estocada casi entera y expedito el juez Jesús Morales le soltó las dos orejas, pues ya se sabe que en la México las premiaciones son como de puertos y fronteras.

El pecado de la comodidad

Manzanares, quien sacó un terno diseñado por el enemigo y uno de los diestros más importantes de la Península, al llegar a México en el pecado de la comodidad lleva el de la frustración y casi nada pudo hacer con dos astados mansos, débiles, sin clase y quedándose cortos. También los astros peninsulares ven la tempestad y no se hincan, sobre todo en nobles tierras de mexhincados, donde exigen ganado que garantice comodidad no grandeza.

Y el que sí la tiene difícil es Mario Aguilar. Tímido, sin proyectar carácter ni entrega sino posturas, con su primero estuvo tan apagado como el torito y con el que cerró plaza, el más facilote del encierro, cuya cansina embestida exigía el toreo de salón, Aguilar volvió a alejarse de la cara de la res interrumpiendo el ritmo de la faena y a perder tiempo por el izquierdo. Dejó ir el triunfo por pinchar y como torero deberá revisar su concepto de expresión.