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Toros

Otro encierro muy bien presentado y bravo de Barralva luce a los alternantes

Sendas orejas a un fino y expresivo José Mauricio y a un Mario Aguilar más animoso

Buenos resultados del encaste Parladé

Detalles del rejoneador Hernández

Pobre entrada

Foto
El rejoneador Leonardo Hernández, en la Plaza MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 11 de febrero de 2013, p. a47

En la decimoctava y penúltima corrida de la temporada 2012-2013 en la Plaza México actuaron el rejoneador español Leonardo Hernández (25 años de edad, seis años ocho meses de alternativa y más de 60 corridas toreadas el año pasado en su país), el capitalino José Mauricio (28, siete de matador y 25 tardes en 2012), el hidrocálido Mario Aguilar (21, tres y 10 festejos), y el monosabio Alfonso López, quien tras 26 años ininterrumpidos de servicio se despidió recorriendo el ruedo el triunfal vuelta, repartiendo abrazos, recogiendo prendas, recibiendo flores y bebiendo botas de vino, como si de un torero de luces se tratara.

José Mauricio tiene todo para convertirse, a corto plazo, en figura de los ruedos. A su primero, algo sosillo, le hizo un quite por ajustadas gaoneras y sereno, cerebral y quieto, corrió la mano en series por ambos lados, dejó estatuarias manoletinas con sello, no sólo con valor, y cobró un estoconazo atracándose de toro. En una plaza más seria, el juez, lo hubiese solicitado o no la asamblea, habría concedido la oreja. Aquí apenas lo sacaron al tercio. A su segundo, que se lastimó en una caída, lo despachó de un volapié fulminante. Con uno de regalo, también de Barralva, realizó un quitazo en el que engarzó la chicuelina con la tafallera y la caleserina, rematadas con templada revolera. De nuevo vinieron las tandas largas, templadas y sentidas por ambos lados, con celo y con sello, así como bernadinas inmóviles. Por tercera vez en la tarde, José Mauricio se fue tras la espada y, ahora sí, el juez se vio obligado a conceder la oreja regateada en el primero. Merecía ser incluido en el último cartel.

Mario Aguilar salió por fin con otra actitud y otra expresión, no así con otro concepto de estructuración, ya que pudiendo haber tenido una tarde triunfal, su fino desempeño intermitente se redujo a la oreja de su primero, el mejor de un encierro sin exceso de kilos pero con fondo y transmisión.

Inició con suaves lances de manos muy bajas y bello recorte y, tras el puyazo, el toro llegó a la muleta noble, alegre y con recorrido pero las tandas fueron breves, sin alcanzar el tono que el toro exigía. Consiguió una entera apenas trasera. Y con su segundo, un colorado repetidor, tuvo momentos de calidad pero sin lograr unidad. Su tauromaquia interesa, pero le falta fuerza.

El buen torero a caballo Leonardo Hernández, no obstante que la tarde de su debut en la decimotercera corrida cortó dos orejas a uno de regalo, no convocó público. Tuvo dos toros que se prestaron para las suertes pero volvió a fallar con la hoja de peral.

En la crónica del lunes pasado ya no apareció, por falta de espacio, un párrafo en el que aludíamos a la alarma de no pocos taurinos ante la entrada en vigor en el DF, el jueves 31 de enero, de una compasiva ley que castiga el maltrato de animales, tanto domésticos como salvajes (ojo, los toros de lidia no son ni lo uno ni lo otro), con penas de hasta cuatro años de cárcel y multas de 400 salarios mínimos, si bien mantener en las peores condiciones a millones de aves para su explotación diaria no es considerado maltrato por la progresista normativa. Lo dicho: ¡qué envidia poder mirar el mundo con ojos de protector de animales, o de perdis con lentes oscuros de asambleísta!