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¿La querella de las mujeres?
¿H

ay algo más feo y vulgar que una mujer que cuenta historias obscenas y amorales?, preguntaba hacia los años 30 del siglo pasado, hablando de la escritora española María de Zayas, Ludwig Pfandl, el hispanista alemán que al referirse a nuestra Sor Juana la caracterizaba también como una mujer masculina y una psiconeurótica. Muy famosa en su tiempo, María de Zayas y Sotomayor nació en Madrid, probablemente en 1590 y falleció quizá al principio de la segunda mitad del siglo XVII. Publicó su primera serie de 10 novelas ejemplares, siguiendo el ejemplo de Cervantes, con el título Maravillas, en 1637; y en 1647, otra serie de 10 novelas más intitulada Desengaños, previniendo a sus lectoras contra la crueldad de los hombres, inscribiéndose así en la muy conocida querella de las mujeres, o guerra mortal entre los sexos, dos razas diametralmente diferentes. Existen pocos datos fehacientes sobre esta poeta, dramaturga y narradora que participó en las academias literarias de Madrid y otras ciudades españolas, por ejemplo, Barcelona. Varios contemporáneos suyos la alabaron: Lope de Vega en su Laurel de Apolo; y su amiga, la dramaturga Ana de Caro Mallén, junto con los escritores Antonio de Castillo Solórzano y Juan Pérez Montalbán, compusieron poemas para publicarlos al frente de su primera colección de textos.

La muy conocida cita del hispanista alemán es representativa de la marginalización histórica que sufrieron sus textos, afirmaban Irene Albers y Uta Felten en una invitación que me hicieron para participar en un seminario organizado en 2005 en la ciudad de Bremen. Las cito, me parecen pertinentes sus palabras ahora que acabamos de ¿celebrar?, ¿conmemorar?, ¿dedicar?, ¿erigir? el 8 de marzo como Día Internacional de la Mujer: “Excluidas sus obras durante muchos años del canon oficial por una crítica que les dio el atributo de obscenas y de amorales, siguen diciendo estas críticas, sus novelas se encuentran hoy día en el centro del debate sobre la literatura del Siglo de Oro. Al echar una mirada a las investigaciones actuales no sería exagerado hablar de un verdadero boom de la crítica sobre María de Zayas tanto en el ámbito de la hispanística internacional como en el marco de la alemana, que no ha tardado en volver a descubrirlas y analizarlas”.

Al leer la obra de Zayas corroboro algo que siempre me ha intrigado en la literatura universal y en específico en la española de los Siglos de Oro, sobre todo en la comedia y en la narrativa: la recurrencia de un tema que podría resumirse así: el amor ciego se apodera de los galanes quienes, inflamados de deseo, acosan a la amada: su único objetivo es vencerla, lo que equivale a decir, gozarla. Una sola noche de amor les basta para que su ardor se desvanezca como por arte de magia, ejemplo clásico es Don Juan, el personaje mítico y emblema del enamorado inconstante y figura del burlador.

Varios protagonistas masculinos de Zayas entran en el tipo de galán acuñado por este estereotipo: su manera de operar es muy semejante, escogen a una víctima, la cortejan y una vez cobrada la presa como botín de guerra, de caza o de cetrería, es abandonada como objeto de desecho, carece totalmente de valor al haber sido despojada de su prenda o joya más preciada, la virginidad, o en el caso de las mujeres casadas, de su honra.

El cuerpo femenino se transforma así por obra y gracia de esta ideologización en un cuerpo-fortaleza, edificio que en épocas de guerra debe vencerse si se quiere triunfar, es decir, si se desea tomar la fortaleza, asaltarla, reducirla, en suma, violarla, dejarla expuesta, totalmente abierta como presa del enemigo. Uno de los méritos indudables de Zayas es haberle dado vuelta al estereotipo y poner en movimiento a un sujeto femenino no fingido que se atrevía a seguir el imperativo de su deseo, aunque al hacerlo se viera expuesta a consecuencias funestas tanto para ella como para quienes la rodeaban.

Twitter: @margo_glantz